miércoles, 24 de junio de 2009

Co


Por Carlos Castillo Cardona

No era necesario revisar códigos ni decretos ni jurisprudencia ni era indispensable esculcar en el derecho internacional. Una simple revisión de los diccionarios, como el de María Moliner, bastaba para que magistrados, fiscales, procuradores y entidades de control no hubieran metido la pata de forma tan contundente cuando tuvieron que afrontar los casos de la yidispolítica o de la teodolindocracia. Co no es una palabra. Es­ un elemento prefijo, variante del cum del latín, que expresa participación o cooperación. Está ligado a consocio, conllevar, coheredar. Co expresa lo mismo que con. Queda claro que cohecho resulta de acciones de cohechar o de dejarse cohechar, en cualquier acepción, (fácil, todas empiezan con co). Cohechar, de confectäre, es acabar, negociar, y consiste en ofrecer o hacer regalos a un juez o empleado para que obre de determinada manera, sea o no justa. Se relaciona con comprar o corromper que es igual a sobornar.

Antiguamente, la palabra también tenía el sentido de obligar o coaccionar, acciones que se han mantenido vigentes en Colombia. Curiosamente, el verbo cohechar también tiene el sentido de levantar el barbecho o labrar la tierra por última vez antes de sembrarla. Esto tiene entre nosotros un gran sentido cuando se trata de sembrar un plebiscito. Pero, en todo caso, la partícula co está presente en todas estas palabras, lo cual indica que claramente existe corresponsabilidad, compañía, cooperación y correlación. Sí. Incluso es lícito pensar en eso de cohonestar, en hacer aparecer como honesto, justo o razonable lo que no es. También tiene el sentido de simular. Incluso, tiene que ver con armonizar o hacer compatible una cualidad, actitud o acción con otra. Por ejemplo, “cohonestar la virtud con la alegría”. Aunque en nuestros casos los cohechadores han seguido tan alegres con su falta de virtud. Y, para que quede claro, los que elaboraron los diccionarios no fueron capaces de prever en sus definiciones nuestro alto grado de corrupción (también con co). Usualmente definen al cohechador como a la persona que cohecha a un funcionario público.

Los diccionaristas no pueden imaginar que sean nuestros funcionarios públicos los que cohechan a los representantes del pueblo para que cambien su voto o se ausenten en el momento de las votaciones. Los que, para ser coherentes, se dejan cohechar con o sin cohesión, por las buenas o por la fuerza. Por supuesto no se trata, o por lo menos no lo sabemos, de que existan en nuestros casos una coherencia de ideas, doctrinas y que respondan a un altruista conjunto sin contradicciones. No. Parece ser un simple comportamiento mafioso, llevado por el interés de violar las normas en favor propio, por un lado, y el de obtener beneficios y favores mezquinos, por el otro. La única coherencia que se logró fue la de unirse en el acto ilegal y corrompido.


Y es evidente que ninguno de los que vigilan el cumplimiento de la ley sintió alguna cohibición para hacerse el de la vista gorda y no quedar atado a la idea de que cohecho es un hecho que implica colaboración. Quizás porque entre las entidades que ejecutan, las que legislan y las que vigilan se ha logrado la cohesión, por aquello de que las partes están fuertemente unidas física o espiritualmente, como un todo, hecho de hormigón, aglutinado, compacto, consistente, denso y duro. Es una manera de gobernar: es una cohabitación que nos cohonde, es decir, que nos mancha, nos avergüenza y confunde.



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La esfinge


Por Antonio Caballero

No es un turista vestido de turista en el Egipto de los faraones, aunque pueda parecerlo: esas gafas de sol, esos pantalones de dril. Es el presidente de los Estados Unidos, o sea, como quien dice, el faraón reinante. El que está detrás es otro, Kefrén, tal vez, o su padre Keops, el de la Gran Pirámide, y va, él sí, vestido de faraón de Egipto. O sea, de esfinge. La imagen del poder. ¿Qué dicen? El uno lleva ahí cuarenta y cinco siglos tendido en el desierto con la boca cerrada. El otro estuvo de visita hace ocho días, y echó un largo y elocuente discurso. Pero no es fácil saber qué dijo de verdad: la esfinge, cuando habla, habla en adivinanzas. El discurso que Barack Obama pronunció en la Universidad de El Cairo fue largo, digo (en términos de Obama: casi una hora), y elocuente (los suyos siempre lo son), y si se toma al pie de la letra (cosa muy peligrosa con las adivinanzas), esperanzador. Había ido allá, dijo, a anunciar “un nuevo comienzo”. Con la vastísima ambición de iniciar la reconciliación entre el mundo del islam y Occidente al cabo de mil trescientos años de confrontación religiosa, cultural y guerrera casi ininterrumpida.

