miércoles, 25 de marzo de 2015

Nigeria: terror y furia

Wole Soyinka.El Premio Nobel de Literatura traza un panorama de su país, encerrado entre la negligencia del gobierno y las atrocidades del yihadista Boko Haram, ante las elecciones pospuestas

Abubaker Shekau, líder de Boko Haram. El acuerdo de este grupo terrorista con el Estado Islámico ofrece una nueva puerta de entrada al yihadismo./revista Ñ.

Wole Soyinka, escritor nigeriano, Premio Nobel 1986.

En febrero, por primera vez, la secta terrorista Boko Haram atacó dos ciudades de Níger cerca de la frontera con Nigeria. La cuenta es pesada: murieron 109 yihadistas, cuatro militares y un civil. En este contexto, la comisión electoral ha decidido posponer hasta el 28 de marzo las elecciones presidenciales para hacer llegar algunos millones de boletas electorales a los ciudadanos en la zona de guerra, y asegurar los lugares de votación. Los Estados Unidos, junto con la mayor parte de las organizaciones civiles en Nigeria, protestan la decisión de postergar la elección, que según las predicciones será muy pareja. El escritor nigeriano Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura en 1986, ha estado siempre muy involucrado en la vida política de su país. En prisión dos años durante la guerra de Biafra, hacia el final de los sesenta, condenado a muerte treinta años después y luego forzado al exilio durante la dictadura del general Sani Abacha, Soyinka expresa sus sentimientos ante la negligencia del gobierno de su país y a las atrocidades perpetradas por Boko Haram.
–¿Cuál es su reacción ante la intervención de los ejércitos de Chad, de Camerún o de Níger, que avanzan al interior de sus fronteras para hacer el trabajo del que se tendría que hacer cargo el ejército de su país?–Invocar la inviolabilidad de nuestra soberanía en la lucha contra Boko Haram y contra el terrorismo, como hizo nuestro gobierno, ha sido de un nivel de idiotez y arrogancia increíbles. Ante las atrocidades, nuestros vecinos comprendieron que se trataba de una agresión global y que la respuesta debía ser global. Si Chad, Camerún y Níger intervienen, es para evitar que Boko Haram se propague como un incendio también en sus territorios.
–¿Usted siente vergüenza cuando ve la incapacidad de los dirigentes de su país en poner fin a las brutalidades de Boko Haram?–Antes que nigeriano y africano, soy un ser humano. Frente a estos crímenes contra la humanidad no me siento agredido como un nigeriano en un país soberano, sino como un hombre. No siento vergüenza. Ellos son los responsables, quienes deberían avergonzarse, tanto los unos como los otros. Yo estoy furioso y me siento humillado por mi propio gobierno.
–Por un lado las urnas electorales, por otro, la sangre y las cenizas de las masacres. ¿Cómo vive este contraste?–Lo cierto es que el gobierno de Goodluck Jonathan se ha mostrado incapaz de ejercer el poder, demostrando una total falta de imaginación para responder a las agresiones. La opinión pública nigeriana lo sabe bien, se da cuenta de que el gobierno ha despertado demasiado tarde para responder a una insurrección que con el tiempo ya se ha consolidado. Si se toma en cuenta sólo el secuestro de los 200 estudiantes de Chibok el año anterior, cualquier presidente en cualquier otro país del mundo habría reaccionado con el mayor vigor posible en los diez días sucesivos, o habría ofrecido su renuncia. Y aquí no ocurrió ni una cosa ni la otra.
–Pero Boko Haram se fundó hace más de diez años, de modo que la responsabilidad recae también en los gobiernos que lo precedieron…
–Sí, y todos cometieron el error de subestimar el avance de la islamización. Por ejemplo, durante la presidencia de Obasanjo, entre 1999 y 2007. No se hizo nada para fortalecer ciertos principios constitucionales de laicismo cuando Estados federales como Zamfara (actualmente en la zona controlada por Boko Haram) decretaron la aplicación de la Sharia. Así, han reforzado el poder de los rebeldes. El presidente Goodluck Jonathan es culpable, claro que junto a otros, de no haber comprendido que la agresión del islam radical iba a crecer.
–¿Tiene más confianza en el opositor, el ex presidente Muhammadu Buhari, de quien usted mismo ha combatido sus tendencias “fascistas”?–Sería un salto a lo desconocido, aunque conozcamos su pasado en materia de violaciones a los derechos humanos. Pero al mismo tiempo no podemos continuar con el sistema que encarna el presidente saliente Jonathan. Entonces nos queda un solo candidato, y es un verdadero pecado en un país de 150 millones de habitantes, que contiene tanta gente más responsable, más inteligente y provista de mayor imaginación. Cada uno deberá decidir según su propia conciencia.
–Usted habla de la “insurrección” de Boko Haram. ¿Y de su barbarie?–Es una insurrección bárbara, absolutamente. Pertenece a una “especie” que ha abandonado hace mucho tiempo la comunidad de los seres humanos. Pero no son solamente nigerianos. Son agentes de un fundamentalismo a escala planetaria, cuya capacidad de reclutamiento se refuerza nutriéndose de una lectura perversa del Corán, con el único objetivo de hacer enemigos a todos los que no son como ellos, hasta entre los propios musulmanes. Agreguemos las desigualdades sociales, exclusión, pobreza y van a ver que el fenómeno se vuelve explosivo.
–Se acusa al ejército de ser brutal en extremo o tan corrupto como para negarse a combatir. ¿Esto es cierto?–No podemos soportar más violencia, sea la del Estado o la sectaria. No queremos que la violencia sirva de instrumento para la regulación de la sociedad. ¿Pero qué puede hacerse cuando pequeños grupos atacan una comunidad? Si debe existir un ejército, se necesita para proteger a las víctimas. Es una responsabilidad moral, con la condición, es claro, de que el ejército se comporte con un mínimo de respeto por los derechos humanos.
–¿En su opinión, cómo han terminado las muchachas secuestradas en Chibok? ¿Será posible salvarlas?–Se sabe que las dividieron en pequeños grupos. Algunas se vendieron como esclavas, como objetos sexuales, otras murieron por enfermedad o asesinadas. No las volveremos a encontrar intactas. Serán mujeres desgarradas toda su vida. El deber de nuestra sociedad es asegurarse de que los que perpetraron esta acción innoble, que han abofeteado a nuestra nación, paguen de un modo u otro este crimen contra la humanidad. Este secuestro no podrá borrarse de nuestra memoria. Es una mancha indeleble en nuestra historia.
© Traducción del francés, Elda Volterrani.
© La Repubblica. Traducción del italiano: Andrés Kusminsky
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miércoles, 18 de marzo de 2015

