martes, 26 de marzo de 2013

La política del futuro ya llegó

Una iniciativa popular en España propone ejercer la democracia directa. La idea se diseminó en Internet y evidenció la crisis institucional de ese país y, también, la necesidad de un sistema de representación distinto

EN PRIMER PLANO. El sueño colectivo: democracia y punto./Revista Ñ
El 8 de enero se anunció en Internet la creación del “partido del futuro”, un método experimental para construir una democracia sin intermediarios que sustituya a las actuales instituciones deslegitimadas en la mente de los ciudadanos. La repercusión ciudadana y mediática ha sido considerable. En tan sólo el primer día del lanzamiento, y a pesar de que se colapsó el servidor tras recibir 600 peticiones por segundo, hubo 13.000 seguidores en Twitter, 7.000 en Facebook y 100.000 visitas en YouTube. Medios extranjeros y españoles se han hecho eco de una conferencia de prensa desde el futuro que anuncia el triunfo electoral de su programa: democracia y punto (http://www.partidodelfuturo.net).
Señal de que ya no se puede ignorar lo que surge del 15-M (nacimiento del movimiento de los indignados). Porque este partido emerge del caldo de cultivo creado por el movimiento aunque en ningún caso pueda asimilarse al mismo. Porque no hay “el movimiento” con estructura organizativa ni representantes, sino personas en movimiento que comparten una denuncia básica de las formas de representación política que han dejado inermes a la gente ante los efectos de una crisis que no han causado pero que sufren cada día. El 15-M es una práctica colectiva e individual cambiante y diversificada, que vive en la red y en las calles, y cuyos componentes toman iniciativas de todo tipo, desde la defensa contra el escándalo de las hipotecas a la propuesta de ley electoral que democratice la política.
Pero hasta ahora, muchas de estas iniciativas parecen abocadas a un callejón sin salida. Por un lado, las encuestas reflejan que una gran mayoría de ciudadanos (en torno a un 70%) están de acuerdo con las críticas del 15-M y con muchas de sus propuestas. Por otro lado, toda esta movilización no se traduce en medidas concretas que alivien a las personas porque hay un bloqueo institucional a la adopción de dichas propuestas. Los dos grandes partidos españoles son corresponsables de la sumisión de la política a los poderes financieros en el tratamiento de la crisis, compartiendo, por ejemplo, la gestión irresponsable de los directivos del Banco de España, con un gobernador socialista, en el caso de Bankia y del sistema de cajas, que ha conducido a la ruina a miles de familias. De ahí que el 15-M se expresó en el espacio público, en acampadas, en manifestaciones, en asambleas de barrio y en acciones puntuales de denuncia. Pero aunque esta intervención es esencial para crear conciencia, se agota en sí misma cuando se confronta a una represión policial cada vez más violenta.
Afortunadamente, el 15-M ha frenado cualquier impulso de protesta violenta, jugando de hecho un papel de canalizador pacífico de la rabia popular. El dilema es cómo superar las barreras actuales sin dejar de ser movimiento espontáneo, autoorganizado, con múltiples iniciativas que no son programa y por eso pueden congregar potencialmente al 99% que saben lo que no quieren, es decir lo que hay, y que se acuerdan en buscar en conjunto nuevas vías políticas de gestión de la vida.
Para avanzar en ese sentido, ha surgido una iniciativa espontánea de ir ocupando el único espacio en el que el movimiento apenas está presente: las instituciones. Pero no en lo inmediato, porque su proyecto no es el de ser una minoría parlamentaria, sino de cambiar la forma de hacer política, mediante democracia directa instrumentada mediante Internet, proponiendo referéndums sobre temas clave, coelaborando propuestas legislativas mediante consultas y debates en el espacio público, urbano y cibernético, planteando medidas concretas a debatir entre la ciudadanía y sirviendo a la vez de plataforma para propuestas que salgan de la gente.
En realidad, no es un partido, aunque esté inscrito en el registro de partidos, sino un experimento político, que se va reinventando conforme avanza. En el horizonte sí se vislumbra un momento en que el apoyo de la ciudadanía a votar contra todos los políticos a la vez y en favor de una plataforma electoral que tenga ese solo punto en el programa permita una ocupación legal del Parlamento y el desmantelamiento del sistema tradicional de representación desde dentro del mismo. No es tan descabellado. Es en gran medida lo sucedido en Islandia, referente explícito del partido que nos habla desde el futuro.
Pero ¿cómo evitar reproducir el esquema de partido en el proceso de conquistar la mayoría electoral? Aquí es donde se plantea la decisión, criticada desde la clase política y algunos medios, de las personas que han tomado esta iniciativa de mantenerse en el anonimato. Porque si no hay nombres, no hay líderes, ni cargos, ni comités federales, ni portavoces que dicen hablar por los demás pero que acaban representándose a sí mismos. Si no hay rostros, lo que queda son ideas, son prácticas, son iniciativas. De hecho, es la práctica de la máscara como forma de creación de un sujeto colectivo compuesto de miles de individuos enmascarados, como hicieron los zapatistas en su momento, o como hace Anonymous con su famosa máscara reconocible en todo el mundo pero con múltiples portadores. Incluso el anonimato de la protesta se encuentra en nuestros clásicos: “Fuenteovejuna, todos a una”. Tal vez llegue un momento en que las listas electorales requieran nombres, pero incluso entonces no necesariamente serían líderes, porque se pueden sortear los nombres entre miles de personas que estén de acuerdo con una plataforma de ideas. En el fondo, se trata de poner en primer plano la política de las ideas con la que se llenan la boca los políticos mientras se hacen su carrera a codazos entre ellos. La personalización de la política es la mayor lacra del liderazgo a lo largo de la historia, la base de la demagogia, de la dictadura del jefe y de la política del escándalo basada en destruir a personas representativas. La X del partido del futuro no es para esconderse, sino para que su contenido lo vayan rellenando las personas que proyecten en este experimento su sueño personal de un sueño colectivo: democracia y punto. A codefinir.
© La Vanguardia