Hasta hace unos pocos meses, el presidente George W. Bush se empeñaba en continuar, hasta la victoria, esa guerra milenaria. Barack Obama dice que quiere intentar la paz. Dicho por otro presidente de los Estados Unidos, o por cualquier otro dirigente de Occidente que quepa imaginar, el propio Bush o el mismísimo emperador Carlomagno, la propuesta sonaría hueca y falsa. En los labios de Obama suena bien. Dentro de los límites de la sana cautela, claro: lo que dice Obama siempre suena muy bien, porque el hombre habla muy bien. Y después va y resulta que lo que hace no se ajusta demasiado a lo que ha dicho: recuerden lo de Guantánamo y los jueces militares y los huecos negros de las cárceles secretas de la cia. Casi siempre las adivinanzas de la esfinge tienen trampa. Por eso no importa tanto qué es lo que dice Obama, cuanto el cómo dice lo que dice. No hay que fijarse solo en sus palabras, sino también en sus silencios. Y en el discurso de El Cairo, el cómo fue bastante impresionante. Un cómo hecho de tres cosas: el tono, el vocabulario y el acento. El tono. Para volver a la comparación con Bush: un tono en las antípodas de la arrogancia y el desprecio; un tono de respeto igualitario, hacia los árabes a quienes se dirigía en lo inmediato, y hacia el más amplio ámbito del mundo islámico en su conjunto. Un respeto cultural y político, que incluía referencias a la religión y al álgebra, sin olvidar la poesía. E

l vocabulario. En una hora de ejercicio retórico desplegado para una audiencia musulmana, ni una sola vez mencionó Obama la palabra “terrorismo”: elocuente omisión. Y en cambio no eludió otras tan cargadas de peso histórico como “colonialismo”, inesperada y tan inimaginable en boca de un presidente norteamericano como lo hubiera sido en la de un antiguo faraón egipcio. Se refirió por su nombre propio a un país hasta ahora inexistente para la democracia de su país: Palestina. Y al respecto usó dos términos prohibidos y proscritos: “ocupación” (por parte de Israel) e “intolerable”. Y el acento. Al citar una sura del Corán —del “Holy Quran”, el Sagrado Corán— no le dio al nombre del libro su pronunciación inglesa, sino que lo acentuó como lo harían sus oyentes árabes. Y así pronunció también las palabras árabes de salutación “assalam ayakum”, sin aspavientos demagógicos, con la seguridad tranquila de alguien que sabe lo que significa lo que está diciendo. Piensen ustedes, por ejemplo, en Bush, para seguir con Bush, diciendo, por ejemplo, en México: “Saludos, amigos”. Habló muy bien Obama en El Cairo. Pero la esfinge habla en adivinanzas. Nunca se sabe bien lo que quiere decir. Y la tradición asegura que el que no lo adivina, muere.


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domingo, 7 de junio de 2009

"Estamos en la tercera guerra mundial"

Vicente Verdú.

Entrevista Vicente Verdú

JUAN CRUZ

El poeta, periodista, narrador y ensayista se ha concentrado ahora en las dificultades del capitalismo. El resultado es El capitalismo funeral. Según el autor, la crisis que recorre el planeta es "social, cultural, moral y, por lo tanto, el principio de un mundo y el final de otro"


Es muy fuerte lo que dice: estamos en la tercera guerra mundial. Pero hay que atender al modo de decirlo. Vicente Verdú (Elche, 1942) es un poeta; es el autor de un libro memorable, Si usted no hace regalos le asesinarán; como periodista (oficio que ejerce en EL PAÍS desde 1981), forma parte de una generación que combatió con la cultura el espacio gris del franquismo; como ensayista ha visitado Estados Unidos y China con igual solvencia, y como narrador es autor, entre otros, de un libro, No ficción, que convirtió en su manifiesto contra la ficción, o contra el imperialismo de la ficción. Ahora se ha adentrado en los agujeros negros del capitalismo y ha salido de ahí con un título que abre las carnes, El capitalismo funeral. La crisis o la Tercera Guerra Mundial, que Anagrama publica en el momento más oscuro de la crisis mundial.
PREGUNTA. El capitalismo funeral.

¿Cómo llega usted a este título? ¿No le parece que la palabra funeral disuade?

RESPUESTA. Viene como contraste a una época muy de auge, de orgía, y en este batacazo súbito en que el mundo ha venido a caer esta palabra negativa confiere el contraste del lleno y el vacío, del alto y el bajo, de la levitación y el enterramiento

... Me enamoré de ese título porque funeral, que empleamos siempre como sustantivo, es un adjetivo de origen, y me pareció que ese juego léxico entre dos aparentes sustantivos, capitalismo y funeral, era rotundo y expresaba también el fin de una época. Ése es el fondo del libro, que ésta no es una crisis cíclica más, sino que a mi modo de ver es una crisis social, cultural, moral y, por lo tanto, el principio de un mundo y el final de otro.

