Días antes de que Juan Manuel Santos se posesionara como presidente en el 2010 se veía un grafiti en una pared de Bogotá que decía se va el mayordomo, llega el dueño de la finca
La forma más apropiada para entender la política en Colombia, el séptimo
país más desigual del mundo, es ver la manera como nuestros líderes
entienden sus fincas. Mientras que Álvaro Uribe es el jinete que dirige
el arreo de ganado desde su purasangre, Santos tiene una casa con
piscina y pantallas plasma que colinda con las mansiones de sus amigos
burgueses. Son dos tipos de élites distintas. Dos formas diferentes de
entender lo rural. Y el mundo. Pero la segunda, la que ve su finca como
un lugar de reposo y no como el origen del trabajo y la vida en sí, es
la que manejó al país durante las décadas que antecedieron a Uribe.
Esa disyuntiva de élites es el contexto que quiero usar en esta columna para explicar por qué para Semana
ser independiente del gobierno de Santos es como entrar al Gun Club sin
corbata. Por qué desde que Juan Manuel llegó al poder, la revista no es
el veedor del poder que fue durante el polémico gobierno de Uribe.
El pasado de Semana, propiedad del periodista Felipe López,
está estrechamente ligado al de Santos, no solo en términos políticos e
históricos, sino culturales y territoriales. Los vínculos entre las dos
familias se remontan, por lo menos, a la República Liberal de los
treinta y cuarenta. Felipe y Juan Manuel son amigos de infancia. Sus
familias recibieron los terrenos de sus fincas del exalcalde de Anapoima
Julio César Sánchez, un hombre que pasó de ganadero a toparse con los
tiesos y majos dirigentes del Partido Liberal o, en términos de El Tiempo, “escaló, peldaño a peldaño, casi todas las dignidades que ofrece la democracia colombiana”.
Que Santos sea la tercera persona que más veces ha salido en las Sociales de Semana
–ese extraordinario formato que explica por sí solo a nuestra sociedad y
nuestro periodismo– no es una casualidad. Antes de ser presidente,
Santos ya tenía un historial con la revista. Le dieron dos portadas
cuando era ministro, una que titulaba “La hora de Juan Manuel” y otra en la que, en contra de la voluntad del presidente Uribe, Santos revelaba que Tirofijo estaba muerto. En la primera edición de Semana, publicada en 1982, había una columna
suya, “Nubarrones cafeteros”. El ahora presidente acababa de llegar de
Londres, donde trabajó para la Federación Nacional de Cafeteros, y
empezaba su carrera como periodista de El Tiempo, el periódico de su familia que fue objeto de la siguiente cita escrita por Álvaro Salom Becerra en su libro Al Pueblo nunca le toca.
Las cosas se parecen a su dueño. Y El Tiempo
ha sido, es y será idéntico al doctor Santos. El respeto al statu quo,
el culto a los valores consagrados, el servicio a dos amos, las velas
simultáneamente prendidas a Dios y al diablo, el oportunismo elevado a
categoría de necesidad patriótica, la cobardía disfrazada de prudencia,
el miedo a la verdad, la mentira ataviada con los ropajes de la
discreción, las fórmulas eclécticas, las soluciones salomónicas, los
tonos grises, las medias palabras, los eufemismos, las ambigüedades,
fueron siempre las normas de conducta y, aplicándolas sistemáticamente,
llegó a convertirse en una de las empresas más prósperas del país. Pero
Santos, además, le infundió su personalidad a millones de sus
compatriotas. Porque el santismo es un estado de alma colectivo. La
gente sigue la línea de la menor resistencia. No habla porque es
imprudente, no escribe porque es peligroso, no exige porque es
inoportuno, no protesta porque es subversivo, no actúa porque es
contraproducente. Y si se atreve a hablar, escribir o actuar, lo hace
con reticencias y ambages que diluyen la idea y desvirtúan la intención.
Salom Becerra escribió su novela en los años setenta, pero la trama
ocurre en los cuarenta. Es una historia sobre la élite bogotana y
liberal que manejó al país desde los salones estilo republicano del
Jockey Club durante la Violencia. El Santos que menciona es Eduardo,
expresidente y fundador del periódico. Pero la cita con facilidad puede
tratarse de su sobrino y actual presidente, que llegó a la subdirección
de El Tiempo sin hacer carrera periodística y hoy en día sufre un problema de identidad política que lo tiene montado en un caballo que no sabe maniobrar para remontar en las encuestas. Después de un populista
como Uribe, la gente no ha entendido la metodología santista de delegar
las decisiones desde un salón republicano. El santismo, así gobierne en
el siglo XXI, es un fenómeno de los años cuarenta.
