lunes, 29 de junio de 2015

Este será el idioma del futuro, y no es inglés ni mandarín

El español es uno de los idiomas de mayor crecimiento en el planeta. Así lo reveló el Instituto Cervantes en su más reciente informe

24 países tienen como lengua oficial el español./semana.com

Definir cuantas lenguas se hablan en el mundo es casi imposible, porque existen dialectos que se denominan idiomas y lenguas que no están clasificadas o reguladas. Sin embargo, el español es una de las lenguas más habladas, según el informe de 2015 del Instituto Cervantes. A continuación los 15 países con mayor números de hispanohablantes.


País
Población
Porcentaje
México
121.005.115
96
Colombia
48.014.693
99
España
46.771.631
91
Argentina
42.202.935
98
Estados Unidos
41.343.921
33
Perú
31.151.643
86
Venezuela
30.620.404
97
Chile
18.006.447
95
Ecuador
15.943.651
95
Guatemala
15.806.675
78
Bolivia
11.410641
83
Cuba
11.210.064
99
República Dominicana
9.980.243
97
Honduras
8.378.600
98
Paraguay
6.893.727
77

De acuerdo con el reporte, 24 países tienen como lengua oficial el español. También otros doce estados lo registran con el estatus de co-oficial y grandes comunidades en otros 30 países, entre ellos Japón, Brasil, Suiza e Israel, también lo dominan.
Es tan popular el español que, según el estudio, es la segunda lengua más hablada del planeta. Además, Colombia es el segundo país con más hispanohablantes y, junto a Cuba, es el único donde casi el 100 por ciento de la población habla español.

Incluso, en países tan lejanos culturalmente como Belice, Andorra o Guinea Ecuatorial más del 50 por ciento de la población hable español.

Vale la pena destacar que Estados Unidos es el quinto país con más hispanoparlantes. Como informa el Instituto Cervantes, dentro de tres o cuatro generaciones el 10 por ciento de los habitantes de la tierra se entenderá en español y Estados Unidos será el país con mayor volumen de población hispanohablante, aún por encima de México.

Por si fuera poco, el español es hoy la segunda lengua en Wikipedia por el número de visitas. Solo el inglés precede al español en visitas a la enciclopedia virtual, disponible en más de 280 idiomas. En Facebook y Twitter, también representa el segundo idioma más hablado. En conclusión, escribir en español está de moda y cada vez más el poder de la lengua de Cervantes llega a nuevos rincones en el mundo.

Vea el informe completo aquí.

viernes, 26 de junio de 2015

Diez razones por las que vale la pena estudiar Periodismo (o reinventarlo si ya no tienes edad para volver a las aulas)

Porque siempre será necesario gestionar información


El periodismo vive una incesante reinvención, a partir de las nuevas tecnologías./jotdown.es
Tal vez fueran los adivinos y los brujos los primeros periodistas. Si el hígado del roedor mostraba tonalidades verdosas adivinaban que no era buena idea erigir el campamento junto a aquella laguna sospechosa; si descubrían una zona de hongos alucinógenos, decidían enseguida que esa información —en cambio era reservada. Tenían que poseer fuentes fiables, ser convincentes, buenos comunicadores, en ese contexto en que el mito todavía no había empezado a ser substituido por el logos (¿se completará algún día ese proceso de substitución?). Siempre ha habido datos valiosos con los que traficar. La modernidad multiplicó exponencialmente su valor simbólico. La contemporaneidad convirtió en cotidianos prefijos como «mega» o «giga». La información no va a parar de crecer: siempre serán necesarios sus gestores. Los periodistas no son más que un tipo de gestor, como los bibliotecarios, los archiveros, los analistas o los profesores. Al igual que ellos, deben ser capaces de localizar rápidamente el dato significativo. Recubrirlo de discurso. Saber interpretarlo.

Porque a veces la vocación no se elige

No es tan frecuente como uno se imagina, pero hay quien atesora una fuerte vocación mediática. Hay quien desde siempre ha deseado ser periodista. En esos casos no hay nada que hacer: no tiene ningún sentido quedarse encerrado en el armario. Sal de él. Sé periodista. Pero ten claro que la licenciatura en Periodismo, el máster, el doctorado, ni siquiera el trabajo en una de las últimas redacciones cual último mohicano serán suficientes. El periodismo es un modo de mirar el mundo, de sonsacarlo, de elaborarlo narrativamente, de transmitirlo. Puede ser su contenedor, pero no su contenido. De manera que tienes que formarte, al mismo tiempo, en otros ámbitos. Leer, ver, visitar, pensar. Economía, derecho, sociología, humanidades, cine, televisión, viajes. El periodismo le dará herramientas narrativas a tu mirada, pero serás tú quien la llenará del conocimiento que te permita domesticar la infinita información.

Porque existen Mongolia y Orsai

No te hagas ilusiones, lo más probable es que no te den trabajo. O que cuando termines la carrera o la reorientación laboral hayan dejado de existir (y en cambio pervivan diarios centenarios). Lo que importa es que demuestran que otro mundo es posible: precisamente tu mundo. Un mundo en que la firma ha sido sustituida por la marca. En que los contratos indefinidos se han transformado en colaboraciones freelance. En que el periodista es también comisario, profesor, bloguero, DJ. En que casi todo tiene que recrearse, repensarse, reimaginarse. En que las hemerotecas se han vuelto virtuales. En que las grandes cabeceras se atomizan en un sistema solar de micromedios. En que el periodista se inserta en una dimensión superior, la de la comunicación, que a su vez forma parte de la supergalaxia de la circulación informativa. Es difícil pensar hoy en día en campos acotados, en cotos de caza: incluso las revistas independientes son también editoriales, foros, puntos de encuentro, hasta pizzerías; sobre todo: comunidades. Antes era posible lanzar al mercado una nueva revista y construir después un público. Ahora es preciso crear primero un círculo de cómplices, que con el tiempo se vuelva campamento del salvaje oeste, ciudad circular en tierra de nadie, satélite, planeta. La esfera en cuyo corazón después se instalará el medio informativo, como antaño lo hacía el televisor en el centro del salón.

Porque estamos viviendo la gran explosión del dato

Una de las consecuencias más difíciles de predecir del 11-S ha sido la eclosión del Big Data, es decir, de la gestión de monstruosas cantidades de datos. Una vez más han sido los servicios de inteligencia y la industria militar quienes han impulsado lo que llamamos el avance humano. Las ingentes, casi ingobernables cantidades de información que acumulan los ordenadores precisan de intérpretes. Los analistas deberían comenzar a fusionarse con los periodistas para construir, a partir del Big Data, lo único que puede dotar de sentido tal magnitud informativa: Big Narratives. Si en 1999 Mark Kurlansky publicó Bacalao: biografía del pez que cambió el mundo, un recorrido por cómo la pesca de bancos de bacalao o la evolución de sus técnicas de conservación generaron cambios geopolíticos de primera magnitud, no sería de extrañar que dentro de algunas décadas aparezca un libro que se titule: Cómo los bancos de datos cambiaron el mundo, una vez más. El periodista como pescador de altura: no está mal la metáfora, habrá que afilarla.

