Las profecías del pensamiento único no se han cumplido. No se ha producido un choque de civilizaciones y la economía de mercado no ha propagado la democracia. Las guerras de Afganistán, Irak y Libia no son el escenario de un enfrentamiento entre el mundo libre y el fundamentalismo religioso, sino un nuevo episodio del colonialismo de las potencias occidentales. No hay una democracia planetaria, sino una intolerable desigualdad global. Mil millones de seres humanos viven la pobreza absoluta, la mayoría en el África subsahariana. Los cambios ya no pueden plantearse en un ámbito nacional. No surgirá un mundo más justo, si no se produce una movilización internacional. Es necesario rescatar el viejo sueño del internacionalismo socialista para crear una sociedad diferente, donde ya no sea posible esclavizar a los hombres ni a los pueblos y el consumo y el despilfarro no amenacen con un desastre medioambiental.
La lucha de clases es un problema internacional. Los países más ricos se apoderan de los recursos de los más pobres, utilizando la fuerza militar o el poder financiero. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FA0) avisó a comienzos de año que los alimentos de primera necesidad han alcanzado precios desorbitados. En el 2010, el precio del trigo se ha incrementado un 80%, el del maíz un 74%, el de la soja un 36% y el del azúcar un 30%. Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, ha declarado que “si uno mezcla las oscilaciones en los precios de los alimentos con los elevados costes del combustible obtiene un brebaje tóxico que causa verdadero sufrimiento y contribuye a la inestabilidad social”. El hecho de que tres multinacionales (Cargill, Bunge y ADM) controlen el 90% del mercado internacional de cereales no favorece a los hambrientos. En el último año, el número de pobres (personas que viven con menos de 1’25 dólares al día) se ha elevado en 50 millones. La escasez y el encarecimiento de los alimentos también han afectado al norte de África y Oriente Medio. Los dictadores de Argelia, Túnez y Egipto intentaron frenar el descontento social, subvencionando los alimentos básicos. Después de la “primavera árabe”, la situación ha empeorado. Sin los beneficios del turismo y con un clima generalizado de incertidumbre, se ha disparado la inflación y ha caído el PIB. Naciones Unidas ha denunciado que en Yemen, la nación más pobre del mundo árabe, los niños combaten el hambre con “khat”, una droga que al ser masticada produce euforia y bloquea el apetito. Las protestas de la población aún no han logrado derrocar a Ali Abudllah Saleh, que gobierna Yemen desde hace 30 años entre la corrupción, el oportunismo y la represión.
En un excelente artículo ("Hambre y especulación en África", El País, 16-07-2011), Mercè Rivas nos cuenta que los países ricos de Oriente Medio (Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Kuwait o Bahréin) están comprando tierras en el África subsahariana para alimentar a sus ciudadanos. Etiopía sufre una hambruna que afecta a trece millones de personas. Sin tecnología ni recursos para acometer una explotación agrícola eficaz, ha puesto en venta tres millones de hectáreas de sus regiones más fértiles, alegando que es una medida beneficiosa para todos, pues creará empleo (en realidad, peones que trabajarán en condiciones de precariedad extrema) y aportará dinero al erario público (algo dudoso, si se repara en los altos índices de corrupción política). Sudán, Malí, Uganda, Mozambique, Madagascar, Senegal, Camerún, Tanzania y Zimbabue han decidido imitar a Etiopía, sin preocuparse de cuestiones como el desplazamiento de las comunidades autóctonas, las migraciones masivas o la violación de los derechos de los pequeños campesinos, que carecen de papeles de compra o alquiler sobre sus tierras. La FAO ha advertido que en África el problema del hambre sólo puede resolverse preservando las pequeñas explotaciones agrícolas, pero los gobiernos y los inversores no muestran ningún interés por el sufrimiento de la población.
Detrás de estos conflictos, se halla la lucha de clases, que se ha globalizado, implicando a los países en una guerra por los recursos, con nuevas formas de colonialismo, donde los mercados imponen la voluntad de los más fuertes, sin la necesidad de recurrir a guerras convencionales. En esta espiral de agravios, los países pobres de rápido crecimiento (Brasil, India, China o Indonesia) aumentan sus rentas de una forma muy desigual, mientras Estados Unidos y Europa condenan a sus clases medias al empobrecimiento para mantener unos objetivos (inflación, déficit, solvencia) que cada vez se perfilan más irrealizables. Las pruebas de esfuerzo realizadas por la Autoridad Bancaria Europea (EBA) suspenden a dos bancos griegos, uno austriaco y cinco españoles. Se afirma que las entidades españolas cumplirán los criterios mínimos de solvencia en el período establecido, pero el estancamiento de nuestra economía no constituye un buen augurio. Algunos países de la eurozona, incluida la poderosa Alemania, han eludido las pruebas, sembrando la duda de que la crisis tal vez no afecta sólo a los países con una prima de riesgo más alta (Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia). Se baraja la posibilidad de rebajar los tipos de interés y alargar los plazos de vencimiento de los préstamos concedidos a Grecia para facilitar su recuperación. Se estudia utilizar el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (440.000 millones de euros) para recomprar un parte importante de la deuda griega y aliviar los intereses del rescate, que representan un 14% del gasto público griego, una cantidad que supera el doble de la media europea. Se teme que los cambios en las condiciones de los préstamos se interpreten como una forma de impago por las agencias de calificación.