***
Según el especial que se publicó el domingo, la portada más crítica que Semana ha publicado sobre Santos se tituló “¿Qué está pasando?”.
Mostraba un par de fotos del presidente encogiéndose con motivo de un
bajón en las encuestas. El texto no explica las opiniones de la gente,
sino que las cuestiona; califica los resultados seis veces de ser
“sorpresivos” y tiene afirmaciones como esta: “lo que sorprende es que
la encuesta revela (…) un escepticismo general en el estado de ánimo del
país que parecería no corresponder al momento histórico que está
atravesando”.
La otra portada de Santos que uno podría calificar de crítica es sobre la reforma a la Justicia, titulada “Todos quedaron mal”.
En el penúltimo párrafo, después de que se responsabiliza al Congreso y
a los magistrados y a los senadores, dice: “La verdad es que ninguno de
los miembros del gobierno actuó de mala fe o tenía la intención de
consagrar constitucionalmente la impunidad”.
Semana no niega la realidad: ahí están la encuesta y la
reforma a la Justicia. Pero encuadra los argumentos, los ajusta, para
que el gobierno salga bien librado y Santos no se queje durante el
almuerzo del domingo en Anapoima.
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Mucho se ha escrito sobre la falta
de movilidad social en Colombia y la perpetuidad de las élites en el
poder. La misma María Jimena Duzán, en su reflexión de aniversario, se quejó de que “en la Colombia actual, para hacer política se necesita no tener ideas, no ser audaz y ser hijo de alguien”. Y Semana ha reconocido más de una vez, y en portada, que este es un país de delfines políticos.
Pero lo que les ha faltado a los análisis sobre la élite en Colombia,
y en entre ellos vale destacar los de Malcolm Deas, es decir que esos
fenómenos también se dan en los medios de comunicación.
La puerta giratoria y los vínculos entre las élites políticas y
mediática han sido fenómenos cambiantes a través de la historia.
Dependiendo del gobierno, los medios han tenido altas y bajas en
términos de independencia. Lo dijo Daniel Coronell sobre el periodista de Semana
Ricardo Calderón, quien “ha vivido florecientes períodos en los que la
revista quiere investigar y otros en los que quiere menos”. El gobierno
de Santos es uno de esos momentos en los que la revista no quiere
investigar.
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Semana asegura
que Uribe ha sido portada 62 veces y Santos, 39. Mientras estuvieron en
el gobierno, yo conté 58 portadas de Uribe y 19 de Santos. Según esto,
Santos estuvo en la portada 20 veces antes de ganar las elecciones;
Uribe, 4.
El tono que Semana le ha dado a las portadas del presidente
Santos –“El cuarto de hora de Colombia”, “¡Por fin!”, “¿Líder
regional?”– es difícil de encontrar en las portadas que le dieron a
Uribe: “El poder soy yo”, “Uribeitor”, “¿A qué le juega Uribe?”, “¿Se
metieron al rancho?”, “Calma, presidente”, “Grietas en el pedestal” o
“¿A qué le teme, presidente?”.
Solo hay una portada
que se puede considerar positiva sobre Uribe, “El año en que volvió la
esperanza”, que fue un artículo firmado por el director, Alejandro
Santos, algo pocas veces visto en la historia de la revista.
Es forzado comparar a Uribe con Santos: pudo haber razones para ser
críticos con el primero y elogiosos con el segundo. Además, en ocho años
se generan más controversias dignas de criticar que en los primeros
dos, cuando se supone que los mandatarios gozan de una luna de miel.
Por eso hacer la comparación en igualdad de condiciones es importante. En el análisis de los primeros 100 días de Uribe, Semana fue escéptica:
“Aunque no ha mejorado la situación de los colombianos, el Presidente
ha logrado un cambio sicológico que les ha devuelto la esperanza”. Con
Santos fue elogiosa:
“Casi todos los presidentes de Colombia
empiezan bien sus mandatos y la expresión ‘luna de miel’ se ha
convertido en un lugar común para definir el sentimiento de los
ciudadanos en los 100 primeros días. En el caso de Juan Manuel Santos,
sin embargo, esa figura se queda corta para definir la manera favorable
como la opinión pública ha recibido los nombramientos, anuncios y
cambios de estilo de su gobierno. La luna de miel actual es una de las
más dulces que se pueden recordar”.