Porque todos tenemos alma de hacker

Se me ocurren pocos impulsos tan humanos como el que nos precipita en el abismo del chisme. Cotillear, chafardear, poner verde al vecino o a la celebrity: intercambiar información —a veces contrastada y otras no. Si el periodista tiene que aliarse con el analista (o transformarse en él), no hay duda de que también hace buena pareja con el hacker. Solo hay que echarle un vistazo a las series de televisión o a los periódicos: el nerd, el geek o el friki son personajes cómicos, pero el hacker es un personaje trágico, uno de los grandes héroes o antihéroes de nuestra época. No hace falta ser Julian Assange, no hace falta ni siquiera vulnerar la ley, solamente sumarle a la formación estadística y a la capacidad de observar arcos narrativos algunas nociones de búsqueda de datos a través de computadoras y redes. Cuantas más, mejor. Digamos: el periodista como un hacker legal. El periodista informático.

Porque está por reinventar la figura del periodista

En el imaginario colectivo el periodista todavía se vincula con la redacción. Pero ese es solo uno de sus espacios posibles. El hogar se convierte en laboratorio, en taller, en superficie de posproducción. Los frentes en los que se multiplican las posibilidades del artista de lo real son múltiples. Algunos podrían ser: el transmedia (Malvinas 30), el arte contemporáneo como práctica documental o histórica (El Camp de la Bota, de Francesc Abad), el periodismo en viñetas (Joe Sacco), la inteligencia colectiva (Wikipedia), el desarrollo de programas estadísticos, la escritura de novelas de no ficción (Emmanuel Carrère) o la producción de juegos. Los newsgames nos obligan a pensar lo real a través de la interacción y de la reflexión: ¿quién le iba a decir a tu madre que su hijo iba a ejercer el periodismo diseñando videojuegos?

Porque el periodismo está en casi todas partes pero no obstante…

Estamos en tiempos de hazlo tú mismo y de amateurs que se convierten en profesionales a golpe de visitas de blog, de retuiteos o de visionados de Youtube. Pero la técnica, la artesanía no siempre puede aprenderse intuitivamente. Y, sobre todo, solo puede mejorarse, perfeccionarse gracias a la práctica crítica y al estudio. Estudiar Periodismo es obligarse a una disciplina de aprendizaje, de lectura, de evaluación. Para que después, durante toda tu vida, ya puedas aprender, leer y evaluarte por tu cuenta. Ese impulso es necesario, para luego interiorizar la inercia. Porque sin esa energía interna que te impulsa hacia adelante (aunque en el horizonte haya un barranco), al ritmo de las zancadas del presente, la realidad y sus noticias dejarían de interesarte. Y sería el fin.

Porque siempre nacerán nuevos hobbies, nuevas pasiones, nuevas tendencias

No se me ocurre palabra más precisa para nombrar a la «tendencia» que la palabra «tendencia». Tecnológicos, artísticos, profesionales o sociales, constantemente surgen nuevos modos de relacionarse con aquello que nos hace humanos: la moda, la ciudad, los territorios, la imaginación, los otros. Entre las muchísimas utilidades del periodismo está la de justificar tu adicción, tu afición, tu pasión. Ya sea en un blog, en una revista, en un programa de radio o en un diario, si te conviertes en un auténtico erudito en un lenguaje o una práctica que acaba de empezar a desarrollarse y que, por tanto, todavía no cuenta con expertos, no hay duda de que podrás generar discurso periodístico en ese ámbito. Por supuesto es más difícil conseguirlo en disciplinas y temas que se consideren clásicos. Pero eso no debería abocar al desánimo. Al fin y al cabo, el propio periodismo ya es una práctica y un área de conocimiento con varios siglos de tradición.

Porque algo hay que estudiar

Arquitectura no porque no se construye obra nueva. Derecho no, porque sobran abogados y no se convocan plazas de jueces. Medicina y Magisterio tampoco, porque se está recortando en sanidad y en educación. ¿Entonces? Parecía que invertir en formación en nuevas fuentes de energía resultaba conveniente, pero el sector no acaba de arrancar. ¿Qué queremos, que toda una generación estudie Informática y Gastronomía? ¿Qué haremos con una generación entera de programadores y cocineros? A diferencia de los estudios absolutamente técnicos, con una proyección laboral muy definida, el periodismo y la comunicación audiovisual (maldito el día que los separaron), como las matemáticas o las humanidades, deberían educar sobre todo metodologías de análisis y de formulación, de observación y de relato. Conocimientos de adaptación a todo tipo de medios.

Porque merece la pena sentirse parte de una noble tradición

En La banda que escribía torcido, la imprescindible historia del Nuevo Periodismo firmada por Marc Weingarten y publicada por Libros del K.O., encontramos múltiples ejemplos de cómo el periodismo —como cualquier otra tradición intelectual se construye como una sucesión de artesanos que aprenden de otros artesanos, de maestros y discípulos, de referentes clásicos y de nuevos faros contemporáneos. Sobre Joan Didion, leemos: «ahorró suficiente dinero para comprarse una máquina de escribir Olivetti Lettera 22; aprendió por sí misma a unir frases reescribiendo a máquina los pasajes de sus libros favoritos». ¿Cuáles serían esos maestros, nuestro favoritos? ¿Quieres más a mamá o a papá? ¿Eres del Barça o del Madrid? ¿De Enric González o de Maruja Torres? ¿De Juan Villoro o de Martín Caparrós? ¿De Gabriela Wiener o de Manuel Jabois? ¿De Ana Pastor o de Jorge Lanata? ¿Qué te tira más, Salvados o Informe semanal? ¿De ambos, de todos, de alguno, de ninguno? Unos son más de Hunter S. Thompson o de Norman Mailer; otros, en cambio, admiran a Josep Pla o a Manuel Vázquez Montalbán. Hay quien reivindica los reportajes de Gabriel García Márquez o de Rodolfo Walsh; y quien va más atrás, a Nellie Bly o a Daniel Defoe. Pero sobre todo están los periodistas casi anónimos, nuestros primeros jefes, los primeros que editaron textos nuestros, los profesores de la facultad, el redactor del semanario de nuestro pueblo, el chico de segundo de bachillerato que dirigía la revista del instituto y que nos pidió una crónica o un cómic. Todos los autores de todos los textos que hemos leído a lo largo y ancho de nuestras vidas. Todo eso forma una maraña. Una tradición polimorfa de la que vale la pena sentirse parte. O simplemente una banda: las de quienes escribimos torcido. No somos gente especialmente recomendable, pero nos gusta nuestro oficio y creemos en él. ¿Te unes al club?

jueves, 25 de junio de 2015

Graham Greene sesenta años años después

El Hotel Continental en Saigón, inspiración para el escritor británico

Graham Greene, autor británico de El americano impasible./eltiempo.com

El americano impasible de Graham Greene.

