domingo, 14 de marzo de 2010

Legado de Uribe

Inseguridad. Desconfianza. Polarización. Ese es el legado que dejan ocho años de tramposos, corruptos y brutales gobiernos de Álvaro Uribe


fOTO;fUENTE.semana.com

Antonio Caballero

Los candidatos uribistas se proclaman resueltos a defender y profundizar "el legado de Uribe", cuando lo que necesita el país es justamente lo contrario: desembarazarse del uribismo, que no ha hecho otra cosa que agravar los problemas existentes y crear otros nuevos. Repiten todos la jaculatoria del jefe: "Seguridad democrática, confianza inversionista, cohesión social". Es un programa mínimo, si se toma al pie de la letra:? dar seguridad, mantener la confianza, garantizar la cohesión, son las obligaciones básicas de cualquier Estado. No se cumplían en Colombia antes de los gobiernos de Uribe, sin duda. Pero tampoco las ha traído él. Por el contrario: en los últimos ocho años ha disminuido la seguridad, ha aumentado la desconfianza, y ha crecido la división entre los colombianos (tanto en lo económico, la brecha entre ricos y pobres, como en lo político, el enfrentamiento entre "buenos" y "malos", o uribistas y antiuribistas).

La seguridad. Es cierto que hoy hay menos secuestros y que las carreteras son menos peligrosas que antes. Y eso es apenas natural habiendo aumentado los gastos en seguridad hasta la cifra colosal de 15 billones de pesos al año, y el pie de fuerza hasta 430.000 hombres en armas: hay policías en todos los municipios y batallones del ejército en todas las montañas del país. Han sido extraditados los principales jefes narcoparamilitares, y de veinte mil hombres que tenían, cincuenta mil entregaron las armas; pero la estructura narcoparamilitar subsiste intacta bajo el nombre eufemístico de 'Bacrim' (bandas criminales), con nuevos jefes, y sus contactos políticos, aunque algunos estén presos, siguen siendo los dirigentes del uribismo rural. La guerrilla ha sufrido fuertes golpes, bombardeos y deserciones y bajas en combate, y ha sido de nuevo relegada a lo hondo de las selvas (o a las fronteras); pero conserva su capacidad de reclutamiento, que no viene del atractivo de sus ideas, sino del hecho desnudo de que el campo arrasado por la política agraria de los gobiernos no ofrece sino dos perspectivas de empleo: la guerrilla y el paramilitarismo. Y esos resultados se han pagado caros: en recompensas en dinero, y sobre todo en la monstruosidad moral de los "falsos positivos" provocados por el viraje de esas recompensas: cerca de dos mil inocentes asesinados por la fuerza pública. Y los desplazados: ese río de millones de hombres y mujeres expulsados del campo que va a engrosar el mar de miseria y de delincuencia de las ciudades. Eso no es seguridad.

Ni puede llegar a serlo, porque la seguridad no se obtiene con las recetas uribistas de plata y plomo, soborno y represión, ensayadas ya y fallidas (aunque en menor escala) bajo sus predecesores. La receta es otra, que no quieren probar aquí los dueños del poder y la riqueza: la justicia social.

En cuanto a la receta para combatir la violencia del narcotráfico, que además financia todas las demás, también es otra: la legalización del negocio.

La confianza: Si de verdad existiera eso que los uribistas llaman "confianza inversionista", millones de ciudadanos no hubieran invertido sus ahorros en las 'pirámides' ilegales. Y las reformas laborales hubieran servido para crear empleo, en vez de destruirlo. Y no habrían huido, llevándose sus exenciones de impuestos, los capitales extranjeros (con excepción de los mineros) y buena parte de los nacionales. Y no tendrían que salir de Colombia en busca de trabajo millones de personas. En cuanto a la confianza en general, basta con ver el crecimiento desaforado de la corrupción para inferir que no existe: nadie cree que puede ganar si no roba. Y no puede ser de otro modo bajo un gobierno que compra y vende las notarías, que son garantes de la fe pública, como si fueran semovientes.

Sólo parecen tener confianza en Colombia, para vivir e invertir, para trabajar y educar a sus hijos, los narcotraficantes. Los cuales se van confundiendo cada día más con los integrantes de la clase política. Un país en el que eso sucede no puede ser un país que ha sido bien gobernado -en los ocho, y en los cien años anteriores.

La cohesión: ¿Se puede hablar en serio de "cohesión social" en un país que está en guerra? No. Solamente se puede, como hacen los uribistas, negar que la guerra sea guerra.

Inseguridad. Desconfianza. Polarización. Ese es el legado que dejan ocho años de tramposos, corruptos y brutales gobiernos de Álvaro Uribe. Hoy domingo, que es día de elecciones, es el momento de votar contra los beneficiarios de semejante legado, que quieren mantenerlo.

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