P. Y una falla en la historia de la cultura, dice usted.

R. Creo que la crisis no es exclusivamente financiera y económica; hay implicados muchos más elementos. El especulador no puede especular si no hay gente con quien especular; el estafador no estafa si no hay un cándido; la gente no se aventura en las hipotecas si la época no lo promueve. Todo esto tiene que ver. Y tiene que ver, por si faltaba poco, con la pérdida de calidad de las cosas. Cuando se habla de los bonos basura o de las hipotecas subprime, eso es concordante con el trabajo basura, con la tele basura, con la comida basura y con la mala calidad de las personas, porque ésa es una cuestión que a mí me ha parecido interesante para explicar. No estoy moralizando, estoy hablando de la ruptura de los materiales...

P. ¿Somos peores?

R. ...Los materiales eran malos. La amistad estaba deteriorada o era floja... La calidad de las personas también bajó en correlación con la baja calidad de los tejidos en los vestidos, con la baja calidad de las comidas, del trabajo, de los muebles...

P. Le repito: ¿somos peores?

R. Los conceptos morales son peores respecto a los valores absolutos. Somos menos consistentes. Una economía especulativa como la que venía necesitaba perder consistencia y ganar elasticidad, facilidad de circulación, ligereza, poco afianzamiento. En Estados Unidos hay una cosa que se valora en los empleos: el lastre cero. Se llama a una persona de lastre cero a aquella que no tiene raíces, que tiene pareja pero no está enamorada, que no tiene hijos o los tiene distanciados, que tiene una formación pero no es una formación muy vocacional

... Es un mundo ligero y volátil, propenso a desvanecerse.

P. Ahora no miramos a la economía. ¿Adónde miramos ahora?

R. En una época pasada vivimos basados en el dolor como eje de la cultura. Se alcanzaba la recompensa después del sacrificio. Primero se ahorraba y después se compraba. Esa ética del dolor, basada en el cristianismo acérrimo, fue sustituida por una sociedad de consumo que invirtió la ecuación. Es la inversión de la ecuación del dolor y el establecimiento de la ecuación del placer. Ahora Zapatero, por ejemplo, nos induce a que consumamos, cuando hace dos o tres meses eso parecía moralmente condenable.

P. Se acabó la fiesta.

R. Como el placer no era malo o condenable sino productivo a través del consumo, que no era pecado mortal, sino que estaba formando parte del espíritu del tiempo, todo había que disfrutarlo en esta vida. Y ésa era la norma que persistía en todos los ámbitos. Esa época también coincidía con un aturdimiento, faltaba un proyecto de vida. La idea del proyecto de vida es más propia de una época anterior. Casarse, tener hijos, afianzarse en un trabajo de por vida, la extremaunción y el cielo. Todo ese proceso predeterminado se descompone en la segunda mitad del siglo XX: no hay una sino varias parejas, no uno sino distintos trabajos en diferentes lugares, no una familia única sino un ensamblaje de familias mecano, etcétera. El fin de fiesta es el apagón de las luces y el momento en que llega la meditación.

P. Dice que el capitalismo finge su funeral, y evoca con melancolía el siglo XX.

R. Fue un siglo poderosísimo. Se ensayaron en él todas las utopías del siglo XIX, y se asistió a su fracaso. El nacionalismo dio con los campos de exterminio. El comunismo dio en los gulagui. Todas esas grandes ideas colectivas orientadas a crear un hombre nuevo, una humanidad cooperadora, terminaron mal. Fue un siglo muy intenso, y quizá por eso el XXI ha empezado con ciertas resistencias.

P. ¿Estamos en la tercera guerra?

R. Estamos en una gran crisis que propaga una adversidad a escala mundial. Yo he comparado este trance con una metafórica tercera guerra mundial porque el capitalismo necesitó y se benefició de las grandes destrucciones materiales de las dos guerras mundiales anteriores. No sólo Estados Unidos, que se benefició de la destrucción de Europa, la industria alemana también renovó, a través del Plan Marshall, su actividad industrial a una velocidad impensable sin la contienda. Y a partir de ahí puede hablarse del saneamiento de todo el sistema mundial y su progreso. La gran crisis actual ha sobrevenido justamente medio siglo después de la Segunda Guerra Mundial, y ésta estalló casi medio siglo después que la primera.

P. Cita un verso de Hölderlin: "Donde hay peligro también surge la salvación".

R. Esta sentencia forma parte del pensamiento que señala el mal dentro del bien o viceversa, que ve siempre dentro del sí un pequeño no y al contrario.

P. ¿Y ahora dónde ve usted el no?

R. En el descrédito de las instituciones bancarias y de todos los intermediarios, políticos incluidos, como factores de explotación. En cuanto a la política, ya no cabe la posibilidad de pensar en un sistema democrático que sobreviva si no es a la manera como lo ha entendido Obama, movilizando a millones de personas a través de Internet. El mundo camina hacia la desaparición del intermediario improductivo y hacia una estructura más horizontal, una suerte de "anarquía armónica", como dice Salvador Pániker.




