viernes, 25 de abril de 2014

El problema con Cuba del señor García

Gabo que estás en los cielos

En 1999 el periodista Jon Lee Anderson escribió para la revista New Yorker un perfil titulado El poder de García Márquez donde daba cuenta del origen del problema, la posición  del escritor ante Cuba y su amistad con el dictador Fidel Castro

Portada de el artículo en The New Yorker./lasillavacia.com
“García Márquez ha tenido un “Problema con Cuba” desde 1971, cuando el  poeta cubano Heberto Padilla fue arrestado por ‘actividad contrarevolucionaria’. Un grupo reconocido de intelectuales, que incluyó a Plinio Apuleyo Mendoza, escribió una carta a Fidel Castro en protesta por el arresto. En vista de que García Márquez estaba de viaje y fuera de contacto, Plinio se tomó la libertad de sumar su nombre a la petición. Padilla fue liberado de su detención pero fue forzado a pasar por una grotesca confesión pública al estilo soviético y el espectáculo llevó a que muchos de los que habían apoyado el régimen de Castro rompieran con él. Una segunda carta de protesta fue firmada por todos los que habían firmado la primera misiva, excepto por Julio Cortázar y García Márquez. Luego, en 1975, García Márquez fue a Cuba, con la intención de escribir ‘el libro’ de la revolución. Nunca publicó el libro, pero escribió una serie de artículos y conoció e hizo amistad con Castro”.
García fue fiel a su “problema con Cuba” y por más de cuatro décadas recibió críticas negativas de otros escritores. Mario Vargas Llosa llamó a García el “cortesano de Castro”, Guillermo Cabrera le recordó los nombres de todos sus colegas cubanos que no gozaban de los mismos privilegios que tenía García en Cuba y que vivían en el exilio a riesgo de regresar a la isla y ser arrestados, Fernando Vallejo le dedicó una diatriba per angostam viam en El Malpensante. Enrique Krauze, en 2009, luego de publicada la biografía de García concertada con Gerald Martín, le hizo un análisis detallado al libro, a tono de crítica literaria y pronto pasó de lo formal a lo moral, dos fragmentos concluyentes:
“Gabriel García Márquez no es un escritor de torre de marfil: ha declarado estar orgulloso de su oficio de periodista, promueve el periodismo en una academia en Colombia y ha dicho que el reportaje es un género literario que “puede ser no sólo igual a la vida sino más aún: mejor que la vida. Puede ser igual a un cuento o una novela con la única diferencia —sagrada e inviolable— de que la novela y el cuento admiten la fantasía sin límites pero el reportaje tiene que ser verdad hasta la última coma”. ¿Cómo conciliar esta declaración de la moral periodística con su propio ocultamiento de la verdad en Cuba, a pesar de tener acceso privilegiado a la información interna?”
“Por lo que hace al juicio de la posteridad, es un tanto prematuro afirmar que García Márquez es el “nuevo Cervantes”. Pero en términos morales no hay comparación. Héroe de guerra contra los turcos, herido y mutilado en batalla, náufrago y preso en Argel por cinco años, Cervantes vivió sus ideales, dificultades y pobreza con una moralidad quijotesca, y la suprema libertad de tomar sus derrotas con humor. Esa grandeza de espíritu no se ha visto en las complicidades de García Márquez con la opresión y la dictadura. No es Cervantes.”
El “problema con Cuba” persigue a García y a la sesuda crítica se sumó un balbuceo cerril de la representante de una casta política colombiana, emitido a pocas horas de conocerse la muerte del celebrado escritor colombiano. La recién elegida representante para el congreso en representación de un partido de derecha trinó por Twitter: “Pronto estarán juntos en el infierno” y acompañó el mensaje con una foto de Fidel Castro y García muy acomodados en un plácido sofá.
