sábado, 4 de abril de 2009

Cadáveres exquisitos



Por: Héctor Abad Faciolince

GUARDADAS LAS PROPORCIONES ÉTIcas y estéticas hay un cierto parecido entre la tragedia de Sófocles, Antígona, y lo que está pasando ahora en Colombia con los cadáveres de los guerrilleros Iván Ríos y Raúl Reyes, por un lado, y los restos de varios secuestrados civiles y militares, entre los cuales están el mayor de la Policía Julián Ernesto Guevara y el intendente Luis Peña Bonilla.

En la tragedia griega, el rey Creonte declara que “mi enemigo sigue siendo mi enemigo aún después de muerto”, y lo propio parece que han dicho, por tradición, tanto la cúpula guerrillera de las Farc como el Estado colombiano.

Recuérdese que el Ejército de Colombia enterró en un sitio secreto, que no reveló durante decenios, el cadáver del cura guerrillero Camilo Torres. Y la guerrilla ha cobrado rescates por cadáveres de secuestrados, ha engañado a familiares sobre falsos sitios de sepultura, y ha dejado de informar en muchas otras ocasiones sobre secuestrados asesinados de los que no entrega ni siquiera los restos. “Mi enemigo sigue siendo mi enemigo aún después de muerto.”

Esta inútil maldad ancestral sigue oficiando su rito macabro, ahora con la confusa historia de los cuerpos de Raúl Reyes e Iván Ríos. Funcionarios del Gobierno sostienen que ya los entregaron; la guerrilla y los familiares dicen que las autoridades los ocultan. Y uno, aunque quisiera poder creerle al gobierno legítimo, no sabe qué pensar, pues han sido muchas las mentiras recientes, repetidas en público como si fueran ciertas. Le preguntó Uribe, en horario estelar y en directo, al general Montoya, si se habían usado insignias internacionales en la Operación Jaque. El general Montoya dijo que ninguna. Y vinieron las pruebas de que se usaron las insignias de la Cruz Roja.

Ahora las versiones sobre si estos cuerpos fueron entregados o no a los familiares de los guerrilleros, no son nada claras. Es como si hubiera funcionarios gubernamentales que piensan lo mismo que Creonte: “he mandado que anuncien que en esta ciudad no se le honra, ni con tumba ni con lágrimas: dejarle insepulto, presa expuesta al azar de las aves y los perros, miserable despojo para los que le vean. Tal es mi decisión: lo que es por mí, nunca tendrán los criminales el honor que corresponde a los ciudadanos justos”. Ya la exhibición del cuerpo lacerado de Reyes, como en un escarmiento público primitivo (exponer el cadáver a la vista de todos), anunciaba este tipo de comportamiento.

Por temores y tontas prevenciones del Ejército, el Gobierno colombiano ha quedado varias veces como mentiroso. Ellos mismos se encargan de valorizar esos cadáveres. Al no entregarlos, los vuelven reliquias, posibles instrumentos de propaganda política y de peregrinación bolivariana. Se clavan solos el cuchillo, en lugar de entregarlos de inmediato, después de la autopsia legal, como corresponde con cualquier muerto, bueno o malo que haya sido. El entierro es un asunto privado, un duelo familiar, y cuando el Gobierno, por miedo a actos propagandísticos, se comporta del mismo modo que la guerrilla (que muchas veces se ha negado a devolver secuestrados muertos), comete más que un error, una estupidez.

Se expone, por ejemplo, a que la guerrilla proponga este absurdo canje de huesos. No debería haber tal, pues el Estado no debe comportarse nunca como la guerrilla. Los muertos, sean de quien sean, se entregan a los familiares. Y punto. No hay que esperar a que los guerrilleros se comporten como seres humanos para que el Gobierno se comporte también humanitariamente. Es por esa superioridad moral y de comportamiento que el Gobierno puede esperar que los ciudadanos lo apoyemos. ¿Qué apoyo se merecen si se portan o mienten tanto como la guerrilla?



elespectador.com

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