El capitalismo funeral. La crisis o la Tercera Guerra Mundial. Vicente Verdú. Anagrama. Barcelona, 2009. 200 páginas. 15 euros.



elpais.com/babelia

Lo peor no es inevitable


La crisis se ha extendido como un pulpo a todos los ámbitos de la vida. Frente al temor de que el capitalismo sin reglas que ha provocado la Gran Recesión desemboque en una nueva burbuja, los ciudadanos han descubierto la prioridad de lo colectivo y la importancia de estar bien gobernados. Varios libros demuestran que el Estado vuelve a tener un lugar en el mundo.
JOAQUÍN ESTEFANÍA

De la crisis que está viviendo el mundo decía John Le Carré en estas mismas páginas de Babelia: "Es tan drástica e irreversible como el muro de Berlín (...) en estos momentos estamos divididos entre los que están afectados por la recesión y aquellos que simplemente la observan. Pero el acto final de todo esto será más igualitario (...) Ahora nos dicen que tengamos miedo...".


Para abordar estos acontecimientos contemporáneos que muy genéricamente se definen como crisis hay que partir de varias premisas metodológicas previas. La primera, que en tiempos de incertidumbre ser optimista es una cuestión de moralidad pública, como ha explicado el economista José Juan Ruiz (Retos ante la crisis). La economía se mueve por expectativas y el optimismo es una de ellas. Ser optimista no significa dejar de reconocer las dificultades, sino intentar superarlas. Aquí se puede utilizar certeramente la cita de Antonio Machado: "No podemos esperar que el viento sople sobre nuestras velas, queremos y debemos orientar las velas hacia donde sopla el viento".

La segunda premisa son los problemas de diagnóstico que hemos padecido respecto a la crisis: la ausencia de relato. Casi dos años después de iniciada, apenas nos ponemos de acuerdo con sus orígenes remotos -más allá de generalidades como la codicia- y mucho menos sobre su profundidad y duración. Decía Descartes que lo que se concibe claramente se enuncia claramente. Viceversa, podemos escribir en esta ocasión: lo que se concibe con opacidad se enuncia con oscuridad. Algunos analistas cuentan con ironía, pero con verdad, que la crisis financiera ha tenido tres fases: en la primera, el vendedor sabía lo que vendía y el comprador sabía lo que compraba; en la segunda, el vendedor sabía lo que vendía pero el comprador no sabía lo que compraba; en la tercera, el vendedor no sabía lo que vendía y el comprador no sabía lo que compraba. Así ha ocurrido que los pocos que intuyeron lo que iba a ocurrir fueron una especie de Casandra. Casandra era una sacerdotisa del dios Apolo al que éste concedió el don de la profecía; Casandra, casquivana, engañó a Apolo, y éste completó sus dádivas: podría determinar lo que iba a suceder pero nadie la creería. Por ejemplo, adivinó la guerra de Troya pero no la evitó.

La tercera premisa está vinculada directamente a la anterior: mucho antes que las burbujas tecnológicas, inmobiliarias, bursátiles, financieras, había una burbuja del conocimiento que duró ya al menos un cuarto de siglo, basada en una visión economicista del mundo, según la cual éste se autorregulaba sin intervención de los poderes públicos, la agregación del interés de cada uno generaba el interés común y no había límites a la acción humana sobre la naturaleza. Es muy significativo comprobar cómo el estallido de la crisis económica ha coincidido con la llegada a la sociedad del debate sobre el cambio climático, afortunadamente superado el círculo de los expertos.

La crisis actual posee dos características principales: tiene el potencial de ser la más destructiva para el planeta desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado; y es multidisciplinar, hace tiempo amplió sus códigos genéticos económicos y se extendió como un pulpo por la sociología de la vida y las condiciones de supervivencia de los ciudadanos, sean éstas políticas o sociales. Tener el potencial de ser tan destructiva no significa equipararla a lo sucedido en la primera parte del siglo pasado; afortunadamente el mundo ha establecido algunos cortafuegos para que no se repita lo peor de aquel relato, entre los cuales el más importante es la existencia del Estado de bienestar para la parte más minoritaria y afortunada de la humanidad (alrededor de 500 millones de personas sobre más de 6.000 millones del conjunto). Resulta muy conveniente releer ahora los tratados de historia del periodo entre los años 1919 y 1939 para establecer las analogías y diferencias respecto a la actualidad (por ejemplo, el recién publicado El camino hacia la guerra, de Richard J. Overy, o el clásico La crisis de los 20 años, de E. H. Carr).

