martes, 11 de marzo de 2014

Los intelectuales y el principio de realidad

Está claro que hoy en día es imposible mantener los secretos en secreto. Todo se hace público de una forma inmediata a través de las redes sociales, a través de todos esos improvisados periodistas que, móvil en mano, van filmando cada cosa que ocurre, incluso aquellas que se vetan a la prensa profesional

Enfrentamientos después de las protestas. / Rodrigo Abad./elpais.com
Y lo filman, además, desde dentro, en medio de la batalla flagrante, en medio del caos y los excesos. Lo filman porque está ocurriendo y como testigos lo viven en primera persona – a pesar de la crisis del testigo puesto en cuestión estos últimos años. Nunca antes habían ocurrido las cosas de esta manera, nunca antes los “reporteros de guerra” habían sido los propios combatientes. ¿Qué mejor que narrar desde dentro? ¿Qué mejor si, como Robert Capa, autor de tantas fotos memorables e incluso famosas de la Guerra Civil española, solía repetir a su pareja la también fotógrafa documental Gerda Taro, “cuando la foto no ha salido bien es que no estabas lo suficientemente cerca”?
De modo que ya no se puede poner fronteras a esa realidad que, reflexionaba Lacan, no nos espera. Nunca. Es una idea nueva, la de la prensa espontánea que no deja pasar la noticia: a los pocos minutos las imágenes llegan a las redes sociales y la prensa se hace eco de lo vetado o borrado; de lo que no se permite ver ni observar  -todo lo que el poder trata de camuflar.
Y porque en cada esquina hay un periodista improvisado, no sirven de nada las soflamas ni los discursos o los panfletos por muy convincentes que quieran sonar: la verdad acaba saliendo porque se filma en medio de la batalla. Acaban saliendo los disparos, las represiones, los muertos… Pero empecemos tal vez por ahí: se manifieste quien se manifieste, la obligación de las fuerzas del orden es respetar los derechos básicos en cada calle y cada ciudad, en medio de la nieve de Kiev o en el verano caraqueño. La mayoría de las veces el que está tiene sólo el móvil para dar cuenta de los abusos. Y la da. Desde luego que ya no hay secretos.
Sin embargo, no me he vuelto comentarista política, no se alarmen. Aunque es cierto que los intelectuales, cada vez más, no tienen más remedio de posicionarse. Lo cierto es que no me hubiera hecho “comentarista política” si la polémica a propósito de la situación en Venezuela no hubiera sido iniciada por  la Red del Conceptualismos del Sur –“Plataforma de investigación, discusión y toma de posición colectiva desde América Latina, fundada en 2007”, dice su página web- , red muy conocida entre nosotros por sus muy frecuentes colaboraciones con el Museo Reina Sofía, entre otras instituciones internacionales.
La polémica empezó con el post publicado el 22 de febrero, en el cual se acusaba a intereses trasnacionales afincados en España, Colombia y Estados Unidos -y a este diario, por cierto- de promover una imagen negativa de Venezuela: “La imagen de Venezuela promovida por diario español El País, la CNN y algunos medios de comunicación pertenecientes a grupos de la derecha neoliberal colombo-venezolana, es la de una nación inestable cuyas masas dóciles son pastoreadas por líderes carismáticos y manipuladores. Esta ficción mediática ha sido creada para ocultar que el proceso bolivariano se sostiene en la fuerza del movimiento popular, en su poder de autoconvocatoria y autorganización y en el tejido social que permanentemente exige y empuja la agenda de izquierda del gobierno venezolano.”
La respuesta no se hacía esperar en un manifiesto firmado por un grupo nutrido de intelectuales, escritores, curadores, poetas, profesores y personalidades del mundo de la cultura de América Latina que dejaban claro como “la situación venezolana no es una ‘ficción mediática’, y tampoco depende de una ‘matriz comunicacional’, es ahora, otra vez y después de 15 años, el resultado del malestar de un ‘pueblo’ inconforme ante un gobierno que no ha sabido responder al desafío de su momento histórico, substituyendo la política por el discurso de la propaganda.”
Después, la polémica ha surgido a su vez dentro de los propios Conceptualismos, en cuyo seno han ido oyéndose voces discordantes, y fuera , con acusaciones a la propia red de aprovechar la coyuntura política para sus fines. Lo más llamativo es, no obstante, la retórica de los Conceptuslismos que no puede ser más trasnochada y, dicho con todos mis respetos, a ratos y por reiterada un poco vacía. Pero la cuestión esencial, lo interesante más allá de las simpatías o antipatías que una u otra posición generen, es que, a partir de aquí las cosas han dejado de ser inocentes y las instituciones  –todas puntualmente informadas de la respuesta de los intelectuales venezolanos- que trabajen con Conceptualismos y con otras instancias presentes en el segundo manifiesto, van a tener, tal vez, que posicionarse. ¿Será posible jugar a dos bandas, instalarse en la paradoja?
De cualquier manera, y aunque sólo sea por la prosa –que es sintomática de muchas cosas más, por ejemplo de una libertad de pensamiento- parece más convincente el manifiesto en respuesta a Conceptualismos. Dejando a un lado las ironías, es la misma libertad de pensamiento que demuestran y muestran todos esos móviles que van dando cuenta de la situación en la calles de Venezuela y que, seguro, no están dirigidos por grupos con intereses trasnacionales. Seguro.

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