Colombia: patria o muerte, transaremos

Las negociaciones entre el Gobierno y las FARC en La Habana han alcanzado su punto de no retorno, todo gira ya sobre cómo lograr la paz y no sobre la guerra. Y esto incluye a quienes están en desacuerdo con el proceso

 
Desarme. Ilustración: Nicolás Aznárez./elpais.com
A principios de 1982 tuvo lugar en La Habana un hecho de gran importancia para mi aprendizaje político. En una casa del conocido barrio del Laguito, donde ahora se llevan a cabo las conversaciones entre las FARC y el Gobierno de Colombia, Manuel Piñeiro, el legendario comandante cubano Barbarroja, promovió una reunión entre Jaime Bateman, dirigente ya fallecido de la guerrilla del M19 de Colombia, y quien escribe. Por aquellos años negociar era traicionar para las guerrillas. Bateman estaba en comunicación con el Gobierno colombiano para una posible negociación. Hablaba de esto con entusiasmo y sin remordimientos ideológicos. Había hecho una propuesta con la certeza de que sería rechazada; el problema era, me dijo Bateman, “que todo indica que la van a aceptar”. Ante esto le pregunté: “¿Qué harás entonces?”. Me respondió rápidamente con una gran sonrisa: “No sé, pero esto se está poniendo bueno”, y Piñeiro remató diciendo: “Lo bueno de esto es lo complicado que se está poniendo”.
Bateman asumía los riesgos de la política con coraje y entusiasmo. No hubo en la conversación argumentos para defender la idea de negociar y aquello me resultó alucinante. Yo venía de sufrir debates sobre el conflicto entre negociación e ideología en El Salvador. Esta reunión me permitió concluir que el pragmatismo era la forma más inteligente de defender los principios, que política era sinónimo de negociar y que no existían victorias absolutas porque los progresos son siempre graduales, relativos e imperfectos. La negociación entre el M19 y el Gobierno de Colombia tuvo una gran influencia sobre la insurgencia salvadoreña. El M19 fue la primera guerrilla latinoamericana que dejó las armas a partir de un acuerdo de paz en 1990 y la de El Salvador fue la segunda en 1992. Ambas contribuyeron a grandes transformaciones en sus países y ambas han sido políticamente muy exitosas.
Dice el filósofo británico John Gray que “los movimientos revolucionarios modernos son una continuación de la religión por otros medios”. Efectivamente, y con todos sus componentes de sagradas escrituras, misterios, teólogos, rituales, existencia del cielo, oraciones, santoral, culto a la muerte y el dolor, etcétera. Gray sostiene que esa influencia religiosa abarca también al liberalismo y creo que tiene total razón: los intentos de implantar la democracia en Irak y Libia lo demuestran. Sin embargo, los liberales logran olvidar por ratos su catecismo o lo interpretan al gusto y por tanto tienen menos problemas para pecar.
Las negociaciones entre el Gobierno colombiano y las FARC en La Habana ya alcanzaron su punto de no retorno, es evidente que ahora toda la narrativa colombiana sobre el conflicto gira alrededor de la negociación y no más sobre la guerra. Esto incluye a quienes están en desacuerdo con el proceso. Ya no se habla de no, sino de cómo. El cese de fuego de las FARC, la suspensión de los bombardeos por el Gobierno y el inicio del desminado son anuncios extraordinarios; las FARC renuncian a su principal arma defensiva y el Gobierno a su principal arma ofensiva. La guerra está virtualmente terminada, ahora el problema es terminar la negociación.
En El Salvador los guerrilleros destruimos nuestras armas para evitar la palabra desarme
Existen tres últimos obstáculos importantes: el ELN, una guerrilla más pequeña que las FARC, se resiste a un acuerdo realista que la sume al proceso; la lentitud de las FARC y las dificultades que representa la justicia para tratar las atrocidades cometidas por distintos actores durante el conflicto. Muy a pesar de esto, el peligro ahora no es el regreso a la guerra, sino el empantanamiento del proceso y la pérdida del sentido político del tiempo. El Gobierno actual tiene en la práctica menos de tres años en los que debe firmar e implementar; Venezuela y Cuba tienen sus tiempos determinados por graves problemas económicos y políticos; en Estados Unidos podría llegar el próximo año un Gobierno que ya no sea tan favorable al proceso; la disposición de Europa para ayudar a reducir los problemas con la Corte Penal Internacional no será eterna y finalmente una negociación prolongada se volverá todavía más impopular entre los propios colombianos.
La práctica paralización de la guerra entre el Gobierno y las FARC convierte al ELN en el principal objetivo militar del Estado. Esto implica que se concentrarán sobre este grupo guerrillero todas las capacidades policiales y militares de la poderosa y eficaz Fuerza Pública de Colombia. En términos generales, tanto la lentitud de las FARC como la resistencia del ELN responden a un problema de carácter político religioso. Las insurgencias no son lentas para negociar solo por estrategia o táctica, sino porque cada acuerdo puede constituir para estas un pecado ideológico. Esto se complica cuando deben explicar los acuerdos a unos seguidores con los que por mucho tiempo rezaron otra verdad. No es casual que algunos cambien el contenido y sostengan la nominación; como por ejemplo cuando se dice que se profundiza el socialismo con reformas capitalistas o cuando en El Salvador los guerrilleros decidimos autodestruir nuestras armas para evitar la palabra desarme.
La prolongación de la negociación por parte de las FARC y la decisión del ELN de no aceptar un acuerdo a la medida de sus fuerzas van en contra de sus propios intereses. La guerrilla guatemalteca se tomó muchos años negociando, terminó derrotada y los acuerdos que firmó no se cumplieron. Lo perfecto es enemigo de lo posible. En Colombia el predominio de una narrativa de paz y una realidad que evidencia el final del conflicto reducirán la autoridad de los dirigentes y minarán la moral de los guerrilleros. Es comprensible que el ELN y las FARC tengan dificultades para romper sus amarres ideológicos, pero el pragmatismo se les ha vuelto una emergencia política. No existen las revoluciones sociales de mesa y decenas de victorias electorales de la izquierda en Latinoamérica demuestran que las armas ahora no ayudan, sino que estorban.
No existe conflicto que no haya tenido que aceptar una dosis de impunidad para lograr un acuerdo
Sin embargo, la religiosidad en política no es exclusiva de los revolucionarios, como señala John Gray. En una negociación, un Estado democrático puede volverse lento por no atreverse a “traicionar” principios jurídicos que le impiden reinsertar y permitir a los insurgentes desmovilizados actuar en política. No existe conflicto en el mundo que no haya tenido que aceptar una dosis de impunidad a la hora de negociar un acuerdo; ese es el precio de la paz. Nadie firma para ir a la cárcel y tampoco es justo que unos queden presos y otros libres. Colombia necesita reconciliarse con su violento pasado y esto demanda una gran dosis de perdón hacia todos los que se involucraron en el conflicto por motivaciones políticas. La historia colombiana generó dos realidades que lucen como dos países distintos, una Colombia rural salvaje que asusta y una Colombia bogotana sofisticada que asombra. La primera ha vivido dominada por paramilitares y guerrilleros y la otra ha vivido dominada por abogados y gramáticos. Esto plantea los riesgos de una lucha entre extremismo ideológico y extremismo jurídico en la última etapa del proceso de paz.
A lo largo de los últimos 25 años, ocho Gobiernos facilitaron la reinserción de decenas de miles de insurgentes individual o colectivamente. Todos esos Gobiernos buscaron la paz, actuaron con pragmatismo y obtuvieron éxitos parciales que contribuyeron a configurar la actual oportunidad de paz para Colombia. Paradójicamente, ahora es necesario superar una realidad jurídica y política más compleja para obtener un resultado superior, porque se trata de alcanzar el final definitivo del conflicto. Las oportunidades económicas, sociales de seguridad y la madurez institucional y política que dejaría la paz son indiscutibles, porque Colombia ya tiene progresos en todos esos órdenes. A los insurgentes colombianos quizás sirva contarles que en Centroamérica, en medio de los debates y temores ideológicos que desataban las negociaciones para terminar los conflictos, el general Humberto Ortega, jefe del entonces Ejército Popular Sandinista, planteó que nuestra consigna en aquellas circunstancias debía ser: “patria o muerte, transaremos” y efectivamente transamos con mucho éxito.
Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos internacionales.