Hay científicos sociales que al analizar la crisis actual introducen algunos elementos propios de las décadas de los veinte y los treinta del siglo pasado y hablan directamente de la "economía del miedo". Las crisis multiplican el miedo. No se trata del miedo al terrorismo (que permanece agazapado), sino el miedo al otro, al diferente, al inmigrante que viene de fuera y compite por nuestros escasos puestos de trabajo y por las prestaciones de nuestro welfare. El miedo como un ingrediente activo de la vida política de las democracias occidentales, como acaeció en otros momentos de la anterior y atormentada centuria (Sobre el olvidado siglo XX, de Tony Judd): el miedo a la incontrolable velocidad del cambio, a perder el empleo, a quedar atrás en una distribución de recursos cada vez más desigual. A perder el control de las circunstancias y rutinas de nuestra vida diaria. Y quizá, o sobre todo, miedo no sólo a que ya no podamos definir nuestras vidas sino también a que quienes tienen la autoridad (nuestros representantes elegidos) hayan perdido el control a favor de fuerzas que están más allá de su alcance.

En este contexto cobran más importancia que nunca las instituciones. De nuevo la historia nos muestra que cada vez que se genera una crisis tan extrema, los ciudadanos redescubren de forma aguda la necesidad de instituciones eficaces, la prioridad de lo colectivo, la importancia de estar bien gobernados, la significación de los servicios públicos y su buen funcionamiento, la centralidad de un Estado de bienestar lo más potente y eficaz que sea posible. Sólo que ahora, a diferencia de otras coyunturas históricas, hay que hacerlo en el marco de referencia de nuestra época: la globalización.

Así se redefine la visión del progreso. Por un lado, las causas del progreso de un país se identifican con la dotación y el uso de los factores productivos de que dispone (capital humano, tecnológico, físico, su geografía...): lo que se ha denominado el hardware de la economía. Pero también existe el software de la economía: la calidad del marco normativo y de las instituciones. Las instituciones, cuando funcionan bien, reducen la incertidumbre, aminoran los costes de transacción y facilitan la cohesión social.

Ese temor a lo desconocido estimula el cambio de paradigma económico. El Estado vuelve a tener un lugar en el mundo; se siente la necesidad de nuevas y más potentes regulaciones contra los abusos del mercado y contra los caníbales que lo han convertido en un casino, lo que significa el retorno de la política. Cuando hay dificultades se redescubre para qué sirve un Estado firme y con poderes. En EE UU, los ciudadanos han girado en masa su mirada hacia el Gobierno federal para que les ayude a salir de la crisis política y económica, en cuanto éstas han sobrevenido. Así se explica en buena parte la elección de Barack Obama y la barrida electoral a los neocons de Bush.

Una democracia saludable, lejos de estar amenazada por el Estado regulador, depende de él. El problema no era mucho Estado, como nos dijeron los dioses que -ahora lo sabemos- eran falsos, sino la ausencia del mismo. Después de todo, ¿cuál es la alternativa para evitar que una crisis económica devenga en una crisis sistémica, o en una crisis violenta, como la que se desarrolló en las tres décadas que pasaron desde el inicio de la Primera Guerra Mundial hasta el final de la Segunda?

Pronto se cumplirán dos años del estallido de esta crisis que ha sido más profunda y global que las anteriores. Es momento de poner las luces largas y concluir que quizá el historiador británico Eric Hobsbawm no tenía razón y el siglo XX no ha sido un siglo corto -"¿cómo hay que explicar el siglo XX corto, es decir, los años transcurridos desde el estallido de la Primera Guerra Mundial hasta el hundimiento de la URSS que, como podemos apreciar retrospectivamente, constituyen un periodo histórico coherente que acaba de concluir?" (Historia del siglo XX)-, sino un siglo largo que se inició con el estallido de la primera conflagración mundial y está concluyendo ahora, con esta crisis en la que se aprecia la ausencia de temor, la chulería, el bandidaje de aquellos que se aprovecharon de un capitalismo sin reglas, falsamente autorregulado, corrupto y corruptor, y extremadamente desigual, que nos ha conducido a esta Gran Recesión. Lo peor es que no se aprecia la suficiente ambición reformadora para volverlo a evitar y es lícita la sospecha de que en cuanto el planeta salga de las dificultades más abstrusas, los mismos sujetos se aprestarán a generar, para su beneficio, la siguiente burbuja.


Iberoamérica 2020. Retos ante la crisis. Edición de Felipe González. Siglo XXI y Fundación Carolina. 436 páginas. 20 euros. El camino hacia la guerra. La crisis de 1919-1939 y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Richard J. Overy. Traducción de Carmen Martínez Gimeno. Espasa. 240 páginas. 21,90 euros. La crisis de los 20 años (1919-1939): una introducción al estudio de las relaciones internacionales. E. H. Carr. Traducción de Emma Benzal. Los Libros de La Catarata. 328 páginas. 21 euros. Sobre el olvidado siglo XX. Tony Judd. Traducción de Belén Urrutia. Taurus. 496 páginas. 22 euros. Historia del siglo XX. Eric Hobsbawm. Traducción de Jordi Auraud, Juan José Faci y Carme Castells. Crítica. 616 páginas. 24 euros.


