sábado, 21 de noviembre de 2009

Caudillos ‘redux’

FALTAN TODAVÍA VARIOS MESES para que las celebraciones del Bicentenario invadan la vida de los latinoamericanos, pero ya podemos anticiparnos a la sensación de fracaso que habrá de sentirse donde haya gente sensata.

Por: Juan Gabriel Vásquez

No me refiero al fracaso de las celebraciones mismas: las celebraciones, puede uno suponer, serán un éxito. Las publicaciones que se hagan, las actividades culturales que se organicen, las previsibles manifestaciones de alegría colectiva que surjan por todas partes: todo eso saldrá muy bien. Pero alguien en algún momento tendrá que preguntarse si, teniendo en cuenta el momento actual de Latinoamérica, hay realmente algo que celebrar. ¿Adónde han llegado estas repúblicas nuestras en doscientos años de Independencia? Echen una mirada por la ventana y asústense: a Colombia y a Venezuela, los dos países que celebrarán con más intensidad, el Bicentenario los sorprende en el peor momento político de la historia. Nacidos hace doscientos años de la mano de ciertos caudillos, los dos están hoy sumidos de nuevo en el caudillismo: en eso, por lo menos, es como si nuestros países no se hubieran bajado en dos siglos de la bicicleta estática.

El caudillo, por supuesto, es nuestro producto más original: “La contribución más importante de América Latina a la ciencia política”, decía un periódico de Nueva York hace unos meses. Y para ser fieles a la tradición, nuestros dos países le dan la bienvenida al aniversario sumidos en una crisis caudillista que no se veía desde que Bolívar se disputaba con otros el liderazgo de estas repúblicas recién paridas. ¿En qué han cambiado las cosas desde la Independencia? Los caudillos de hace doscientos años eran aristócratas en su mayoría; los de ahora, el caballista de aquí y el chafarote de al lado, tienen todos los defectos de la caudillista aristocracia criolla y ninguna de sus virtudes. El mesianismo, el culto a la personalidad, el pisoteo sin complejos de la Constitución, la deliberada difuminación de las fronteras entre el líder y el Estado, la polarización intencional de sus sociedades, la criminalización de toda forma de disenso, el convencimiento de que no hay futuro en su ausencia, la manipulación de los sentimientos patrióticos: ¿suena familiar?

El de al lado ya modificó la Constitución para permitirse la reelección indefinida, e incluso anunció su intención de quedarse en el poder hasta 2021 o 2030 (se ve que está indeciso). El de aquí ha llegado a extremos inusuales para permitirse la segunda reelección, pero no tengo que señalarlos. Allá se compiló la infame Lista Tascón, un inventario de los votantes del referendo antichavista del 2004 que le ha servido al Gobierno para vengarse de mil maneras de la oposición. Aquí se graba ilegalmente a magistrados y periodistas. Ibsen Martínez me recordó el otro día lo que dijo el de allá durante la campaña de 2008: “Yo soy el único venezolano capaz de gobernar a Venezuela”. Y también: “Soy lo único que se interpone entre la paz y la guerra civil”. El de acá ha sido un poco más ambiguo: ya recuerdan ustedes la doctrina de la Hecatombe, célebre en el ámbito del Derecho Constitucional.

El Bicentenario debería darnos la oportunidad de escoger si queremos bajarnos de la bicicleta estática. O si queremos seguir así, pedaleando de la misma forma, doscientos años más.

fuente:elespectador.com