Hace unos días, el Banco Central Europeo aceptó bonos portugueses como garantía para contrarrestar la drástica rebaja de Moody’s, que los había situado al nivel de los bonos basura. Se ha pedido que las agencias de calificación no evalúen a los países con planes de ayuda, pues las reducciones severas de su deuda podrían poner en peligro a la totalidad del sistema bancario europeo y provocar una catástrofe más grave que la quiebra de Lehman Brothers. En nuestro país, la Gran Recesión ha destruido algo más de tres millones de puestos de trabajo, las ayudas de Cáritas se han extendido a casi un millón de personas, el 25% de los niños vive en la pobreza, los desahucios se han multiplicado por cuatro y se ha un incrementado 5% la tasa de suicidios (aunque no se puede probar su relación con la crisis). Lo cierto es que hace un año la prima de riesgo española se hallaba en 170 puntos y, con ese pretexto, el gobierno de Rodríguez Zapatero aplicó unas reformas aberrantes, que castigaron a los sectores más débiles de la sociedad: asalariados, funcionarios, pensionistas, desempleados. Un año más tarde, la prima de riesgo se ha disparado hasta los 340 puntos y los analistas han advertido que si supera los 400 el rescate será inevitable. ¿Cuál será entonces la reacción de los españoles? ¿Se transformará la famosa indignación en insurrección? ¿Se producirán en las calles de Madrid, Barcelona o Valencia situaciones tan duras como las de Atenas, con manifestantes con pasamontañas y antidisturbios armados hasta los dientes, dispuestos a reprimir el descontento a sangre y fuego?
“Algo falla –señalan Daniel Manzano y Daniel Suárez- cuando las mayores dosis de restricción de las políticas presupuestarias que se suceden en los países cuestionados de la zona acaban siendo sistemáticamente insuficientes para calmar a los mercados” (El País, “Despropósitos”, suplemento de Negocios, 17-06-2011). ¿Por qué ha crecido de una forma tan alarmante la prima de riesgo española, si nuestra deuda sólo representa el 60% del PIB, mientras que la media europea es del 80% y la de Estados Unidos equivale al 102.6%? ¿Por qué se ha desmoronado Italia, si sus bancos han superado con nota las pruebas de resistencia? En el caso de España, la economía crece por debajo del 2% y la relación entre la deuda y el PIB ha pasado de un 36% en el 2007 a un previsible 72% en el 2012. En el caso de Italia, el PIB ha caído un 0’6% y las previsiones de crecimiento son desalentadoras. Miguel Fernández Ordoñez, presidente del Banco de España, afirma que “la prima de riesgo no tiene nada que ver con lo que hace cada país, sino con la incapacidad de Europa para gestionar la crisis”. Lo cierto es que se diagnostica sobre hechos, pero también sobre expectativas y las valoraciones proceden de las agencias de calificación. La cuestión es ¿quién controla a las agencias y de dónde procede su legitimidad? ¿Por qué tienen una influencia tan letal sobre gobiernos supuestamente democráticos y soberanos? Las agencias de calificación están controladas por empresas norteamericanas y europeas. El 60% de Fitch Ratings pertenece a la empresa francesa Fimalac, propiedad del multimillonario Marc Ladreit de Lachaniere, miembro del Grupo Bielderberg y caballero de la Gran Cruz de la Legión de Honor desde el 31 de diciembre del 2010. El Grupo Bielderberg es una conferencia anual que reúne a la élite del poder financiero y político para intercambiar opiniones, sin informar a la prensa ni a la opinión pública. Su falta de transparencia siempre ha despertado sospechas sobre el alcance de su poder e influencia. Hace poco, intentó lavar su imagen abriendo una página web con la lista de sus asistentes y un escueto comunicado sobre los temas tratados. La agencia Standard & Poor’s pertenece al grupo editorial estadounidense McGraw-Hill. La agencia Moody’s está repartida entre Berkshire Hathaway, la empresa del magnate norteamericano Warren Buffet y diferentes fondos de inversión de Estados Unidos, como Berkshire Hathaway y Capital World Investor.