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miércoles, 3 de junio de 2009

Vargas Llosa en Caracas: show mediático internacional


Por Winston Orrillo

La razón non sancta oculta

Al volver al Perú, me pregunto el porqué del show mediático internacional de Mario Vargas Llosa, la vedette de los conciliábulos ultraconservadores más esclarecidos, en momentos en que la derecha ecuménica no sabe dónde meter la cara, pues su engendro non plus ultra, el neoliberalismo, ha desatado una crisis económica mundial, más siniestra, aun, que la de 1929.

Me quitó, pues, el sueño el asco de ver el reinado de la mentira, típica arma mediático-fascista, en torno a este asunto que, al final –como veremos- tenía su razón oculta.

Y todo, respecto a lo sucedido en Caracas, con la provocadora presencia de aquél y de una troupe de seudointelectuales; una claque, destinada, al parecer, solo a cumplir “la misión” que les había dado –por interpósita vía- el State Department, paranoico por el crecimiento indetenible de los procesos de ruptura del neocolonialismo, en nuestras patrias, otrora su seráfico patio trasero.

Vi los diarios, emporcados por la mentira (menos “La primera”) y una infame portada de la revista, Caretas, especializada (¿cuánto hay?) en insultar grosera, cuanto estultamente, al presidente constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, comandante Hugo Chávez Frías.

Aquella carátula pretende una “ingeniosa” paráfrasis de la novela de Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo, que transforma en La guerra del fin del mono, con su reconocida proclividad racista.

Pero la madre del cordero es la falacia, que los seguidores fieles del lema nazifascista ( miente, miente, que algo queda), crearon, para esta ocasión, al fabricar aquello de que “Chávez convocó a una polémica de la que luego se corrió”.

¡Absoluta mentira!

Y lo escribe alguien que participó en el totalmente silenciado (por ellos,“liberales y objetivos” ) foro caraqueño, Encuentro Internacional de Intelectuales frente a la crisis del Capitalismo, que contó con la participación de varios premios internacionales de literatura, el Ministro de Cultura de Cuba, escritor Abel Prieto, una vice ministra de Bolivia, y por supuesto el Ministro del Poder Popular para la Cultura de Venezuela, H. Soto, organizador del evento, junto con la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad. A su lado, pues, hubo personalidades de reconocido prestigio, como Fernando Buen Abad, Héctor Diaz Polanco, Gilberto López y Rivas, y Ana Esther Ceceña, de México; Luis Britto , Iraida Vargas, Mario Sanoja e Iradia Vargas, de Venezuela; Hernando Calvo Ospina, de Colombia; Hugo Moldiz de Bolivia, así como Tania Temoche y James Earley, del Perú y USA, respectivamente.

De aquí surgió la iniciativa de polemizar con los intelectuales del neoliberalismo, que habían sido convocados, en non sancto aquelarre, por el CEDICE (Centro de Divulgación del Conocimiento Econòmico), que gerencia la contrarrevolucionar ia venezolana, Rocío Guijarra, presente en el abortado golpe de Estado de abril de 2002, organizado para detener el curso ya victorioso de la Revolución Bolivariana.

Lo que planteamos era coherente: desafiamos a una polémica a la troupe de tarifados difamadores del proceso venezolano (al que V. Llosa llamó, entre otros despropósitos, de “izquierda troglodita”).

Así lo entendió el Presidente Chávez, quien ofreció su Programa semanal de TV, “Alo, Presidente”, para que este diálogo se viabilice.

Todo parecía natural, pero emergió el sinsentido: “polémica, sí, pero entre nuestro Marito, y el dictador “tropical”.

Esto fue, de suyo, rechazado por nosotros como una insolencia y una muestra de megalomanía del escribidor de marras y su cohorte.

Pero nos equivocamos.

La verdad era otra, y aquí la revelamos.,

El fallido show mediático del escribidor, tenía como propósito utilizar a Caracas como catapulta para su lanzamiento como candidato a la presidencia de la república del Perú.

Para ello cuenta con los latifundios mediáticos, totalmente a su servicio, y, asimismo, con su propio fraseo, pues hace poco calificó la situación electoral ad portas del Perú como el dilema entre el cáncer y el sida, vale decir entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori, la hija del sátrapa, condenado, por el momento, a 25 años de cárcel efectiva.

Al que dice amar el diálogo, al que lo exige plañideramente, le recordamos que el Comandante Humala, el candidato con mayor arrastre popular, le pidió dialogar para explicarle su programa, a lo que el de la Casa Verde, ni siquiera le contestó.