Selma: las huellas frescas del racismo de Estados Unidos

El gran cronista Talese revisita la ciudad donde comenzaron las protestas afroamericanas –algunas sangrientas- por los derechos civiles en 1965

Puente Edmund Pettus. El 8 de marzo pasado se recordó el  Bloody Sunday./revista Ñ.
Días atrás en el centro de Selma, mientras volvía a recorrer la ruta que había tomado cincuenta años antes al seguir a cientos de manifestantes por los derechos civiles a través del Puente Edmund Pettus y por una autopista bloqueada por policías blancos hostiles que pronto darían lugar al “Domingo Sangriento”, me llamó la atención la enérgica actividad de un hombre negro de mediana edad que con una pala cavaba pozos en la franja de tierra que se extendía entre el cordón y la vereda de Broad Street, la calle que lleva al puente. Después empezó a plantar pensamientos, azaleas y pequeños árboles de enebro que sacaba de la caja de un camión perteneciente a la compañía Steavie’s Landscape Design and Construction.
“No soy Steavie”, dijo después de que lo observara un rato y finalmente me dirigiera a él con lo que suponía eran preguntas problemáticas. Agentes de seguridad y autoridades de fuera de la ciudad habían dado vueltas por la zona con los preparativos de la visita de Obama para el Jubileo del Cruce del Puente. El paisajista probablemente se dio cuenta de que yo era demasiado viejo para causar problemas y se tranquilizó. Apoyándose en la pala y extendiendo una mano enguantada, dijo: “Soy el hermano de Steavie”.
En las cuatro cuadras que recorrí por Broad Street desde la sede municipal hasta la rampa del puente, conté quince locales vacíos.
El hermano de Steavie tenía 59 años, medía 1,70 y había nacido en Selma. Tenía puesta una gorra azul de béisbol con “Obama” impreso en la visera y, bajo una campera de franela a cuadros, llevaba un buzo con capucha gris, jeans y botas de cuero marrones. Al hablar, mostraba una amplia sonrisa que alargaba el delgado bigote de su labio superior.
“Soy Ricky Brown”, dijo finalmente, como dispuesto a ser sincero. “Cuando fue el Domingo Sangriento, tenía 9 años. Mi madre estaba demasiado asustada para dejarme ir a la marcha, aunque a mi hermana mayor, que tenía 15, le permitieron ir. Cuando la policía del estado y la partida del sheriff Jim Clark empezaron a pegarles a todos cerca del puente, no oí el ruido porque vivíamos en el complejo de monobloques Carver, frente a la Capilla Brown, donde había predicado Martin Luther King y se había iniciado la marcha”.
“Pero más tarde, oí que mi hermana volvía corriendo a casa y gritaba porque le habían tirado gases lacrimógenos. Y después irrumpió en nuestro barrio la partida de Clark, golpeando a la gente con garrotes, derribando a todo el que podían alcanzar”.
“Yo miraba desde el primer piso del lugar donde vivíamos y tenía un rifle de aire comprimido con el que les disparaba a los caballos de la partida. Creo que disparé cuatro tiros y les di a muchos caballos en el traste. Entonces uno de los hombres de la partida me ve y le grita a un compañero: ‘Esos negros de mierda le están tirando a mi caballo con un rifle de aire comprimido’. ‘¿Cuál de ellos?’ le pregunta el otro. ‘No sé, carajo. Estos negros son todos iguales’”.
Desde allí, un largo viaje llevó a Brown a Detroit, donde consiguió trabajo en una fábrica de cajas de cambio y ejes de Chevrolet hasta que la dirección de la empresa decidió que los robots podían hacer mejor el trabajo y luego tuvo un puesto de muchos años como techista sindicalizado. Ahora ha regresado a Selma. “Espero que las plantas que pusimos por acá esta semana hagan que todo se vea un poquito más lindo para los que, como usted, vinieron al Jubileo”, señaló.
Había estado en Selma docenas de veces desde 1950, durante mi segundo año como estudiante de periodismo en la Universidad de Alabama. Había ido como periodista de The New York Times en 1965, cuando cubrí Domingo Sangriento y sus secuelas, escuché a unos blancos indignados escupir epítetos raciales al televisor en el Selma Country Club y pasé algunas horas con Clark en el departamento que tenía sobre la cárcel, donde conté sus 88 camisas talle 43.
Volví en 1990 para informar sobre el 25° aniversario del Domingo Sangriento y la sanción de la Ley de Derecho de Voto. En la conmemoración hubo de todo, desde máquinas de humo en el puente para simular el gas lacrimógeno a grabaciones de gritos de dolor que recordaban las golpizas de Clark en 1965. Y volví otra vez a un lugar del que parecería que, como le ocurre a Ricky Brown, ninguno de nosotros puede escapar del todo.
Selma toma su nombre de “La canción de Selma” de Ossian, que, según se decía, era una traducción del siglo XVIII de un ciclo épico de poemas escoceses de comienzos de la Edad Oscura pero que en realidad era una mezcla grumosa de leyenda y folclore que luego se consideró un fraude. Hoy Selma es un lugar del que se espera más peso simbólico del que puede cargar cualquier pequeña ciudad.
Sin duda, la historia de los derechos civiles –la historia estadounidense– se escribió aquí. Yo crecí en Ocean City, Nueva Jersey, un centro turístico isleño política y socialmente conservador fundado en el siglo XIX por ministros metodistas. Aunque en mi ciudad natal los estudiantes negros iban a la escuela con los blancos, por lo demás era una comunidad en gran medida segregada. En el Village Theater del paseo marítimo, los estudiantes negros y los negros de cualquier edad se sentaban en la platea alta, mientras que los blancos se agrupaban abajo, en la platea. Recuerdo haber visto personas del Klan con capuchas blancas reunidas en los campings, a pocas cuadras del distrito comercial, donde mi padre católico nacido en Italia tenía y atendía una sastrería. Cuando formé parte del campus exclusivamente blanco de la Universidad de Alabama en 1949, no vi nada muy distinto de lo que había visto en Nueva Jersey.
En junio de 1963, como periodista de The Times, tuve una entrevista en Nueva York con el gobernador de Alabama, George C. Wallace. Se alojaba en una gran suite del hotel Pierre de la Quinta Avenida. La entrevista iba bien pero Wallace de pronto se levantó de la silla, me tomó del brazo y me condujo a una de las ventanas que daban al Central Park y la hilera de edificios costosos que bordean la Quinta Avenida. “Aquí tenemos la ciudadela de la hipocresía en los EE.UU.”, dijo, señalando la calle y declarando que difícilmente un negro, incluso el que podía pagarlo, podría tener la esperanza de compartir espacio con los blancos en este barrio, o en los alrededores, debido a la segregación inmobiliaria en Nueva York y otras ciudades del norte. Y, sin embargo, continuó, ¡bajan al sur y echan sermones sobre la igualdad de derechos!