El 30 de abril se marcó el XL aniversario de la caída de Saigón en manos de las fuerzas militares de Vietnam del Norte y la salida de últimos helicópteros estadounidenses llenos de refugiados. Para entender algunos de los acontecimientos que precedieron la participación de Estados Unidos en el conflicto, vale la pena examinar el papel que jugó en el sureste asiático después de 1945 y leer de nuevo El americano impasible (1955) de Graham Greene, que no es su mejor novela pero anticipa la intervención de los americanos en Vietnam. Como lo afirmó el mismo autor en un artículo publicado en The New Republic el 5 de abril de 1954: “Hace dos años los hombres creían en una posible derrota militar o la victoria; ahora ellos saben que la guerra se decidirá en otra parte, por hombres que nunca se han metido hasta la cintura en los campos de barro, escalar montañas, estar en medio de los ataques o esperando durante largas horas de aburrimiento”.
Hace más de sesenta años Greene (1904-1991), el escritor británico, visitó a Saigón en calidad de periodista para informar sobre la guerra de Indochina (Vietnam, Camboya y Laos) en los periódicos Le Figaro, The Times y The New Republic. La novela El americano tranquilo se basó en sus propias experiencias durante sus visitas a esta región y la estancia en el Hotel Continental. Cuenta las aventuras de un periodista británico, Thomas Fowler, en Saigón. Este vive con su amante vietnamita Phuong y en el Hotel Continental conoce a Pyle, un idealista americano que se enamora también de la joven. Este hotel es también el escenario de encuentro por primera vez entre Pyle y Phuong. La discrepancia de ideas políticas y los celos anticipan un trágico desenlace.
Uno de los momentos de más mayor tensión en la novela es cuando Fowler, el personaje principal, está en un café bebiendo una cerveza mientras observa a algunas clientes americanas y europeas que toman helado. De pronto, dos espejos se le vienen encima y caen en la mitad, hechos pedazos. Se trata de una explosión de un carrobomba y él corre a Place Garnier, frente al teatro nacional porque sabe que su amante siempre va a esa hora a tomar malteada al otro lado de la calle. Fowler ve a un hombre sin piernas y a una mujer con un bebé muerto entre sus brazos, que lo tapa con un sombrero de paja. En medio de las sirenas, la policía y la gente, él encuentra a su amigo Pyle y éste le dice que Phuong está bien porque él avisó del atentado. Esto le crea dudas sobre las verdaderas intenciones e ingenuidad del americano.
En la actualidad El Hotel Continental de Saigón o Ho Chi Minh, nombre oficial, es cómodo, elegante y todavía vive de su glorioso pasado. Allí se hospedaron famosos escritores, entre ellos, André Malraux y Graham Greene. Es una mañana soleada, la temperatura casi es de 27 grados centígrados. Desde uno de los balcones del hotel se puede ver una banda estudiantil tocando ‘Billie Jean’ de Michael Jackson. Más de cien personas escuchan el concierto con atención, otros paran sus motocicletas y ponen a los niños en los hombros para que disfruten. El espectáculo matutino se lleva a cabo en las escalinatas del Teatro de la Ópera. Muchos prefieren identificar su ciudad con el nombre de Saigón porque el nombre de Ho Chin Minh les trae a la memoria el régimen comunista donde muchos de sus antepasados perdieron todo, otros murieron en las cárceles o fueron torturados. El Proyecto Genocidio de Camboya de la Universidad de Yale concluyó que el Khmer Rouge comunista aniquiló a un millón 700 mil camboyanos, el peor genocidio per cápita anual en el siglo XX. Miles murieron en Vietnam del sur, tratando de escapar en botes y ejecutados en campos de concentración.
Casi medio siglo después la Rue Catinat ya no existe, ahora es la calle Dong Khoi. El concierto parece una retreta de pueblo. La gente, tranquila y feliz con sus familias, disfrutando de la música matinal. A simple vista, ante la incredulidad de algunos visitantes extranjeros y locales, el sosegado escenario en medio del tráfico corresponde a la vida cotidiana del Saigón actual. Desde el mismo café del Hotel Continental, donde Greene imaginó la escena de la explosión hace décadas, se ve la fachada de color pastel del Teatro de la Ópera, otros hoteles y restaurantes de cadena de Occidente, avisos en inglés y un centro comercial a todo lujo al nivel de los de Dubái, Londres o Nueva York. Está ubicado en el distrito número 1, en la zona de negocios y edificios gubernamentales. Por 160 dólares puede hacer una reservación con tiempo para quedarse en la habitación 214, lugar que ocupó Greene. Muchos turistas que hoy visitan a Saigón no tienen la menor idea de quién fue el escritor, de sus 54 libros, basados en su infancia, experiencias en la Segunda Guerra Mundial, los viajes a África, Asia, México, Centroamérica y el Caribe. Varias de sus novelas fueron adaptadas al teatro, la televisión, el cine y traducidas a numerosos idiomas. Pocos visitantes han leído sus reportajes periodísticos de la rebelión en Kenia, la guerra en Vietnam, la dictadura en Haití y el surgimiento de Castro en Cuba, su amistad con el general Torrijos de Panamá y Ortega en Nicaragua, la caída de la Unión Soviética, entre otros. En 2014 The New Republic con motivo de su centenario publicó una colección de los mejores artículos de Graham Greene.
El Hotel Continental de 2015 se ha ajustado a los cambios de las ciudades cosmopolitas asiáticas del siglo XXI pero aquella perla de los años cincuenta, permanece intacta en las páginas del escritor y la imaginación de los lectores. Al final de El americano impasible, Fowler reflexiona: “Pensé en el primer día, cuando Pyle estaba sentado al lado mío en el Continental, con la mirada puesta en un dispensador de refrescos en la mitad del camino. Desde que él murió todo ha ido muy bien, pero cómo me hubiese gustado que existiera alguien a quien pudiera contarle que lo sentía mucho. Pero así no fue”.
Alguna vez Greene dijo que sus libros eran él. Las últimas palabras de Fowler delatan varios aspectos del escritor: la frialdad de un espía, la soledad de un maniacodepresivo y la culpabilidad de un católico agnóstico, como él mismo se calificó.
Alister Ramírez Márquez

sábado, 20 de junio de 2015

La guerra y la educación

En este texto el profesor Julio González plantea el siguiente interrogante: ¿Tendremos un aparato educativo preparado para ayudar a producir  una cultura de la paz, o preferimos jugarle a la innovación, la competitividad, la internacionalización y a estimular a los más “pilos”, y sólo reconocer a la gente por sus títulos y diplomas?

 
La pedagogía hacia la paz en el llamado postconflicto no da espera en todas las aulas de Colombia./udea.edu.co
Es indudable que un éxito en las conversaciones que actualmente adelanta el gobierno nacional con las FARC en La Habana, traerá muchos beneficios al país. Terminar el conflicto armado que el estado colombiano ha mantenido con las FARC y eventualmente, con el ELN, significaría entonces que los demás conflictos del país (económicos, sociales, políticos, y los que se generan en el sistema educativo y de salud, para mencionar sino unos pocos) no van a desaparecer y que probablemente se multiplicarán, pero sí implicaría que deberán resolverse mediante mecanismos políticos y no apelando a las armas de la subversión ni a la represión física por parte del Estado.
Por eso sería deseable que la palabra postconflicto se empleara con más prudencia y precisión. Un acuerdo sobre el conflicto armado no equivale a decir que tendremos una sociedad sin conflictos, porque sería sencillamente imposible, sino que ya no será la fuerza de las armas la que pretenda resolverlos.

Es iluso pensar que inmediatamente se firmen los acuerdos, -si como es deseable, esto llegare a ocurrir-, vamos a tener una sociedad en paz.