Esta conclusión electorera del escribidor de marras, la sacamos por su coro de áulicos que, más o menos sotto voce, se ha pronunciado en este sentido. Véase el artículo de Mirko Lauer “MVLL: ¿otra vez en el partidor”, La República, 30-05-09; y el de un turiferario de García –premiado con la dirección de la Biblioteca Nacional- y que escribiera que si salía, en el proceso electoral anterior, Ollanta Humala, el país, la patria, se hundirían. Ahora, Hugo Neira -tal su nombre- en su artículo “Caracas: la cosa es grave”, en el mismo diario, hoy, 02-06-09, escribe: “…pobres de nosotros si en el 2011, votos populares creyendo salvar la nación convierten al Perú, después de Bolivia y Ecuador, en otra provincia del chavismo”- Y acaba con un cinismo melodramático: “Yo no tengo ninguna ambición personal. Lo único que quiero es no quedarme sin patria”.

Apocalíptico, este señor, en pleno ejercicio de lo justamente llamado terrorismo mediático. La misma estulticia política deviene grave, porque este “intelectual”, formado en Francia, es de la misma camada que los que fueron a Caracas, y es un magíster del figuretismo.

De aquí a proponer el lanzamiento electoral de V.Llosa, del que Neira es catecúmeno, no hay sino un paso.

El paso que va a consistir en pedirle al celestino de Ucchuraccay rogarle al autor de La tía Julia, que salve al Perú de la plaga populista que advendría con Humala o del retorno de la caricatura tragicómica que fue la sátrapía de Fujimori.

V.Llosa, refresquemos la memoria, fue el que avaló la matanza de nuestros colegas periodistas, en las serranías de Ayacucho, con el subterfugio de que los indios ignorantes fueron los culpables, cuando es consenso que ellos fueron asesinados por orden del Gobierno de turno.

Este panorama –y la idea pertenece a mi denostado e invisibilizado amigo Ricardo Badani- se aclara, mucho más, con la toma, ayer, por el Gobierno, del canal 5 , Panamericana TV, con el pretexto de las deudas –que sí que las tenía- con la SUNAT (entidad que administra los tributos).

Ése es el camelo: el substrato es la necesidad del Régimen de detentar todo el espectro mediático para imponer un candidato, ya que el desprestigio de su gente es paradigmática, y el compromiso –público- del actual Presidente es impedir que salga elegido alguien que atente contra el sacrosanto Establishment, léase capitalismo salvaje.

En este caso Vargas Llosa, conocido por su proclividad con el Poder, y servil impertérrito con y para el Capitalismo, al impulso del grito de guerra, que proviene de Wáshington DC, “no más gobiernos del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”; el Premio Jerusalén, deviene la última esperanza frente al derrumbe mundial de los parámetros conservadores.

¡Basta de Cubas, Venezuelas, Bolivias, Ecuadores, Nicaraguas, Paraguayes….!

Respeto a la propiedad privada, no a la estatización…. pero como vemos ellos –los neoliberales- no respetan a aquélla y usan de ésta (cuando les conviene: para salvar a los bancos o imponer su voluntad política, al precio que fuere, como en el caso del Perú de ahora mismo).

Todos los dimes y diretes del grupúsculo de provocadores tarifados- acaecían mientras nosotros, en Caracas, asistíamos a una sesión abierta de Aló, Presidente, convocada para celebrar su X Aniversario.

Durante el programa, vimos cómo, en los otrora barrios miserables de los suburbios, los venezolanos acceden a la condición humana, dueños de su futuro, mediante el goce pleno de salud, educación y cultura, gratuitos, y con el desarrollo de una nueva concepción de valores. pues no se trata solo de transformar la economía o las leyes, sino de lograr un hombre nuevo, bajo la égida del pensamiento de su presidente: “Analfabetismo, cero; pobreza, cero; hambre cero: ésa es la gran misión de la vida”.

Porque cuando uno ha vivido, en las Plazas Bolívar y Altamira, la alegría de ver en manos del pueblo miles de libros regalados, entonces vemos cómo se hace realidad el pensamiento de José Martí:

Ser cultos, para ser libres.

Y, finalmente, como una concesión y a pedido de él mismo, se le planteó al grupo ultramontano que el gran escritor bolivariano Luis Britto García, podría polemizar con el autor de La Tía Julia.

Pero éste hizo mutis por el foro.

Lo que él y su cáfila querían era el show mediático para que pudiera, auspiciosamente, lanzar su candidatura presidencial, avalado por su condición de exorcista de tiranos que solo su afiebrada y maniaca mente crea.

Pero el castillo de cartas (marcadas) en este caso, se les derrumbó.