El escupitajo de moralina celestial de la congresista fue un eco lacónico de lo que piensan muchos de sus votantes y seguidores del partido político al que ella pertenece. Gracias a este microrelato más oportunista que oportuno se dibujó un pensamiento tan políticamente incorrecto como esclarecedor, el de una parroquia mental de politiqueros que le exige a las mentes tolerantes, antes que una cómoda indignación, tolerancia ante esa intolerancia a riesgo de cercenar la libertad de expresión. La libertad que se tomó la futura congresista para opinar es la misma que cobija a los que en Venezuela, por ejemplo, le han hecho monumentos a los líderes de la guerrilla en Colombia, a no ser que ella y sus copartidarios quieran negarle a sus contrincantes los mismos derechos que los cobijan a ellos (o que cobijan a los que por estos días han criticado a la congresista y también la han mandado al averno).
Pero volviendo al señor García y a su “problema con Cuba”, el problema del escritor no parece haber sido insular sino continental: su patología se extiende a la personificación del poder en general. Al respecto escribía Anderson en su perfil de 1999:
“García Márquez niega que tenga una obsesión con el poder. ‘No es mi fascinación con el poder’, me dijo, ‘es la fascinación que tienen todos los que tienen poder conmigo. Son ellos los que me buscan, y confían en mi.’ Cuando le repito esto a uno de los amigos más cercanos a García Márquez en Bogotá, este se ríe y cierra los ojos, ‘Bueno, él puede decir eso, también es verdad. Todos los presidentes latinoaméricanos quieren ser sus amigos, pero él también quiere ser amigo de ellos. Hasta donde lo conozco, él siempre ha tenido ese deseo con el poder. Gabo ama los presidentes. A mi esposa le gusta molestarlo y le dice que hasta un vice-ministro le causa una erección.’”
Y claro, García no solo ha usado su poder para medir su hombría con la de los poderosos, sino que usó el poder para erigir, el poder para poder hacer y se pueden recordar sus conspiraciones por la paz (entre 1997 y 2000) y por la educación (Comisión de sabios en 1994). Pero tal vez la empresa en la que García se vio más comprometido con el poder a nivel de Colombia y que le granjeo más problemas fue la revista Alternativa (y no el proyecto más calculado de la Revista Cambio de años posteriores en el que García fue accionista mayoritario).
Alternativa publicó 275 números desde 1974 hasta 1980. García actuó en un comienzo como reticente fundador y decidido financiador pero terminó metido de cabeza y participó en su enfoque editorial, investigativo, gráfico y como columnista. Alternativa en sus seis años de vida sufrió por problemas externos —decomisos, atentados, bloqueos en su financiación, circulación restringida— y por problemas internos —sectarismo, sindicalismo, separaciones—. Es diciente de este país que la acción política de más largo aliento en la que García invirtió tanto tiempo y recursos sea la más ninguneada y que ahora que se rememoran los episodios de su vida en Colombia, su etapa más politizada a nivel nacional sea la más ignorada.
A pesar de que la muerte de García estaba cantada desde hace meses y que los obituarios y “presentaciones multimedia” ya estaban preparadas casi con años de antelación, la omisión de lo que representó Alternativa en la “gabolatría” patriotera de estos días muestra que al periodismo no le gusta hacer periodismo sobre el periodismo. Además, ocuparse de una publicación como Alternativa implica volver sobre un contrapunto escrito y gráfico que hace ver al periodismo actual deslucido, apocado, aburrido. Incluso, se puede decir que el exilio de García del año 1981 es un efecto claro de la labor de contrapeso al poder establecido que él, junto a tantos otros, hicieron en Alternativa. Su exilio fue una retaliación por parte del cuerpo político y militar y por parte de un sector del periodismo, encabezado por el periódico El Tiempo que colaboró con la fabricación de una carta anónima difundida en sus páginas que señalaba a García como colaborador de la guerrilla y lo ponía en lista de espera para el próximo allanamiento y detención por parte del aparato parajudicial del Gobierno de Julio Cesar Turbay. Al menos así lo denunció García en su época, y así lo ignoró El Tiempo en estos días, y en vez de pedir disculpas o de aclarar ese bochornoso incidente del pasado, prefirió pasar de agache, camuflar su error con un bufet variado de hagiografía multimedial y no explicar por qué colaboró en esta campaña de odio que obligó al escritor a decirle adiós a su país.
