sábado, 3 de abril de 2010

El mensajero del Imperio

LA PRENSA ANUNCIA EL VIAJE DE Arturo Valenzuela, alto funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos, a algunos países andinos


Por: Álvaro Camacho Guizado

En Ecuador tendrá que oír las quejas de varios países de Unasur respecto de la instalación de bases militares estadounidenses en Colombia. Tendrá que explicar por qué el gobierno de Obama aceptó ese plan, que venía del gobierno de Bush, cuando la llamada guerra al terrorismo era el grito de guerra de ese gobierno, coreado con entusiasmo por el colombiano.

Es de esperar que antes de su viaje Valenzuela lea el artículo que ha escrito Adam Isacson en un libro de reciente publicación aquí: Las perlas uribistas. En ese artículo el autor muestra la manera torpe y sectaria como Uribe ha manejado las relaciones con ese país: después de que Pastrana trató de manejar una agenda bipartidista, Uribe se echó en brazos de Bush, se dejó encandilar por una invitación a su finca y aprovechó para mostrar que él, Uribe, entiende bastante acerca de ser propietario de grandes extensiones de tierra: la simpatía tenía que ser inmediata, desde luego.

Y cuando invitó a algunos congresistas estadounidenses a su hacienda El Ubérrimo y exhibió sus habilidades como caballista, al montar en un caballo sin derramar el tinto que llevaba en un pocillo, creyó que deslumbraba a sus distinguidos visitantes, quienes no alcanzaron a darse cuenta de que el pocillo estaba vacío. Los visitantes sí entendieron, en cambio, que como lo dice Isacson Uribe "es la genuina caricatura del caudillo latifundista latinoamericano" (p. 119).

Isacson desnuda también otras perlas en el manejo de las relaciones con el coloso del norte: el gigantesco gasto en empresas de cabildantes y de relacionistas públicos ha servido de poco, porque los demócratas no tragan entero, y se dan cuenta de que con esos dineros podrían hacer algo para combatir la pobreza en el país.

La gran proeza diplomática de Uribe ha sido lograr que Obama le diera un autógrafo en una servilleta, cuando las intrigas de nuestro presidente lograron que los sentaran juntos en una cena protocolaria. Obama, como cualquier famoso, no le niega un autógrafo a nadie.

Valenzuela se preguntará, sin duda, cómo fue posible que semejante aparato publicitario y de intrigas no se diera cuenta de que los demócratas estaban al borde de ganar las últimas elecciones, y que invitar a McCain a Cartagena era un acto de extrema imprudencia.

En fin, el gobierno estadounidense envía a su alto funcionario a un país cuyo mesías ha sido derrotado y pronto pasará a la historia. Entonces no deberá gastar mucha labia para convencerlo de que su política de guerra a las drogas ilícitas no sólo no ha funcionado, sino que Obama ha organizado una comisión que diseñe una estrategia nueva, más dirigida a la prevención y menos a la penalización.

Ya no será Uribe, pero quien lo suceda, a pesar de que use la retórica de la continuidad, tendrá que modificar en serio esa loca guerra a las drogas; tendrá que asumir una actitud menos rodillona y más alerta a los giros que tome Obama, no deberá gastar tanto en relaciones públicas y tendrá que contemplar seriamente un plan B para enfrentar el futuro en el Congreso Estadounidense; y deberá garantizar a Valenzuela que los falsos positivos, las persecuciones a sindicalistas y a defensores de los Derechos Humanos son cosas del pasado.

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