Cité muchos de sus comentarios en el diario, pero me fui de la entrevista sin mencionarle a Wallace que yo mismo vivía en un departamento a pocas cuadras del Pierre y no tenía entonces, como tampoco lo tengo hoy, un vecino afroamericano en mi cuadra.
Del mismo modo, la historia de Selma no se presta a un argumento lineal. En 1990, asistí al casamiento interracial de una mujer rubia y de ojos azules de 38 años llamada Betty Ramsey con Randall Miller un hombre negro de 51, dueño de una próspera casa de sepelios que trabajaba mayoritariamente con negros. En aquel momento, también tenía el cargo de director de personal de Selma en el gobierno del imperecedero alcalde blanco de la ciudad, Joseph T. Smitherman, que había tenido ese título en 1965 y cuyo trato simple y comprensivo convenció a una serie de votantes negros de ayudar a mantenerlo en el cargo durante 35 años.
Randall y Betty Miller viven en una casa de ladrillo de ocho habitaciones y un espacioso patio rodeado de casi dos hectáreas de un cuidado césped que parece un campo de golf. Randall, como es típico de los individuos ricos ya sean blancos o negros, reconoce de mala gana que es millonario.
También es uno de los hombres negros con más movilidad social de Selma. Se lleva bien con políticos locales como George P. Evans, el alcalde negro que reemplazó al alcalde negro que reemplazó a Joe Smitherman, que murió en 2005. También es amigo de figuras del establishment blanco como Joseph Knight, de 82 años, cuyo abuelo fue alcalde de Selma durante la Guerra Civil; el banquero dueño de una mansión Catesby Jones, cuyo bisabuelo fue un renombrado oficial naval confederado; el abogado Leopold Blum Babin, quien, como judío, lamenta la partida de tantos importantes comerciantes judíos de Selma (la sinagoga carece de un rabino tiempo completo); y el presidente del Centro del Comercio de Selma y el Condado de Dallas, Wayne Vardaman, que quisiera que la ciudad supiera cómo mejorar su imagen, que ahora parece eternamente ligada a los hechos de 1965.
“Memphis no festeja el asesinato a tiros” del reverendo Martin Luther King Jr., dijo Vardaman, “pero Selma festeja el Domingo Sangriento”.
Es un estribillo común en un lugar donde la gente quiere dejar el pasado atrás pero a menudo no sabe cómo. El sheriff del condado de Dallas, Harris Huffman, es un afable oficial blanco de 61 años con cabello gris y barba candado. Le preocupa que demasiados vecinos, blancos y negros, sigan anclados en el pasado. “Trato a los demás como quiero que me traten a mí”, dijo. Pero agregó: “En Selma hay personas que viven en 1960 y otras, en 1860”.
Aun en 2015, puede ser difícil decir en qué año estamos. El Selma Country Club, donde vi a los socios bufar frente al televisor en 1965, todavía no tiene socios negros. La Selma High School, que tenía un tercio de alumnos blancos en el 25° aniversario, ahora sólo tiene estudiantes negros. Hay un afiche de la película Selma en la recepción, pero el Walton Theater de Selma está cerrado.
Desde que el filme presentó muchas vistas panorámicas del Puente Edmund Pettus, algunas en el esplendor de la sangre y otras en un sereno reposo digno de un folleto turístico, la ciudad últimamente se ha visto invadida por multitudes de narcisistas con cámaras que pasan largo tiempo en el puente tomando selfies. Su número creció enormemente días atrás, cuando el presidente y miles de visitantes de fuera de la ciudad, negros y blancos, ocuparon cada metro de la autopista para tener la posibilidad de volver a experimentar la historia.
Pero lo que se ve en Selma, al igual que en la mayoría de los lugares de los EE.UU., es un proceso que aún se desarrolla con dolor. El cabeza de turco más conspicuo de Selma es Rose Sanders, una abogada graduada en Harvard que desde hace mucho es la cara del movimiento por los derechos civiles de la ciudad en su forma actual.
La mayoría de los blancos de Selma la acusaron de destruir el sistema de educación pública e instigar la huida de los blancos hacia las escuelas privadas debido a una campaña que encabezó en los años 90 y que incluyó sentadas en la Selma High School y boicots a las empresas blancas luego de que la junta escolar con mayoría blanca se negó a devolverle su puesto al primer portero negro del distrito. Esto se tradujo en discusiones y acritud entre los padres de ambas razas, y el malestar continúa sin tregua desde hace décadas.
“No me pueden culpar de la huida de los blancos”, dijo Sanders. “Echenle la culpa a los racistas”. La abogada ha tratado de sacarse de encima su “nombre de esclava” para cambiarlo por Faya Rose Touré, y hace poco dedicó mucho tiempo a tocar el piano para ayudar a un grupo musical afroamericano a ensayar para un concierto que se dio en presencia de Obama.
Es difícil mirar a Selma y no pedir más. La población –de 28.400 habitantes y aproximadamente mitad negra en 1960– hoy llega a poco menos de 20.000 y es 80 por ciento negra. El índice de desempleo supera el 10 por ciento, casi el doble del promedio del estado. El telón de fondo del Jubileo de este año, con la anulación de partes de la Ley de Derecho de Voto después de un fallo de 2013 de la Corte Suprema de los EE.UU., en algunos aspectos no podría ser más sombrío.
Y, sin embargo, la vida avanza y retrocede a su manera. Los Miller recuerdan con asombro el mundo de hace sólo 25 años, cuando Betty pensaba que ni las mujeres blancas ni las negras la aceptarían y Randall de pronto recordó a Emmett Till, “a quien lo golpearon y le sacaron un ojo y lo tiraron al río Tallahatchie porque había mirado a una mujer blanca”. De algún modo, han prosperado pese a todo.
Luego, recorrimos el patio y el jardín que rodea su propiedad. Un fotógrafo tomó una serie de fotografías que espero imprimir y regalarles para sus bodas de plata.
En algunas de las fotos, Randall está abrazando a Betty y dándole un tierno beso. Por un momento, se detuvo a pensar. “Sabe”, me dijo, “si le hubiese hecho esto a una mujer blanca aquí hace cincuenta años, me podrían haber linchado”.
© The New York Times.
Traducción: Elisa Carnelli