Ese sería un paso, el primero indudablemente y de una trascendencia capital para iniciar el camino hacia la paz, pero para consolidar la paz será necesario esperar muchos años y hacer muchas reformas, de las que poco se habla. En el lenguaje de la justicia transicional, estas serían las garantías de no repetición que implican, sobre todo, hacer las reformas a las instituciones y a las prácticas que dieron origen al conflicto, realizar las transformaciones sociales y económicas que nunca se han hecho y que han facilitado la emergencia del  conflicto y su larga pervivencia.
En Colombia varias generaciones han nacido, crecido y muerto en la guerra, es apenas explicable que ésta haya producido unas marcas que se incorporan a su ethos o por lo menos a prácticas culturales, políticas y sociales muy amplias. Y transformar esas prácticas requiere trabajar pacientemente durante muchos años y es una labor que hay que empezarla cuanto antes, y con los más jóvenes. La educación tiene un papel preponderante en el proceso de transformación de las estructuras sociales y culturales que ayudaron a crear y reproducir la violencia.
La pregunta que habría que hacer es hasta dónde el sistema educativo colombiano está diseñado y capacitado para cumplir esta tarea. Y creo que sobre este punto no se puede ser muy optimista.
Si bien es cierto que ahora se habla de “Colombia como la más educada” como un eco de “Antioquia la más educada”, en Antioquia por lo menos el énfasis se ha puesto más en las instalaciones físicas y en los concursos para determinar quiénes son los mejores estudiantes, que en el contenido de la educación y en las necesidades y aspiraciones de los docentes y los estudiantes. Me temo que en el país, también se crea entonces que la mejora de la educación se reduce a construir gigantescos edificios educativos y a facilitarles el acceso a las nuevas tecnologías a los estudiantes, pero esto es un aspecto del problema y no creo que sea el más importante.
A imagen y semejanza de tantas cosas en el mundo contemporáneo la educación superior se concibe como una empresa, donde imperan la competitividad, la medida de los logros y la comparación con los países más desarrollados; mientras tanto, los problemas del país ocupan un lugar muy secundario en las preocupaciones de las comunidades académicas, más interesadas en el reconocimiento internacional o en la publicación de sus trabajos en revistas del primer mundo, que en ver qué le pasa a nuestro país. No creo que una educación superior que tome como paradigma la empresa y hable en términos de oferta y de demanda, pueda ser un buen modelo para conseguir la paz.

Decía el gran sociólogo norteamericano Robert K. Merton que gran parte de la delincuencia se producía debido a lo que él llamaba respuesta innovadora. Ésta consistía en que ante la dificultad para muchos individuos para acomodarse a unos fines culturales que se proclamaban como universales frente a unos medios sociales para acceder a ellos, distribuidos  de una manera muy desigual, muchos individuos optaban por escoger caminos vedados, hacer trampa o como decimos popularmente, escoger el “atajo”. En otras palabras, se vale cualquier medio para llegar a la meta. Una educación que privilegia los logros, que simplemente mide y cuantifica, genera grandes peligros de respuestas innovadoras, porque es una educación que le hace ver al estudiante en su compañero un rival, con el cual hay que competir por el primer lugar, por la beca, por el puesto o por reconocimiento. La meritocracia no es un valor absoluto: también engendra grandes riesgos de exclusión y segregación. No solo los más “pilos” tienen derecho a estudiar.

Decía Merton que si se quería reducir las respuestas innovadoras, habría que estimular valores como la solidaridad, el respeto por la cultura como algo valioso en sí mismo y no simplemente como un mecanismo de ascenso social;  volver a mirar el deporte básicamente como una actividad recreativa y no como un espectáculo comercial de miles y miles de millones (de dólares y de personas), entender que las generaciones anteriores también nos habían dejado unos valiosos legados que no podemos reducirlos a cero bajo el complejo de Adán. Si bien es cierto que Merton hablaba de estas reformas como necesarias para reducir la criminalidad, se puede pensar en ellas, como mecanismos para aclimatar la paz.
¿Tendremos un aparato educativo preparado para ayudar a producir  una cultura de la paz, o preferimos jugarle a la innovación, la competitividad, la internacionalización y a estimular a los más “pilos”, y sólo reconocer a la gente por sus títulos y diplomas?

viernes, 19 de junio de 2015

Adiós posmodernismo, llega el Nuevo Realismo

Filosofía. Un ideario que recupera la relación con el objeto y los hechos inunda el ensayo europeo. Aquí, los autores y libros que lo despliegan

En la cadena árabe. La captura y linchamiento del dictador libio Kadafi el 20 de octubre de 2011 transmitidos por Aljazeera: el fin de la guerra en abstracto./revista Ñ.

Es hora de no concebir el mundo como antes. Este llamado ocurre cada tanto a la filosofía, y cada tanto es atendido. Pero a diferencia de la ciencia, que al renovarse puede descartar casi todo lo pasado, la filosofía se renueva recuperando al mismo tiempo su propia herencia. Los problemas cambian, pero nunca se transforman en algo absolutamente nuevo.
Hay ciertos indicios de que esto acaba de ocurrir una vez más y que este acontecimiento tiene un nombre más o menos establecido: el Nuevo Realismo. Algunos lo atribuyen al agotamiento del posmodernismo, otros a la recuperación de la especulación. Sea como sea, una corriente que está dando que hablar hace unos diez años en Europa parece responder a aquel llamado. Si se dijera “realismo” a secas, anunciarlo sugeriría un regreso dogmático a las doctrinas anteriores a Immanuel Kant y hasta a Tomás de Aquino, del siglo XIII, que postulaba una adecuación evidente entre lo que pensamos y los objetos del mundo. Ahora, se trata de un “nuevo” realismo para algunos, para otros de un “realismo especulativo” o hasta de un “materialismo especulativo”. Todos coinciden en que si algo han dejado de lado, es la vieja ingenuidad.