viernes, 22 de marzo de 2013

La vitalidad del chavismo

El filósofo italiano Gianni Vattimo desgrana en esta nota algunas de las razones de su fascinación por Chávez y las contrasta con la actualidad de Europa

Una multitud acompaña el féretro de Hugo Chávez.
Homenaje. Un poster con el rostro de Hugo Chávez cubierto de firmas y mensajes de sus seguidores.
VATTIMO. "¿En verdad la "realidad" necesita ser defendida?" se pregunta el pensador italiano. Revista Ñ
“Il n’est pas tombé, il est mort!” Esta frase, atribuida tradicionalmente –creo- a Jean-Antoine Carrel, uno de los primeros escaladores del Monte Cervino, me viene a la mente con una conmoción que hasta a mí me resulta nueva –pienso en la desaparición de Hugo Chávez. Tampoco él cayó, resistió con firmeza hasta la muerte, haciendo de su resistencia a la enfermedad un emblema de su lucha política por el ideal de una América Latina “bolivariana”. Para mí, como para muchos otros occidentales con mi formación, Chávez tenía todas las cualidades para ser mirado con desconfianza: militar, “golpista” al menos en los inicios de su aventura política, populista, “caudillo”, etcétera, etcétera.
Prejuicios que continúan inspirando a buena parte de la opinión “democrática” predominante. Que no solamente se burla de las sospechas (no probadas, pero absolutamente verosímiles conociendo a la C.I.A. y las empresas petroleras) sobre su presunto envenenamiento por parte de sus enemigos de siempre, sino que olvida la esencia de su enorme acción de liberación de su país y de toda Sudamérica. Chávez retomó, dándole una realidad corpórea, aquélla que ya es una suerte de mito: la herencia de Castro y del Che. Conociendo directamente –en el transcurso de reiteradas estadías, hasta la última, en ocasión de su reelección por enésima vez en noviembre pasado- la realidad de Venezuela, era difícil no darse cuenta de la verdad que con demasiada frecuencia los medios occidentales nos escondían: es decir, que después de recuperar los ingresos de la industria petrolífera, Chávez puso en marcha y en gran parte llevó a cabo una transformación emancipadora trascendental de su país: escuelas que incluso en las zonas amazónicas más remotas redujeron drásticamente el analfabetismo, asistencia sanitaria gratuita y de calidad, programas sociales que eliminaron la pobreza extrema en la que el país, entre los más ricos en recursos naturales, caía bajo los regímenes “democráticos” de impronta neocolonialista.
Fue impresionante todo el plan de las “misiones”: una especie de sistema de grupos de intervención voluntarios de los ciudadanos, que secundan a la administración pública en sectores particularmente importantes. Siendo grupos voluntarios, es obvio que quienes participan en ellos son “chavistas”, dando motivo a las objeciones de que se trata de algo del régimen. Sin embargo, no están cerrados a nadie, basta tomar la decisión de participar en ellos. Se difundió así una vitalidad democrática “de base” que en nuestras democracias “maduras” no se puede imaginar siquiera. Las misiones y la política social son lo que impactó a muchos intelectuales occidentales, el primero Noam Chomsky, o a cineastas como Michael Moore y Oliver Stone. Ellos, como cualquier visitante, cuando llegan a Caracas preguntan qué diarios leer, y constatan que los medios de comunicación son todos, salvo la televisión estatal, anti-Chávez. ¿Sería, acaso, un país donde no hay libertad de pensamiento, de información, de prensa?
Pero la fuerza del ejemplo de Chávez se ve también y sobre todo a través de lo que sucedió en muchos países latinoamericanos en los últimos años. Así como Chávez sería impensable sin Castro, de la misma manera Evo Morales, Correa, Mujica, y los propios Lula y Cristina Kirchner son impensables sin Chávez. Todos juntos constituyen probablemente la única gran novedad de la política mundial de estos decenios, mucho más que el desarrollo neocapitalista de China e India. Un modelo de democracia de base que Europa debería mirar con más atención.
Traducción de Cristina Sardoy
© La Stampa, Gianni Vattimo y Clarín, 2013