lunes, 16 de marzo de 2015

Noam Chomsky ve a la humanidad al borde del precipicio

Habló en el Foro Internacional por la Emancipación y la Igualdad. El intelectual estadounidense criticó a su país y dijo que la sociedad de mercado lleva a la destrucción

Noam Chomsky, teórico y activista estadounidense. /revista Ñ.
Una poderosa crítica contra el capitalismo actual y contra las políticas exteriores de su propio país, los Estados Unidos, sumado al hecho de ser una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX, han sido los rasgos distintivos de Noam Chomsky, catedrático de Lingüística del Instituto Tecnológico de Massachussetts (Cambridge, EEUU), que ayer se presentó como la primera figura del "Foro Internacional por la Emancipación y la Igualdad", en el Teatro Nacional Cervantes. Son tres días de conferencias y paneles organizados por la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional.
Chomsky subió al estrado unos veinte minutos después de que en la sala se cantara -algunos de pie y brazo en alto- la marcha peronista. El lingüista sobre todo repasó la historia e incluso trajo al presente la amenaza, clásica de la Guerra Fría y los años 70, del desenlace nuclear. Y se privó escrupulosamente de tallar en las polémicas regionales y locales. El intelectual sólo brindó entrevistas a la TV pública y a la agencia Télam, a pesar de los muchos pedidos de otros medios.
Eran las cuatro de la tarde y el evento recién comenzaba, pero en el teatro ya no cabía ni un alfiler. En la calle, la gente que esperaba poder entrar daba la vuelta a la cuadra pero la fila había comenzado a las 11 de la mañana, para conseguir uno de los 800 lugares prometidos para el público general. Un dato: la audiencia -adentro y afuera- era especialmente joven. En la plaza Lavalle, una pantalla gigante aseguraba que nadie se quedaría sin escuchar a los conferenciantes. Frente a esas pantallas hubo algunas decenas de personas.
Noam Chomsky, ícono de la izquierda latinoamericana y de la disidencia estadounidense, subió al escenario y estallaron los aplausos. Comenzó recordando que ya pasaron 70 años desde el fin de la “guerra más cruenta de la humanidad”, la Segunda Guerra Mundial, y lo hizo para explicar el mundo actual, resultado -dijo- de un plan de los Estados Unidos, a partir de 1945, para establecer un esquema mundial acorde a sus propios intereses. Y siguió: “había que destruir la resistencia antifascista, que tenía un peligroso compromiso con la izquierda, y definir para Europa un sistema capitalista dominado por las corporaciones estadounidenses”.
Haciendo historia, dijo que el plan de los Estados Unidos para América Latina no era otro que acabar con las agrupaciones regionales: “el nacionalismo económico debía ser eliminado”. En este punto, recordó una ya famosa frase de Bill Clinton: “los Estados Unidos tienen derecho a usar la fuerza militar para asegurar el acceso irrestricto a los mercados clave y a los recursos energéticos”.
Tras el repaso, Chomsky aseguró que este orden establecido tras la contienda, en el que los Estados Unidos se imponían como “dueños del mundo”, llegó a su fin. “El país está ahora en una fase de decadencia final”, lanzó, “los salarios están hoy al nivel de 1968”.
Habló también de la crisis económica mundial, de los rescates a los bancos europeos, de las “desastrosas políticas de austeridad” y de la aceleración del “ataque neoliberal”, que “se convirtió en un ataque a los derechos humanos y las democracias”.
“Todos los que tenemos los ojos abiertos vemos que la especie humana está al borde del precipicio”, dijo al acercarse el fin de su charla, “las dos amenazas más graves son la guerra nuclear y la catástrofe ambiental”, aseguró. “Es un milagro que hasta ahora, hayamos evitado la destrucción, pero esto era lo esperable en la lógica de las sociedades de mercado”.

viernes, 13 de marzo de 2015

Naomi Klein acusa al capitalismo de destrozar el clima

La escritora y activista presentará su próximo libro en Barcelona el 27 de marzo en el CCCB 

Naomi Klein, activista y escritora./ Àlex Garcia./lavanguardia.com

Para luchar contra el cambio climático, hay luchar contra la actual forma de capitalismo. Es la tesis de la última obra de Naomi Klein, Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima (Paidós), que se presentará el 27 de marzo en el CCCB de Barcelona (http://bit.ly/1CbvSWI)
La autora es considerada como una de las ideólogas del movimiento altermundista y en contra la globalización. Su libro “No logo” se convirtió rápidamente en el manifiesto de una corriente crítica contra el capitalismo salvaje. Y su otro título, “La doctrina del shock”, fue número uno internacional en ventas.