Para ambos análisis de los 100 días Semana contrató
encuestas, y los resultados no corresponden al tono: Uribe tenía 74% de
favorabilidad mientras que Santos, 73%. Aunque hoy se puede explicar la
preferencia de Santos sobre Uribe con razones como las chuzadas del DAS o
la parapolítica, en los primeros dos años de Uribe no se había
destapado ningún escándalo de aquellos. En igualdad de condiciones,
pues, Semana fue más santista que uribista.
Puedo ser injusto. Puedo estar tomando los ejemplos que me sirven de manera aleatoria para argumentar que Semana es santista. Pero, esta vez, yo no soy el único que he visto esta tendencia. El bloguero Carlos Cortés también se dio cuenta de ella en su burlón “Top de portadas de Mr. Santos”. Ricardo Galán criticó el análisis de la encuesta mencionada. Y La silla vacía dijo que Semana es a Santos lo que El Colombiano fue a Uribe, un panfleto propagandista. “A Semana no le creo ni el horóscopo”, tuiteó hace poco Sandra Borda, una profesora de los Andes.
Semana cree, en general, que Santos es regio. Y, aunque esto puede ser cierto y la opinión pública, que desaprueba su gestión, puede estar equivocada, el cubrimiento de Semana sobre Santos no ha sido del todo balanceado.
***
Como dijo Juanita León, Santos tiene estrechos vínculos con los medios. El ejemplo de El Tiempo es uno de los más evidentes: su director está casado con una prima del Presidente y es primo de la Canciller. Pero en Semana
el presidente tiene a “uno de sus mejores amigos” y a su sobrino
favorito. Su asesor más cercano, Juan Mesa, que viene de ser un alto
ejecutivo en Caracol, es hermano de la gerente en Publicaciones Semana, Elena.
Así han funcionado las élites de los medios casi siempre. Yo, que soy
hijo de Rodrigo Pardo y bisnieto de Roberto García-Peña y sobrino de
D’Artagnan, soy parte del fenómeno: a los 22 años ya estaba sentado en
un escritorio del edificio de Semana al lado de la hija de
Felipe López, que es nieta y bisnieta de periodistas/políticos. Mi jefe
era Daniel Samper Ospina, nieto y bisnieto de periodistas/políticos.
Felipe López es consciente de todo esto, y sus ácidos comentarios lo
corroboran: “cuando quise hacer cine, fui director; y cuando quise ser
periodista, fui dueño”, ha dicho en tono irónico más de una vez.
El clientelismo que remplazó al caudillismo en Colombia le permitió a determinadas élites mantenerse en el poder político, económico y mediático y sucederse entre ellas a manera de monarquía.
Semana, porque las cosas se parecen a su dueño, es una revista de la élite. Y durante el gobierno elitista
de Juan Manuel se encontró con un escenario, quizás sin precedentes en
estos 30 años, donde sus estrechos vínculos con el poder político
comprometen su capacidad de tomar distancia. Cuando hay desacuerdo
dentro de la élite, Semana es independiente: los gobiernos de
Uribe o Samper son ejemplos. Pero cuando hay consenso en ese remoto e
influyente círculo de la sociedad –y los procesos de paz serán una
prueba más– Semana es culturalmente incapaz de establecer la
distancia necesaria para darle una mirada alternativa a la realidad
nacional. En general y excluyendo a sus columnistas, Semana es menos independiente cuando se trata del dueño de la finca.
En estas columnas he argumentado una y otra vez que el problema de los medios en este país, y sí que los hay, es el mismo de la política y la sociedad: la exclusión.
Estamos en manos de las mismas élites de siempre, que se consienten
entre ellas y hacen todo lo que pueden para perpetuarse en el poder. Hay
matices, por supuesto: innumerables. Y en la historia de Semana antes del gobierno de Santos hubo más independencia que cercanía del poder. No obstante, en los últimos dos años Semana demostró que –con todo y aplicación de iPad– seguimos en los años cuarenta.
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