De la especulación filosófica

El movimiento, como tal, cobró verdadero cuerpo hacia mediados de los años 2000, pero tiene muchas vertientes y varios precursores en los noventa del siglo XX. En parte, fue una reacción ante las dificultades que habían llevado a la filosofía los presupuestos del posmodernismo. Una reacción tardía y necesaria al dominio del fenómeno y de la interpretación que todo lo cubre y todo lo permite. Si el posmodernismo había declarado: no hay hechos, sino puras interpretaciones, llegando al paroxismo de declarar que una guerra no existe porque se nos aparece en las pantallas como un mero fenómeno, como un puro efecto televisivo, el nuevo realismo viene a denunciar, en cierto sentido, que ese diagnóstico es insostenible.
Así de múltiple como pueda parecer este incipiente movimiento, que va desde la filosofía más rigurosa (el caso del francés Quentin Meillassoux, que es un racionalista) hasta los movimientos alimentados por blogs y discusiones que se dan en Internet y van de la especulación filosófica hasta la ciencia ficción, hay sin embargo un denominador común: la primacía del objeto. El nuevo realismo ha venido a expandir nuestra idea de realidad.
¿Pero no es acaso la ciencia positiva, no son los físicos y los químicos, los atentos experimentadores del laboratorio los guardianes sagrados del objeto en este mundo de puro texto y de pura interpretación?
Extrañamente, esto no es así. La ciencia, o mejor dicho la filosofía de la ciencia, es y ha sido desde el siglo XIX eminentemente kantiana. ¿Qué quiere decir esto? Que ha entendido la relación con el mundo a través de la pregunta por la posibilidad del conocimiento. Pero el conocimiento es absolutamente humano, nos dice, y ocurre sobre las condiciones de nuestra humanidad y en los límites de nuestras facultades. La tarea de la filosofía de la ciencia ha sido, desde Kant, tratar de delimitar y nombrar esas posibilidades del saber, describiendo la relación con un objeto detrás de varios velos. De ahí el decreto prohibitivo de Kant sobre la cosa en sí: nada sabemos propiamente de ella.
Con el tiempo, y extremando algunas conclusiones, la verdad de la ciencia terminó siendo la verdad de un paradigma válido en la actualidad, reconocido por un grupo de científicos, que mañana podrá ser otra. Quienes tiraron de la cuerda de este argumento, entre ellos en parte lo que se llamó posmodernismo, llegaron a aquella osada conclusión de la inexistencia de la Guerra del Golfo, o de proclamar que lo no dicho o no visto no ha existido nunca. El sujeto, tan sepultado al parecer por los discursos, en verdad fue entronado doblemente en los últimos tiempos.
El llamado a cambiar nuestro modo de concebir el mundo, ese atendido por el Nuevo Realismo, proviene del agotamiento de un muy poderoso modelo filosófico que dominó el siglo XX: la fenomenología. Sus mayores representantes: Edmund Husserl, Martin Heidegger y Maurice Merleau-Ponty. Su heredero más extremo fue Jacques Derrida. Sin embargo, la primacía del objeto no había muerto del todo y sobrevivió en parte en el materialismo más o menos marxista. No es casualidad que los “nuevos realistas” vengan de abandonar la fenomenología. El filósofo alemán Theodor Adorno repetía en sus clases un lema que lo guiaba y que atribuía a su maestro Hegel: la libertad hacia el objeto. Esa libertad suponía para Adorno poder pensar más allá de las limitaciones kantianas del conocimiento. Aunque esto significase una especie de paradoja; para tener el objeto, sumergirse en la especulación.
Esto bien lo sabe Quentin Meillassoux, quien lo demostró en su libro Después de la finitud (Caja Negra) apoyándose en la matemática. La idea está mucho más cerca de las ciencias de lo que pensamos. Sabemos, por ejemplo, que Albert Einstein atribuía el origen de su teoría de la relatividad al hecho de que de muy joven soñaba –digamos, imaginaba o especulaba– con perseguir un rayo de luz. Nuestro ejemplo no es demostración alguna, aunque vale de ilustración para pensar que la ciencia ocurre en principio fuera del laboratorio y fuera de la experiencia: en la especulación pura. Pero esta especulación, ¿no está precisamente en contra del objeto? ¿No resulta paradójico hablar de realismo especulativo? Esta es la develación de Meillassoux: se trata solo de una contradicción aparente. De ahí que uno de los derivados de su pensamiento sea –sorprendentemente– la defensa de la absoluta contingencia y, como resultado, de la multiplicidad de los mundos posibles.
Después de la finitud sirvió de catalizador de inquietudes para una primera “fundación” de la nueva corriente, hacia mediados del año 2007, y cuyos integrantes –que los haya y que podamos nombrar sus protagonistas es también parte de este fenómeno– son Meillassoux, Graham Harman, Ray Brassier y Iain Hamilton Grant. Unos años más tarde, sobre el eje alemán e italiano, el paraguas conceptual del realismo especulativo se amplió y se convirtió, a secas, en un “nuevo” realismo. Como si la diferencia entre la filosofía continental y anglosajona ya no se sostuviese, en una reciente compilación alemana de la editorial Suhrkamp grandes figuras de la filosofía analítica, como Hilary Putnam y John Searle, han salido a discutir el problema del realismo. Desde Italia, el escritor y semiólogo Umberto Eco también, siguiendo los presupuestos de su compatriota Maurizio Ferraris, uno de los precursores de la postura anti-posmoderna. Eso que había comenzado en el intercambio de muy jóvenes filósofos en un congreso en Finlandia en el año 2006 está convirtiéndose en el más actual debate mundial filosófico.

Diferencias con el realismo clásico

En la esfera académica alemana, Markus Gabriel tuvo un dinámico papel como anunciador de la nueva corriente. Criticado por algunos por su cultivo de la escritura de divulgación, junto con Ferraris dieron inicio formal en 2011, también mediante un congreso, a lo que ellos bautizaron nuevo realismo. Puesto a resumir qué los diferencia del realismo clásico, tildado por todos de ingenuo, y de la fenomenología (llamada técnicamente “constructivismo”, dado que entiende la relación del sujeto con el mundo, a fin de cuentas, como una construcción del sujeto hacia el mundo), Gabriel explica que esa vieja diferencia entre lo “real” del mundo de los objetos, y el sujeto del pensamiento, tal como la entendía Kant, ya no puede sostenerse. “Nuestra facultad de conocimiento y los conceptos y capacidades ligados a ella son tan reales como los objetos y los hechos que por lo general atribuimos a la ‘realidad’, al ‘mundo’, a la ‘naturaleza’.” Entre todos estos representantes, el pensamiento y la formulación del francés Quentin Meillassoux mantiene cierta forma deductiva clásica de la filosofía. No por nada, su valioso y esclarecedor Después de la finitud parte de la base de una antigua distinción del pensamiento cartesiano, desde la cual deduce, con el rigor del racionalismo, sus osadas conclusiones. Una de ellas lo identifica como discípulo de Alain Badiou, quien escribe el prólogo a su libro: la tesis de que todo lo que, de un objeto, puede formalizarse en términos matemáticos puede ser pensado como una propiedad del objeto en sí. En sí quiere decir: más allá de quien lo observe o tenga una experiencia de él, más allá de que alguien lo observe o no lo haga. Habrá Guerra del Golfo o la muerte de una estrella de otra galaxia, aunque nadie lo sepa. Uno de sus pilares es la entronización de la matemática; el otro, más controvertido debido a la audacia general de sus afirmaciones, es el salvataje a toda costa del antiguo y aristotélico principio de no contradicción. Meillassoux irá tan lejos como para hacer contingentes, es decir variables, todas las leyes posibles del universo, pero salvando las matemáticas pos cantorianas (las de los múltiples infinitos, como había estudiado ya Badiou) y el principio de la no contradicción. Sus postulados son tan rigurosos como temerarios, y eso lo convirtió de inmediato en un referente de su joven generación.
De la contingencia de las leyes del universo a la teoría del Caos hay un solo paso, y ese es el paso que Meillassoux da. La contingencia absoluta es un “puro posible”. Pero su caos no es un enorme lavarropas del cambio irrefrenable (Kant había deducido la imposibilidad del pensamiento ante el cambio absoluto) sino que tiene una cierta constancia: esta es la clave de la infinita posibilidad de los mundos y del caos reinstalado en el pensamiento de lo real.
Es hora de concebir no ya el mundo, sino los mundos, en plural. Este es en verdad el llamado a la filosofía. Una vez postulada la especulación como herramienta y la matemática como universal, nuestro mundo humano se vuelve pequeño y limitado. De ahí que el nuevo realismo sea una expansión. De la especulación a la contingencia de las leyes de la naturaleza, de la contingencia al caos, del caos a los mundos posibles: falta un solo paso, y ya estamos en el arte y en la ficción.
Quien lo da es una lúcida ensayista francesa, Anne Cauquelin. En Desde el ángulo de los mundos posibles (Adriana Hidalgo) emprende un recorrido de esta idea antigua en la filosofía, que aparece ya en Aristóteles hasta llegar a Leibniz, para preguntarse “qué suerte de acceso ofrece la ficción a los posibles, y cómo se operan los pasajes entre obras y mundos plurales”. Esos posibles están mucho más presentes de lo que creemos y participan en forma cotidiana de la realidad del mundo real. Y Cauquelin aventura una primera conclusión: la estética será entonces una “ciencia de los accesos a los mundos posibles”, un modo de cultivar el pasaje de lo real a lo posible, pero también de lo posible a lo real.
Los caminos son muchos: por la metafísica, por las matemáticas, por el arte o por la dialéctica se anuncia lo nuevo de un realismo, aunque sea también lo viejo. Para algunos, los que nunca abandonaron el materialismo, no será una gran novedad. Para muchos, será la forma de atender a la urgencia o la persistencia del presente, como hace y ha hecho desde siempre la filosofía.