Con este último trabajo, una investigación laboriosa y documentada de 700 páginas, Klein vuelve a acusar al actual sistema económico, por no querer impulsar las reformas necesarias a evitar la catástrofe del planeta: el calentamiento de la atmósfera. “No hemos hecho las cosas necesarias para reducir las emisiones porque todas estas cosas entran en un conflicto de base con el capitalismo desregulado. Estamos atascados porque las acciones que nos ofrecerían las mejores posibilidades de eludir la catástrofe son sumamente amenazadoras para un élite minoritaria que mantiene un particular dominio sobre nuestra economía”, escribe.
Klein cita una multitud de fuentes que demuestran como la situación de deterioro del planeta, con el aprovechamiento excesivo de los recursos naturales y el consumo de combustibles fósiles está teniendo un impacto devastador sobre el clima. Y cada vez la situación va a peor: en la década de 1990 las emisiones globales crecían a un ritmo del 1% anual. Con la entrada del nuevo milenio, con mercados como el de China integrados en la economía mundial, el ritmo de aumento anual alcanzó el 3,4% durante buena parte de la primera década del siglo XXI.
Las dos señas de identidad de este fenómeno han sido por un lado “la exportación masiva de productos a larguísimas distancias, quemando carbono sin piedad” y por el otro “la importación en todos los rincones del mundo de un modelo de producción, consumo y agricultura despilfarrador”.
El reto, según Klein, es de gran magnitud. En la última cumbre del clima de Copenhague (Dinamarca) los gobiernos de los países más contaminantes firmaron un acuerdo no vinculante por el que se comprometían a impedir que las temperaturas aumentaran más de 2ºC por encima del nivel en el que se encontraban antes de que empezáramos a propulsar nuestras economías con la energía del carbón
Pues bien, para cumplir con los límites, los países ricos deberían recortar las emisiones en torno a un 8-10%, “lo que es sencillamente imposible para un mercado libre. De hecho el nivel de disminución de las emisiones sólo se ha producido en el contexto de algún colapso económico o de depresiones muy profundas”, señala Klein.
¿Qué hacer? La autora cree la del cambio climático “es una batalla entre el capitalismo y el planeta. Y ahora mismo el capitalismo la está ganando con holgura. Necesitamos un modelo económico totalmente nuevo. Necesitamos evolucionar”.
La responsabilidad está en manos de la sociedad, en particular de todos aquellos movimientos de distinta índole e origen, que aspiran a cambios sociales. El problema es que hasta ahora sus reivindicaciones han caído en saco roto. Y Klein hace autocrítica. “Buena parte de la movilización contra el cambio climático perdió unas décadas preciosas tratando de cuadrar el círculo de la crisis del clima para que encajara en el molde que le marcaba el capitalismo desregulado, buscando una y otra vez vías que permitieran que el mercado mismo resolviera el problema”.
La autora cree que ha llegado la hora de dar un paso más, que supondrá el cuestionamiento de las estructuras económicas existentes.”Si la justicia climática se impone, los costes económicos para nuestras élites serán reales, no solo por el carbono que se deje en el subsuelo sin extraer, sino también por las regulaciones, los impuestos y las políticas sociales que habrá que aplicar para emprender la transformación necesaria. Estas nuevas contribuciones exigidas a los ultrarricos podrán suponer, en la práctica, el fin de la era de los oligarcas de Davos”.
Klein que el momento es propicio para actuar, porque “la ideología del libre mercado ha quedado desacreditada tras décadas de desigualdad y corrupción crecientes, que le han restado buena parte de su anterior poder persuasivo”.
Se trata, en sus palabras, de poner en marcha un nuevo Plan Marshall sobre el clima. “Podemos transformar nuestra economía para que sea menos intensiva en recursos, potenciar la expansión y la creación de empleo en los sectores bajos en carbono y la contracción de aquellos sectores “altos en carbono”.
¿Quién debe liderar este proceso? Naomi Klein invoca una “resistencia masiva”, en manos a distintos movimientos, que, a su vez, tienen su origen en reivindicaciones antiguas, como ya ocurrió con el apartheid, el movimiento feminista, la lucha para los derechos homosexuales, los movimientos de la soberanía indígena.
En sus páginas finales, la autora llega a comparar la próxima revolución sobre el clima como la lucha que se llevó, siglos atrás, para la abolición de la esclavitud. “La dependencia que la economía estadounidense tenía de la mano de obra esclava, especialmente en los estados sureños, sí es comparable con la dependencia de los combustibles fósiles que evidencia la economía global moderna”.
El libro gustará a los lectores dotados de con espíritu reivindicativo y aquellos más sensibles a temas medioambientales. En cambio, al hombre de Davos que circula con el todoterreno a todo gas por la nieve es posible no le entusiasme demasiado y que opte por pegarse un baño en su Jacuzzi caliente.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Instrucciones para no caer en el conformismo

