El 30 de abril se 
marcó el XL aniversario de la caída de Saigón en manos de las fuerzas 
militares de Vietnam del Norte y la salida de últimos helicópteros 
estadounidenses llenos de refugiados. Para entender algunos de los 
acontecimientos que precedieron la participación de Estados Unidos en el
 conflicto, vale la pena examinar el papel que jugó en el sureste 
asiático después de 1945 y leer de nuevo El americano impasible (1955) 
de Graham Greene, que no es su mejor novela pero anticipa la 
intervención de los americanos en Vietnam. Como lo afirmó el mismo autor
 en un artículo publicado en The New Republic el 5 de abril de 1954: 
“Hace dos años los hombres creían en una posible derrota militar o la 
victoria; ahora ellos saben que la guerra se decidirá en otra parte, por
 hombres que nunca se han metido hasta la cintura en los campos de 
barro, escalar montañas, estar en medio de los ataques o esperando 
durante largas horas de aburrimiento”.
Hace más de sesenta años Greene (1904-1991), 
el escritor británico, visitó a Saigón en calidad de periodista para 
informar sobre la guerra de Indochina (Vietnam, Camboya y Laos) en los 
periódicos Le Figaro, The Times y The New Republic. La novela El 
americano tranquilo se basó en sus propias experiencias durante sus 
visitas a esta región y la estancia en el Hotel Continental. Cuenta las 
aventuras de un periodista británico, Thomas Fowler, en Saigón. Este 
vive con su amante vietnamita Phuong y en el Hotel Continental conoce a 
Pyle, un idealista americano que se enamora también de la joven. Este 
hotel es también el escenario de encuentro por primera vez entre Pyle y 
Phuong. La discrepancia de ideas políticas y los celos anticipan un 
trágico desenlace.
Uno de los momentos de más mayor tensión en la
 novela es cuando Fowler, el personaje principal, está en un café 
bebiendo una cerveza mientras observa a algunas clientes americanas y 
europeas que toman helado. De pronto, dos espejos se le vienen encima y 
caen en la mitad, hechos pedazos. Se trata de una explosión de un 
carrobomba y él corre a Place Garnier, frente al teatro nacional porque 
sabe que su amante siempre va a esa hora a tomar malteada al otro lado 
de la calle. Fowler ve a un hombre sin piernas y a una mujer con un bebé
 muerto entre sus brazos, que lo tapa con un sombrero de paja. En medio 
de las sirenas, la policía y la gente, él encuentra a su amigo Pyle y 
éste le dice que Phuong está bien porque él avisó del atentado. Esto le 
crea dudas sobre las verdaderas intenciones e ingenuidad del americano.
En la actualidad El Hotel Continental de 
Saigón o Ho Chi Minh, nombre oficial, es cómodo, elegante y todavía vive
 de su glorioso pasado. Allí se hospedaron famosos escritores, entre 
ellos, André Malraux y Graham Greene. Es una mañana soleada, la 
temperatura casi es de 27 grados centígrados. Desde uno de los balcones 
del hotel se puede ver una banda estudiantil tocando ‘Billie Jean’ de 
Michael Jackson. Más de cien personas escuchan el concierto con 
atención, otros paran sus motocicletas y ponen a los niños en los 
hombros para que disfruten. El espectáculo matutino se lleva a cabo en 
las escalinatas del Teatro de la Ópera. Muchos prefieren identificar su 
ciudad con el nombre de Saigón porque el nombre de Ho Chin Minh les trae
 a la memoria el régimen comunista donde muchos de sus antepasados 
perdieron todo, otros murieron en las cárceles o fueron torturados. El 
Proyecto Genocidio de Camboya de la Universidad de Yale concluyó que el 
Khmer Rouge comunista aniquiló a un millón 700 mil camboyanos, el peor 
genocidio per cápita anual en el siglo XX. Miles murieron en Vietnam del
 sur, tratando de escapar en botes y ejecutados en campos de 
concentración.
Casi medio siglo después la Rue Catinat ya no 
existe, ahora es la calle Dong Khoi. El concierto parece una retreta de 
pueblo. La gente, tranquila y feliz con sus familias, disfrutando de la 
música matinal. A simple vista, ante la incredulidad de algunos 
visitantes extranjeros y locales, el sosegado escenario en medio del 
tráfico corresponde a la vida cotidiana del Saigón actual. Desde el 
mismo café del Hotel Continental, donde Greene imaginó la escena de la 
explosión hace décadas, se ve la fachada de color pastel del Teatro de 
la Ópera, otros hoteles y restaurantes de cadena de Occidente, avisos en
 inglés y un centro comercial a todo lujo al nivel de los de Dubái, 
Londres o Nueva York. Está ubicado en el distrito número 1, en la zona 
de negocios y edificios gubernamentales. Por 160 dólares puede hacer una
 reservación con tiempo para quedarse en la habitación 214, lugar que 
ocupó Greene. Muchos turistas que hoy visitan a Saigón no tienen la 
menor idea de quién fue el escritor, de sus 54 libros, basados en su 
infancia, experiencias en la Segunda Guerra Mundial, los viajes a 
África, Asia, México, Centroamérica y el Caribe. Varias de sus novelas 
fueron adaptadas al teatro, la televisión, el cine y traducidas a 
numerosos idiomas. Pocos visitantes han leído sus reportajes 
periodísticos de la rebelión en Kenia, la guerra en Vietnam, la 
dictadura en Haití y el surgimiento de Castro en Cuba, su amistad con el
 general Torrijos de Panamá y Ortega en Nicaragua, la caída de la Unión 
Soviética, entre otros. En 2014 The New Republic con motivo de su 
centenario publicó una colección de los mejores artículos de Graham 
Greene.
El Hotel Continental de 2015 se ha ajustado a 
los cambios de las ciudades cosmopolitas asiáticas del siglo XXI pero 
aquella perla de los años cincuenta, permanece intacta en las páginas 
del escritor y la imaginación de los lectores. Al final de El americano impasible, Fowler reflexiona: “Pensé en el primer día, cuando Pyle 
estaba sentado al lado mío en el Continental, con la mirada puesta en un
 dispensador de refrescos en la mitad del camino. Desde que él murió 
todo ha ido muy bien, pero cómo me hubiese gustado que existiera alguien
 a quien pudiera contarle que lo sentía mucho. Pero así no fue”.
Alguna vez Greene dijo que sus libros eran él.
 Las últimas palabras de Fowler delatan varios aspectos del escritor: la
 frialdad de un espía, la soledad de un maniacodepresivo y la 
culpabilidad de un católico agnóstico, como él mismo se calificó.
Alister Ramírez Márquez
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