martes, 9 de junio de 2015

Creatividad y psicosis comparten las mismas raíces genéticas

Un estudio de más de 150.000 europeos relaciona la creatividad con genes que aumentan el riesgo de esquizofrenia y trastorno bipolar

Detalle de un autorretrato de Van Gogh./elpais.com
Algunas enfermedades psiquiátricas pueden ser entendidas como una forma diferente de pensar. Eso mismo caracterizaba a Miguel Ángel, Charlie Parker, Beethoven, Virginia Woolf, Van Gogh y muchos otros. De ellos se ha dicho que su arte se debía en parte a trastornos psiquiátricos, lo que ha contribuido a reforzar la idea de que ningún genio ha existido sin una mezcla de locura, como dijo Aristóteles. Ahora, un estudio que ha analizado a decenas de miles de personas desvela que hay una conexión genética entre enfermedades como la esquizofrenia o el trastorno bipolar y la creatividad.
Como en cualquier otra rama de la biología, la gran pregunta es cuánto le debe la creatividad a factores ambientales, como la educación o estar rodeado de otros artistas, y cuánto a la genética heredada de padres y otros parientes.
El nuevo estudio, publicado hoy en Nature Neuroscience, intenta responder analizando el genoma de 86.000 personas en Islandia. Sus autores, liderados por la empresa de análisis genéticos deCODE, buscaron pequeñas variaciones en el orden de las 3.000 millones de letras de ADN que componen el genoma humano. Algunas de esas erratas pueden duplicar el riesgo medio de una persona de sufrir esquizofrenia o elevar un tercio sus probabilidades de padecer trastorno bipolar. Una vez detectadas esas variantes, y ante la inmensa complicación de definir qué es la creatividad y medirla, los expertos analizaron el genoma de 1.000 personas del mismo país que forman parte de asociaciones nacionales de artistas visuales, bailarines, actores, músicos y escritores. Este último grupo de profesionales, señala el trabajo, tenían un 17% más de posibilidades que el resto de la población de llevar alguna de las variantes de riesgo, aunque ninguno sufría las dos dolencias analizadas.
Las mismas variantes genéticas también estaban más presentes en las profesiones citadas cuando el equipo analizó los genes de más de 8.000 suecos y 18.452 holandeses. Los creadores tenían un 25% más de probabilidades de tener algún gen de riesgo. Los resultados no se explican por el cociente intelectual, el historial familiar de enfermedades psiquiátricas o el nivel educativo. Por eso sus autores concluyen que la creatividad se debe en parte a variantes genéticas que son las mismas que aumentan el riesgo de sufrir las dos enfermedades estudiadas.
“Estos resultados no deberían sorprendernos porque para ser creativo tienes que pensar de forma diferente al resto de la gente y nuestro equipo ya había demostrado en un estudio anterior que las personas portadoras de variantes que predisponen a la esquizofrenia lo hacen”, explica Kari Stefansson, director general de deCODE y coautor del trabajo, en el que también han participado centros de investigación de Islandia, Suecia, Reino Unido, Holanda y EE UU.
La esquizofrenia es un enigma evolutivo. La enfermedad tiende a reducir las capacidades reproductivas de los pacientes, pero su prevalencia parece muy estable, afectando en torno al 1% de la población general. Es posible que la enfermedad tenga ventajas asociadas, lo que podría explicar la paradoja. Pero según el nuevo estudio las personas creativas analizadas tenían menos hijos que la población general, lo que descarta en principio que los beneficios creativos asociados a la esquizofrenia expliquen el enigma.

Mezcla complicada

Miguel Bernardo, psiquiatra del Hospital Clínic (Barcelona) y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, ofrece una opinión independiente sobre el trabajo liderado por Stefansson. “Es la primera vez que se realiza un estudio genético en busca de marcadores de esquizofrenia y creatividad en una población tan grande”, resalta. El hecho de que la mayoría de los participantes sean islandeses, una población muy homogénea desde el punto de vista genético, aporta mayor fiabilidad, destaca.
Pero el trabajo presenta también problemas que muestran lo difícil que es investigar este campo. “El marcador de creatividad era pertenecer a una sociedad profesional, lo que es muy relativo pues en ellas también habrá muchas personas que carezcan de ella”, advierte Bernardo.
Hasta el momento se han descubierto entre 100 y 110 variantes genéticas relacionadas con esta enfermedad, pero esta solo aparece “cuando se tienen varios genes asociados a ella y estos interactúan entre sí”, resalta el experto. Por lo tanto, las variantes de riesgo destapadas por el estudio pueden ser solo la punta del iceberg y que haya muchos otros condicionantes genéticos que predisponen a ser creativo y no estén relacionados con enfermedades psiquiátricas.
Un ejemplo metafórico sirve para explicarlo. Si la distancia total entre la persona menos creativa del mundo y un artista fuese de un kilómetro, dice David Cutler, del departamento de Genética humana de la Universidad Emory (EE UU), las variantes genéticas detectadas solo explicarían 3,9 metros de esa separación. “Los efectos observados” son “reales”, dice, pero también “pequeños y repartidos entre cientos o miles de genes”, resalta este experto en declaraciones recogidas por Science Media Centre. En otras palabras, aún queda mucho trabajo científico que hacer para conocer cuál es la mezcla exacta de locura que hay en la mente de un genio o de cualquier persona creativa.

lunes, 8 de junio de 2015

La excelente salud de la lucha de clases

Con rigor y mucha investigación, varios libros analizan el empobrecimiento de los asalariados en la economía europea
Margaret Thatcher, en la puerta de su casa en 1979. / elpais.com
Las comprensiones clásicas de la lucha de clases fueron el correlato teórico de la efervescencia política de una gran masa de asalariados empobrecidos. Sin embargo, en algún momento de la segunda mitad del siglo XX, los análisis de las clases sociales empezaron a adquirir una textura mantecosa producto de su fermentación académica. Las desigualdades se incrementaron con consecuencias aberrantes, pero las teorías que trataban de explicarlas en términos de enfrentamientos colectivos transmitían una fuerte sensación de artificialidad. En la última década, en cambio, hemos asistido a una amplia revitalización de este campo de estudio a medida que el foco se ha desplazado desde la clase trabajadora hasta las clases altas. La lucha de clases goza de excelente salud: sencillamente estábamos mirando hacia el lugar equivocado.
Owen Jones se dio a conocer en 2011 con Chavs. La demonización de la clase obrera, un ensayo en el que denunciaba la generalización de un virulento clasemedianismo aspiracional que estigmatizaba a las clases populares. El correlato de aquel primer texto es El establishment. La casta al desnudo —el subtítulo es un añadido de la edición española—. Formalmente sigue un modelo muy similar. Jones emplea periodismo de investigación, sociología, entrevistas, testimonios personales y crítica política para construir un ensayo empático y energético marcado por una irresistible ausencia de cinismo. Su tesis central es que la contrarreforma neoliberal ha producido una subordinación de las élites políticas a los poderes económicos y una oligarquización extrema de los instrumentos de representación democrática. Este vaciamiento institucional es la causa última de la profunda desafección política de amplias capas de la población.
El establishment comienza reconstruyendo la génesis de la hegemonía liberal en el Reino Unido. La victoria electoral de Margaret Thatcher fue la culminación de la estrategia de un conjunto de publicistas inteligentes, entusiastas y muy bien financiados que lograron desplazar el sentido común de la mayoría social hacia la defensa de la desregulación económica. El resultado fue una clausura ideológica completa: "El recorte de impuestos a los ricos, la venta de recursos públicos; los recortes de la seguridad social; el debilitamiento de los sindicatos; todo esto se hace pasar constantemente por la normalidad, por el 'centro' del que sólo se desvían los extremistas y los que nunca saldrán elegidos".