Errata Naturae reedita  La escultura de sí, de Michel Onfray, donde el pensador francés apuesta por una ética que escape de la renuncia y la culpa

 Michel Onfray, en una imagen reciente.Charly Triballeu./lavanguardia.com
Portada de La escultura de sí.  Errata Naturae.

Errata Naturae ha recuperado, y mejorado, uno de sus primeros libros publicados. La escultura de sí es uno de los títulos más conocidos del pensador francés Michel Onfray, en el que intenta desarrollar una nueva ética que escape de la renuncia y la culpa, y que al mismo tiempo se articule como una estética. Ante el conformismo contemporáneo; identidad propia y afirmación radical de la vida.
Onfray, acudiendo a Nietzsche (“Sé amo y escultor de ti mismo”), propondrá la edificación de un yo insumiso e inconformista. Para ello viaja a Viena y busca un modelo que le sirva de arquetipo. Un modelo, nos advierte, que no es un corsé, “sino que invita a encontrar el camino propio”. Y lo halla en la Piazza San Zanipollo, en una estatua ecuestre de Andrea del Verrocchio que representa el Condotiero Bartolomeo Colleoni.

Hacia la “bella individualidad”

El Condotiero, un emblema del Renacimiento, simboliza para Onfray la elegancia, la energía, la virtuosidad y, en definitiva, lo que el pensador francés llama “bella individualidad”. No le interesa al autor su definición histórica sino su figura, que escapa de la moral cristiana. En el Condotiero encontramos las prácticas subversivas de los antiguos cínicos: creadores de sus propios valores, una misma exigencia de estilo y virtud, y un temperamento entre libertario y aristócrata.
Es la escultura que va esculpiendo Onfray un equilibrio entre la exuberancia de Dionisio y la forma de Apolo: “Destaca en el arte, en cierto modo alquímico, de transformar energía inútil en una fuerza que dispone de un objeto: uno mismo”. La fuerza, apunta el autor, es lo contrario a la violencia.
El libro es, pues, un distanciamiento con aquellos que “se creen ateos y que, sin embargo, continúan sacrificándose por los ídolos, los dogmas y los dictados de los social”. El objetivo es conservar la independencia de espíritu y fomentar la excepción. “Hay que dejar de creer que podemos volver bueno aquello que se dirige a la mediocridad”, insistirá Michel Onfray. La respuesta es la constitución de una personalidad creativa.

Una estética de las pasiones

Esa bella individualidad no puede confundirse con el “narcisismo vulgar”, el individualismo materialista, que “se ciega a sí mismo después de haber encontrado su propia mirada”. Lo que busca el Condotiero –convertido ya en modelo ético y estético de Onfray- es el reflejo de sus potencias: las fracturas, los puentes, los abismos de la geografía de uno mismo. La masa quiere el mimetismo, la copia, la servidumbre voluntaria, lo idéntico. El olvido de sí.
El yo inconformista que defiende Onfray quiere acabar con “esa barbarie que consiste en erradicar las pasiones”. Una ética afirmativa es, entonces, aquella que presta atención al goce propio al mismo tiempo que al del otro. El hedonismo es dinámico y, por lo tanto, escapa del egoísmo. La moral ha idealizado lo ascético, el acabar deseando no desear más, realizando así un elogio de la extinción. Por ello es necesaria una patética (una estética de las pasiones), nos dice el autor, para preferir el Eros al Tánatos.
Hemos de recuperar la voluntad de goce, concluye Michel Onfray, “allí donde normalmente triunfan el resentimiento y el ardor por apagar la energía”.

martes, 10 de marzo de 2015

Vivir en estado de vigilancia permanente

Big data. La digitalización global de datos ubica a todos los ciudadanos en el papel de espiados tanto por los estados que dicen luchar contra el terrorismo como por quienes buscan más consumidores

El Estado nos vigila y el Capital nos vende, o sea vende nuestra vida transformada en datos./revista Ñ.