El “problema con Cuba” continuará persiguiendo al señor García y servirá para nuevas diatribas de más gramaje una vez desaparezcan los Castro de Cuba, cuando salga a la luz la dimensión real de su gobierno y se pueda hacer un balance de la corruptela del poder revolucionario cotejándola con las perversiones del embargo económico, cuando se pueda saber qué se hizo bien y qué se hizo mal. Las críticas a García, desde el aspecto ideológico, siempre tendrán que teñirse de moral, serán una planicie fértil para el cazador de inconsistencias y contradicciones que gusta de sumarle estampitas a la biblia que todo moralista pretende escribir e ilustrar. Pero a nivel del arte, el mismo terreno pantanoso de lo mundano es el lugar propicio para comprender en su complejidad la experiencia paradójica de vivir. El tiempo que García se compró para poder trabajar exclusivamente en Cien Años de Soledad vino de lo que pudo ahorrar por trabajar durante varios años al servicio de franquicias norteamericanas de publicidad o haciendo guiones, y claro, toda esa experiencia laboral de tinte mercantil en vez de depreciar su obra, la alimentó, le dio al artista una educación práctica y sentimental, un arsenal de trucos narrativos que jamás le habría dado la literatura “pura” (aunque nunca dejó de ser un lector insaciable de todo lo escrito por una tropa mundial de literatos vivos y muertos).
El artista, a riesgo de hundirse lentamente en las arenas movedizas de la inmoralidad, gracias a esas experiencias mundanas ganó una comprensión que le permitió hablar con propiedad de la vida y de sí mismo:
"Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuan poco me importa el tiempo ajeno." (Memoria de mis Putas Tristes)
Más que andar haciendo discursitos empalagosos sobre García plagados de mariposas amarillas o de andar engolosinados con la categoría de “realismo mágico” que parece salida de la misma encuesta que dictamina que los colombianos son los seres más felices del planeta, habría que ver que lo escrito por García nunca estuvo tan cargado del didactismo aleccionador con que ahora se lo pretende inmunizar, al menos en sus obras iniciales, antes de que pasara de la metralleta rítmica de la máquina de escribir a la cajita de música ambiental de un computador Mac.
El poder de García se mide, al menos como artista, en esos momentos en que supo capturar al mundo, hacerlo suyo y de todo el que se arrime a interpretarlas. Todas esas obras o fragmentos de obras en que logró darle concreción formal a ese estado inmanente entre la tragedia y la comedia donde se define lo humano. El poder de García puede verse reflejado en la casa llena de lujos que tenía en Cuba junto al desnucadero secreto de Castro, o en jugar tenis con los expresidentes de Colombia y departir con el Rey de España en el islote presidencial cerca a la siempre colonial Cartagena, pero el poder revolucionario del artista está en el lenguaje, en esa quimera que supo servir, alimentar, nutrir incluso con inmoralidad, con infamias efímeras que se transformaron luego en pasajes hipnóticos que le dieron una brizna de inmortalidad:
“La verdad es que yo no gano nada con ser santo después de muerto, yo lo que soy es un artista, y lo único que quiero es estar vivo para seguir a pura de flor de burro con este carricoche convertible de seis cilindros que le compré al cónsul de los infantes, con este chofer trinitario que era barítono de la ópera de los piratas en Nueva Orleans, con mis camisas de gusano legítimo, mis lociones de oriente, mis dientes de topacio, mi sombrero de tartarita y mis botines de dos colores, durmiendo sin despertador, bailando con las reinas de la belleza y dejándolas como alucinadas con mi retórica de diccionario, y sin que me tiemble la pajarilla si un miércoles de ceniza se me marchitan las facultades, que para seguir con esta vida de ministro me basta con mi cara de bobo y me sobra con el tropel de tiendas que tengo desde aquí hasta más allá del crepúsculo, donde los mismos turistas que nos andaban cobrando al almirante trastabillan ahora por los retratos con mi rúbrica, los almanaques con mis versos de amor, mis medallas de perfil, mis pulgadas de ropa, y todo eso sin la gloriosa conduerma de estar todo el día y toda la noche esculpido en mármol ecuestre y cagado de golondrinas como los padres de la patria.” (Blacamán el bueno vendedor de milagros)