Las desigualdades se incrementaron con consecuencias aberrantes, pero las teorías que trataban de explicarlas en términos de enfrentamientos colectivos transmitían una fuerte sensación de artificialidad
Según Jones, en este proceso ha desempeñado un papel esencial la transformación de los medios de comunicación en herramientas de propaganda al servicio de un número muy reducido de empresarios que mantienen estrechas conexiones personales con la clase política: "En Gran Bretaña no existe la libertad de prensa. Existe una prensa libre de la intervención directa del Gobierno, que es algo completamente distinto". De modo análogo, las fuerzas del orden han quedado groseramente subordinadas a los intereses de los privilegiados, y su labor se ha visto cada vez más enturbiada por el autoritarismo y el abuso de poder.
El argumento de fondo de El establish­­ment es que, en realidad, la ideología meritocrática del mercado libre es una farsa, una excusa para promover la alianza antidemocrática entre la clase política y las grandes empresas. La Gran Bretaña contemporánea es, en realidad, un "socialismo para los ricos" que asegura la transferencia sistemática de recursos públicos a manos privadas a expensas de la sociedad, mientras se permite a las grandes fortunas niveles siderales de fraude fiscal.
La mayor virtud de El establishment es, también, su principal defecto para el lector español. No es un panfleto impresionista, sino una obra maestra del periodismo de investigación. Jones se entrevista con una larga serie de políticos, periodistas, empresarios, economistas, policías o víctimas de las privatizaciones de los servicios públicos y detalla numerosos episodios que sacan a la luz los entresijos del poder británico contemporáneo. Eso hace que el libro resulte absorbente para el lector británico, pero ligeramente extenuante para quienes no estén familiarizados con la vida pública anglosajona.

En Gran Bretaña no existe la libertad de prensa. Existe una prensa libre de la intervención directa del Gobierno, que es algo completamente distinto
Owen Jones
Es un problema que lastra también La casta. De cómo los políticos se volvieron intocables, un superventas en Italia. Es un ensayo con un tono muy local, acentuado por el estilo sarcástico de los periodistas Sergio Rizzo y Gian Stella. La casta se centra exclusivamente en los privilegios y la mala gestión de los gestores públicos italianos. La degradación que describen Rizzo y Stella es asombrosa: la política italiana parece haberse convertido casi exclusivamente en un nicho de suntuosas canonjías caracterizadas por un exceso babilónico. Es un camino que nuestro país parece estar recorriendo a paso acelerado, según explican Eva Belmonte (Españopoly, Ariel) y Rafa Burgos (La casta. Quiénes son y cómo actúan, El Viejo Topo) en sendos ensayos urgentes que analizan la estructura de la oligarquía política, económica y mediática en nuestro país y la amenaza que supone para la democracia.
El establishment. La casta al desnudo. Owen Jones. Traducción de Javier Calvo. Seix Barral. Barcelona, 2015. 476 páginas. 19,90 euros (digital, 12,99).
La casta. De cómo los políticos se volvieron intocables Sergio Rizzo y Gian A. Stella. Traducción de Martín López. Capitán Swing. Madrid, 2015. 336 páginas. 23 euros
Españopoly. Cómo hacerse con el poder en España (o, al menos, entenderlo). Eva Belmonte. Ariel. Barcelona, 2015. 232 páginas. 16,90 euros (digital, 9,99).
La casta. Quiénes son y cómo actúan. Rafa Burgos. El Viejo Topo. Barcelona, 2015. 142 páginas. 14 euros.

jueves, 4 de junio de 2015

Žižek, stand up de chistes finos

Humor y filosofía. El pensador esloveno recopila humoradas políticas y las trenza con la ideología

Slavoj llegó al cine. Afiche del documental Žižek! dirigido por Astra Taylor./revista Ñ.

Lichtenberg era tan hipocondríaco que la única manera que encontró para mitigar sus males fue vivir “según la hipótesis” de que estaba sano. La frase parece un chiste pero es cierta. El maestro de Gotinga hubiera sido uno de los casos de estudio favoritos para Sigmund Freud si sus vidas hubieran podido cruzarse. No sucedió: la muerte los separó durante décadas. De todos modos, el padre del psicoanálisis fue un devoto lector de sus aforismos y resulta que si uno se sumerge en esos cuadernos a los que Lichtenberg casi no les daba importancia (un obsesivo nato que corregía hasta el texto de los calendarios no se preocupaba en corregir estos pensamientos acumulados en cuadernos) descubre una mente implacable y hasta podríamos decir un avezado humorista. En estos textos se advierte un preciso uso del lenguaje, de la paradoja y el cinismo. Freud mismo cita uno de sus chistes: “¿Cómo anda usted?”, preguntó el ciego al paralítico. “Como usted ve”, respondió el paralítico al ciego. Las palabras, entiende Freud, constituyen un material plástico de una gran maleabilidad. Eso también lo sabe Slavoj Žižek. Y además sabe que en las autopistas de la modernidad, la ideología también circula por las colectoras del humor anónimo.
En su libro El sublime objeto de la ideología (1989), Slavoj Žižek criticaba lo que consideraba un desacierto de Umberto Eco en El nombre de la rosa . Al esloveno le perturbaba que en la novela latiera una creencia subyacente en la fuerza liberadora y antitotalitaria de la risa, de la distancia irónica. Žižek plantea una tesis absolutamente contraria en su libro porque considera que en las sociedades contemporáneas, democráticas o totalitarias, esa distancia cínica (expuesta en la risa y la ironía) es, de algún modo, parte del juego. En Mis chistes, mi filosofía (Anagrama) vuelve sobre este tema al referirse a uno de los mitos paranoicos que circulaba en la última etapa de los regímenes comunistas: que existía un departamento de la policía secreta cuya función era inventar y poner en circulación chistes políticos contra el régimen porque entendían su función estabilizadora: una posibilidad para que el pueblo pudiera desahogarse y mitigar sus frustraciones. Žižek aclara: el problema es que los chistes, al parecer, carecen de autor. Allí residiría su misterio: son idiosincráticos y reflejan la creatividad del lenguaje, pero a la vez son colectivos y parecen surgir de la nada.
En esta faceta de Žižek como pensador stand-upero podríamos citar un ejemplo. “Un chiste de principios de los años sesenta nos transmite perfectamente la paradoja de las creencias que se dan por supuestas”, entiende Žižek. Y dice: después de que Yuri Gagarin, el primer cosmonauta, lleva a cabo su viaje al espacio, es recibido por Nikita Kruschev, el secretario general del Partido Comunista, al que le dice, de manera confidencial: “¿Sabe, camarada, que allí arriba, en el espacio, vi el cielo, con Dios y los ángeles? ¡El cristianismo tenía razón!” Kruschev le responde en un susurro: “¡Lo sé, lo sé, pero no diga nada, no se lo cuente a nadie!”. A la semana siguiente, Gagarin visita el Vaticano y es recibido por el Papa, al que le confiesa: “Sabe, Santo Padre, he estado en el cielo, y no he visto ni a Dios ni a los ángeles...” “Lo sé, lo sé”, lo interrumpe el Papa, “¡pero no diga nada, no se lo cuente a nadie!” En este catálogo desordenado de chistes, Žižek retoma las categorías que Freud plantea en “El chiste y su relación con el inconsciente” pero más que nada se concentra en lo que Freud, en su artículo, trata con cierto desdén: de esos chistes tendenciosos. Filosofía, política, cultura y religión son los pilares desde donde se construye la rutina de stand up de Žižek y sus autores varían y retoma ideas de Hegel, Lacan, Freud o Kierkegaard. A partir de analogías y variaciones, Žižek encuentra en los chistes un material sustancioso que a veces (no digo siempre) desaprovecha. Podría criticarse que Mis chistes, mi filosofía parece un libro escrito a desgano, carente de un trabajo sistemático sobre el objeto, como meras anotaciones para un libro futuro. Y lo más problemático: por momentos no tiene gracia.
De todos modos, cada tanto el autor consigue, partir de un chiste, para observar una realidad y pensar en ella. Ocurre con un viejo chiste de la difunta República Democrática Alemana, en el que un obrero alemán consigue un trabajo en Siberia. Sabiendo que todo su correo será leído por los censores, les dice a sus amigos: “Acordemos un código en clave: si les llega una carta mía escrita en tinta azul, lo que cuenta es cierto; si está escrita en rojo, es falso. Al cabo de un mes, los amigos reciben la primera carta y está escrita en azul. Dice: “Aquí todo es maravilloso: las tiendas están llenas, la comida es abundante, los apartamentos son grandes y con buena calefacción, en los cines pasan películas de Occidente y hay muchas chicas guapas dispuestas a tener un romance. Lo único que no se puede conseguir es tinta roja.” Žižek se pregunta si no es ésta nuestra situación. “Contamos con todas las libertades que queremos; lo único que nos falta es la tinta roja: nos sentimos libres porque carecemos del lenguaje para expresar nuestra falta de libertad. Lo que esta carencia de tinta roja significa, para Žižek, es que hoy en día todas las principales expresiones que utilizamos para designar el presente conflicto –guerra contra el terror, democracia y libertad, derechos humanos– son falsas, enturbian nuestra percepción de las cosas en lugar de permitirnos pensar en ellas. La tarea que se nos plantea hoy en día es darles a los manifestantes tinta roja.” “No es broma sino la pura verdad que antes de la Revolución los perros de cacería del rey de Francia tenían mejor salario que los miembros de la Nueva Biblioteca de Bellas Artes”, escribió Lichtenberg. Se entiende. Un mundo absurdo encuentra su reflejo en el humor. Y en el núcleo se transpira ideología. Eso encuentra Žižek en este libro, que no será el mejor ni el último y hasta quizá sólo sea una broma eslovena. Terminemos mejor con palabras de Lichtenberg: “Que el hombre es el ser supremo también se deduce de que ningún otro ha tratado de refutarlo.”