La Calera, Lima, 2 de junio de 2009



lapolillacubana.blogspot.com

Vargas Llosa tiene un lucero en la frente y tinieblas ideológicas en la conciencia


Por Tomás Borge

Cuando Mario Vargas Llosa llegó a Nicaragua, durante el primer gobierno Sandinista, casi paso inadvertido. No le dimos, y eso fue lo mejor, mayor importancia. Escribió contra el FSLN un largísimo artículo, dividido en 5 ó 6 partes, publicado, si no me equivoco, por el Washington Post.

Yo le ofrecí una pequeña recepción y una entrevista y de aquel encuentro apenas recuerdo su afirmación publica de que yo “usaba las metáforas hasta la perversidad”, sus miradas persistentes de admiración masculina hacia la hermosa poeta nicaragüense Gioconda Belli y de que se fue de Nicaragua para nunca volver.

Mario es un escritor excepcional. Mi talentosa hija Camila lo considera un maestro en el arte de la trama y la redacción. Mi hijo Juan, de 11 años, ha devorado “La ciudad y los perros” y no hay en América Latina quien no se deleite con su literatura. Tiene un lucero en la frente y merece, que le otorguen por ello el premio Nobel y si no se lo han dado debe de ser porque no le perdonan sus tinieblas ideológicas para las cuales habría que inventar un premio, tal vez el del chavo del 8.

El prestigio del autor de la novela clásica “La Guerra del fin del Mundo” ha sido, utilizado, por desgracia, para defender las malas causas. No se conoce una palabra del famoso peruano–español, sobre logros tan valiosos como haber liquidado el analfabetismo en Cuba, Bolivia, Venezuela y Nicaragua, jamás protesto por el facineroso bloqueo contra Cuba.
No ha dicho palabra sobre la disminución, a nivel de milagro, de la mortalidad infantil en Cuba.

No se opone, que yo sepa, a la discriminació n racial o de género, no forma parte de la sociedad protectora de animales. No ha creado una fundación para proteger a los inválidos, nada en su vida, es una prima hermana de la solidaridad humana.

Se ha limitado a alinearse con representantes de las más rechinantes de las derechas en este mundo.

Fue a Venezuela con el fin deliberado de provocar, sabiendo que su prestigio como escritor encontraría un eco desmesurado e ignominioso en los medios de comunicación de América Latina.

Su prestigio lo condujo a una intensa vanidad, retando a una confrontación verbal al presidente Hugo Chávez.

Nunca retó a Busch, no se atrevió a iniciativa parecida con el presidente de su país, con el cual ha tenido contradicciones políticas. De haberlo hecho me hubiese parecido una inadmisible falta de respeto. Pero lo que no quieras para el Perú, no lo quieras para Venezuela, ni para ningún otro país.

La frase: “Chávez y Fidel son reaccionarios de izquierda”, es una estulticia, una simple tontería.

Solo hay reaccionarios y revolucionarios. Revolucionarios son Fidel, Raúl, Chávez, Daniel, Evo, Correa, Chomsky entre otros y reaccionarios son los Vargas Llosa, George Busch, Orlando Bosh, Mariátegui, el pequeño, Chespirito y cuanto oligarca y vende patria hay en este mundo ancho pero ya no tan ajeno.

No se puede ser revolucionario sin amar al género humano, sin vocación a la solidaridad y al sacrificio.

Los oligarcas, defendidos por los reaccionarios, no aman más que a sus padres y a sus hijos. A veces aman a sus mujeres a la SIP y a los perros de su casa.

Mario defiende su doble nacionalidad, la cual tan solo es explicable para los hijos de padre y madre nacidos en diferentes paises.

Muchos patriotas de este continente jamas optaron por renunciar a su patria o para tener dos patrias.

Somoza arrebato vidas, haciendas y pasaportes. Nosotros jamás buscamos ser mexicanos, con todo y nuestra amistad con López Portillo, ni cubanos aunque fuéremos entrañables hermanos de Fidel Castro, ni españoles a pesar de nuestras excelentes relaciones con Felipe González.

La patria es una sola y jamás se comparte. Apartidas son nada mas quienes tratan de arrebatarte la patria. Nosotros siempre fuimos y seremos orgullosamente Nicaragüense y, nada más.

Están lejos los días en que el gran escritor peruano se dolió por la muerte heroica del joven poeta y revolucionario Javier Heraud.

Yo le oí decir a una persona muy intima de Vargas Llosa, cuando perdió las elecciones presidenciales “Perú no merece a un hombre como Mario”. Pero el Perú es la tierra de Túpac Amaru, Micaela Bastidas, de Mariátegui, de Vallejo, de González Prada, de Haya de la Torre, de Blanca Varela, Jose Santos Chocano y Arguedas, es la tierra de la fantasía y del heroísmo. Podría estar en esta lista Mario Vargas Llosa, si este no se hubiera convertido en un opaco y vagabundo vocero del capitalismo salvaje.



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