El 97% de la información del planeta está digitalizada. Y la mayor parte de esta información la producimos nosotros, mediante Internet y redes de comunicación inalámbrica. Al comunicarnos transformamos buena parte de nuestras vidas en registro digital. Y por tanto comunicable y accesible mediante interconexión de archivos de redes. Con una identificación individual. Un código de barras. El DNI. Que conecta con nuestras tarjetas de crédito, nuestra tarjeta sanitaria, nuestra cuenta bancaria, nuestro historial personal y profesional –incluido domicilio–, nuestras computadoras –cada uno con su número de código–, nuestro correo electrónico –requerido por bancos y empresas de Internet–, nuestro permiso de conducir, la matrícula del coche, los viajes que hemos hecho, nuestros hábitos de consumo –detectados por las compras con tarjeta o por Internet–, nuestros hábitos de lectura y música –gentileza de las webs que frecuentamos–, nuestra presencia en los medios sociales –como Facebook, Instagram, YouTube, Flickr o Twitter y tantos otros–, nuestras búsquedas en Google o Yahoo y un largo etcétera digital. Y todo ello referido a una persona; usted, por ejemplo. Sin embargo se supone que las identidades individuales están protegidas legalmente y que los datos de cada uno son privados. Hasta que no lo son. Y esas excepciones, que de hecho son la regla, se refieren a la relación con las dos instituciones centrales en nuestra sociedad: el Estado y el Capital.
En ese mundo digitalizado y conectado, el Estado nos vigila y el Capital nos vende, o sea vende nuestra vida transformada en datos. Nos vigilan por nuestro bien, para protegernos de los malos. Y nos venden con nuestro acuerdo de aceptar cookies y de confiar en los bancos que nos permiten vivir a crédito (y, por tanto, tienen derecho a saber a quién le dan tarjeta). Los dos procesos, la vigilancia electrónica masiva y la venta de datos personales como modelo de negocio, se han ampliado exponencialmente en la última década por efecto de la paranoia de la seguridad, la búsqueda de formas para hacer Internet rentable y el desarrollo tecnológico de la comunicación digital y el tratamiento de datos.
Las revelaciones de Snowden sobre las prácticas de espionaje masivo del mundo entero (con escasa protección judicial o simplemente ilegales) han expuesto una sociedad en la que nadie puede escapar a la vigilancia del Gran Hermano, ni Merkel. No siempre ha sido así porque no estábamos digitalizados y no existían tecnologías suficientemente potentes para obtener, relacionar y procesar esa inmensa masa de información. La emergencia del llamado big data, gigantescas bases de datos en formatos comunicables y accesibles (como el inmenso archivo de la NSA en Bluffdale, Utah) ha resultado del reforzamiento de los servicios de inteligencia tras el bárbaro ataque a Nueva York así como de la cooperación entre grandes empresas tecnológicas y gobiernos, en particular con la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU. (que forma parte del Ministerio de Defensa, pero que goza de amplia autonomía).
El director de la NSA, Michael Hayden, declaró que para identificar una aguja en un pajar (el terrorista en la comunicación mundial) necesitaba controlar todo el pajar, y eso es lo que acabó consiguiendo, según su criterio, con una flexible cobertura legal. Aunque Estados Unidos es el centro del sistema de vigilancia, los documentos de Snowden muestran la activa cooperación con las agencias especializadas de vigilancia del Reino Unido, de Alemania, de Francia y de cualquier país, con la excepción parcial de Rusia y China, salvo en momentos de convergencia. En España, tras la escandalosa revelación de que la NSA había interceptado 60 millones de llamadas, Snowden apuntó que en realidad lo había hecho el CNI por cuenta de la NSA. Siguiendo la política de Aznar que dio a Bush permiso ilimitado para espiar en España a cambio de material avanzado de vigilancia. Y vigilaron a cualquiera que estuviera compartiendo información. Pero fueron las empresas tecnológicas las que desarrollaron las tecnologías de punta para el Pentágono. Y fueron empresas telefónicas y de Internet las que entregaron datos de sus clientes. Sólo se enfadaron cuando supieron que la NSA los espiaba sin su permiso. Facebook, Google y Apple protestaron y encriptaron parte de sus comunicaciones internas. Porque en realidad esa es una posible defensa de la privacidad: comunicación encriptada facilitada a los usuarios. Sin embargo, no se difunde porque contradice el modelo de negocio de las empresas de Internet: la recolección y venta de datos para la publicidad enfocada (que constituye el 91% de las ganancias de Google).
Aunque la vigilancia incontrolada del Estado es una amenaza para la democracia, la erosión de la privacidad proviene esencialmente de la práctica de las empresas de comunicación de obtener datos de sus clientes, agregarlos y venderlos. Nos venden como datos. Sin problema legal. Lea la política de privacidad que publica Google: el buscador se otorga el derecho de registrar el nombre del usuario, el correo electrónico, número de teléfono, tarjeta de crédito, hábitos de búsqueda, peticiones de búsqueda, identificación de computadoras y teléfonos, duración de llamadas, localización, usos y datos de las aplicaciones. Aparte de eso, se respeta la privacidad. Por eso Google dispone de casi un millón de servidores para procesamiento de datos.
¿Cómo evitar ser vigilado o vendido? Los criptoanarquistas confían en la tecnología. Vano empeño para la gente normal. Los abogados, en la justicia. Ardua y lenta batalla. Los políticos, encantados de saberlo todo, excepto lo suyo. ¿Y el individuo? Tal vez cambiar por su cuenta: no utilice tarjetas de crédito, comunique en cibercafés, llame desde teléfonos públicos, vaya al cine y a conciertos en lugar de descargarse pelis o música. Y si esto es muy pesado, venda sus datos, como proponen pequeñas empresas que ahora proliferan en Silicon Valley.
© La Vanguardia
*Manuel Castells es sociólogo, profesor y escritor. Es autor de la trilogía: “La Era de la Información”.