miércoles, 3 de junio de 2015

La polémica desatada por conferencia sobre Charlie Hebdo

La decisión de cancelar un evento, centrado en analizar las secuelas del atentado que sufrió la revista francesa, le costó a la Universidad Queen’s de Belfast, Irlanda, una lluvia de críticas
El director del semanario, Stéphane Charbonnier, alias Charb, y uno de los dibujantes también fue asesinado./semana.com

El miércoles 7 de enero de 2015 un sentimiento de luto invadió al mundo: 12 personas murieron en el atentado que sufrió el semanario francés Charlie Hebdo. La brutalidad del ataque y la indefensión de las víctimas despertaron una indignación generalizada, que con el pasar de las horas, terminó en controversia. El eterno debate por la libertad de expresión y sus límites volvió a ser protagonista.
Después de cinco meses, el nombre de la revista sigue desatando apasionadas discusiones. Apenas en marzo pasado, cuando se anunció que la publicación iba a ser honrada con el premio internacional de libertad de expresión y valor PEN, cerca de de 200 escritores se opusieron al reconocimiento. Pese a la molestia Charlie Hebdo se llevó el homenaje. Ahora, en el ojo del huracán está una universidad de Irlanda.

¿La razón? Intentó cancelar un simposio organizado para analizar y debatir las secuelas del atentado, aduciendo que había un riesgo de seguridad y de reputación para la institución. A través de una carta firmada en abril pasado por su vicecanciller, Patrick Johnston, la Universidad Queen’s de Belfast le dijo no al evento, que había sido liderado por su Instituto para la Investigación Colaborativa en Humanidades. Decisión de la que tuvo que retractarse semana y media más tarde.

Justamente, haber optado por la cancelación le costó múltiples críticas de la comunidad académica e incluso se argumentó que había una intención de restringir la libertad de cátedra. Para el autor McLiam Wilson, que nació en Belfast y escribe para Charlie Hebdo, “esta cancelación dice, con estruendosa claridad, que no hay debate porque no puede haber debate”. En su Twitter enfatizó: “Queens Belfast cancela la conferencia sobre Charlie Hebdo. No estoy orgulloso de Belfast hoy. Pero sí estoy muy orgulloso de escribir para Charlie”.

El profesor de la Universidad de Oxford, Brian Klug, manifestó al periódico Belfast Telegraph que no entendía las preocupaciones de Johnston: “La segunda, sobre la reputación de la universidad, me parece irónica teniendo en cuenta que su acción no se refleja positivamente en Queens”. En este sentido,  Jason Walsh, escritor e investigador, escribió en el portal Little Atoms que “la censura del vicecanciller de la Universidad de Queens le ha hecho mucho más daño a la reputación de la institución que una discusión académica sobre ciudadanía después de Charlie Hebdo”.

“Los organizadores de la conferencia deberían ser apoyados en sus intentos de discutir este asunto, con seguridad extra si es necesario, pero contrario a esto sus esfuerzos han sido bloqueados por una burocracia cobarde de la universidad” le dijo la académica Angela Nagle al canal de noticias 4.  Y agregó: “Ya existe una átmosfera de autocensura y conformidad intelectual en las universidades, cuando estas deberían estar liderando ambientes que impulsen el libre intercambio de ideas”.

El director de la organización Índice de la Censura, Jodie Ginsberg le dijo a la misma página que “toda la discusión pública sobre asuntos importantes se cancela por temas de seguridad entonces los terroristas habrán ganado. La libertad de expresión, incluido el libre intercambio de ideas, es vital para la democracia y las universidades en particular deberían velar por ello”.

Por su parte, Alan Munton, investigador de la Universidad de Exeter en Reino Unido e invitado a esta conferencia, le dijo al Times Higher Education que cancelar esta conferencia “es la muestra de una falta de solidaridad con el movimiento ‘Yo soy Charlie’, en el que las personas reclamaron que la discusión abierta y libre de ideas controversiales nunca debía evitarse”. Añadió que “necesitamos que nuestras universidades defiendan el aprendizaje, la reflexión y la libertad de expresión”.

Después de que las críticas se multiplicaran y reprocharan masivamente la decisión de la universidad, el vicecanciller Johnston decidió anular la cancelación y dejar en firme la conferencia. “Queen’s es y será un lugar donde asuntos difíciles se pueden discutir”, sostuvo.

Tras sobrevivir a la fuerte controversia, el simposio sobre Charlie Hebdo se llevará a cabo este 4 y 5 de junio. Su objetivo fue claro desde el principio: poner sobre la mesa una discusión interdisciplinaria de la ciudadanía, libertad de expresión y tolerancia civil después del atentado contra la revista francesa.