La lucha de clases no es un anticuado concepto de un marxismo felizmente superado (sería mejor decir difamado, escarnecido y neutralizado). La lucha de clases es dolorosamente real. El mundo se mueve de acuerdo con los intereses de bancos, fondos de inversión, agencias de calificación y multinacionales que controlan hasta el precio de los alimentos. Los perdedores siempre son los mismos: los trabajadores, los desempleados, los inmigrantes, los menores, las mujeres, los discapacitados. En España, Izquierda Anticapitalista ha presentado una carta programática que incluye la reducción de la jornada laboral, la nacionalización de la banca y el sector energético, la creación de una Renta Básica de Ciudadanía y el reconocimiento del derecho de autodeterminación de Euskal Herria, Catalunya y Galicia. No creo que ningún país pueda acometer estas reformas sin una internacionalización de la izquierda. El modelo asambleario del 15-M no sirve para realizar objetivos tan ambiciosos. La democracia horizontal se convierte en parálisis cuando las metas son tan opuestas a la tendencia dominante. El 15-M no es un movimiento de izquierdas. La mayoría de los concentrados no habrían levantado la voz si la crisis no les hubiera afectado personalmente. “Siguen reunidos, pero ¿llegarán a alguna parte?” –se pregunta Fiona Maharg-Bravo-. El 15-M cuenta con amplias simpatías, “pero es difícil ver qué representa, excepto el descontento general. El movimiento posiblemente es demasiado disperso como para influir en el debate de las próximas elecciones generales” (El País, “¿Hacia dónde van los indignados?”, suplemento de Negocios, 17-06-2011). Nacionalizar la banca o el sector energético es inviable como medida nacional. Ningún país podría hacer algo semejante, sin sufrir un ataque especulativo de los mercados que hundiría su economía hasta niveles inconcebibles. Sólo el internacionalismo socialista puede frenar una economía globalizada, que ha condenado a mil millones de seres humanos a vivir en la pobreza absoluta, de los cuales el 70% son mujeres. De los cinco millones de niños que mueren de hambre en el mundo cada año, tres y medio son niñas, pues las madres casi siempre suelen conceder prioridad a la alimentación de los varones, de acuerdo con los prejuicios machistas que les han inculcado. No es cierto, sin embargo, que el hombre sea más productivo como trabajador. De hecho, la mujer africana realiza el 53% de la carga total del trabajo, remunerado y no remunerado. Como media trabajan 56 horas semanales, mientras que los hombres sólo trabajan 42.
No hay que resignarse. Es posible cambiar la dirección de la historia, pero exige una planificación rigurosa y un compromiso permanente. El primer paso es asumir que hay dos bandos: socialismo y capitalismo y escoger el espacio que cada uno desea ocupar y defender. La socialdemocracia ha perdido su credibilidad, limitándose a gestionar la economía de mercado, de acuerdo con los intereses de las oligarquías financieras. El capitalismo no acabará con la pobreza ni impulsará las libertades, pues su esencia consiste en propiciar la acumulación y en reprimir cualquier pretensión de igualdad o redistribución. No hay que ser pesimistas. No hay que caer en la tentación de pensar que el actual estado de cosas es irreversible, pues ese sentimiento forma parte del interés en conservar la desigualdad reinante. Hay que creer en un futuro diferente para que ese futuro se materialice. Pensar que es posible es una forma eficaz de ayudar a que sea posible. El socialismo –ya lo dijo Bertolt Brecht- “no es una locura, sino el fin de una locura”.
El socialismo sólo puede ser radical porque postula un cambio radical. La moderación no es un gesto de sensatez, sino de complicidad con las injusticias. “Moderado es interesante palabra –apuntó Ernesto Che Guevara-. Es la palabra que utilizan los explotadores para definir a quienes se pliegan a sus exigencias”. El capitalismo es una forma encubierta de genocidio. No me importa repetir una vez más las palabras de Jon Sobrino: “En el mundo actual, un niño que muere de hambre, muere asesinado”. Hay que defender el socialismo con convicción, con pasión, sin complejos ni vacilaciones. El socialismo puede librarnos de la miseria y de la alienación, de la explotación y del egoísmo individual. La revolución socialista no tiene plazos. Es un proceso sin fin, que coincide con el progreso de la humanidad hacia la dignidad y la libertad. Por eso es imparable, aunque a veces se demore o se entrometa la desesperanza. El socialismo es la aurora que se hace esperar, pero que al fin rebasa el horizonte y nos deslumbra a todos con su anhelada claridad.
fotos y fuente:intothewildunion.blogspot.com
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