domingo, 26 de abril de 2009

Salto estratégico



Por: Alfredo Molano Bravo
BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ Y DE LA espada hemos vivido desde cuando Colón pisó tierra. Sueltos de España, estos dos instrumentos de dominación fueron alternando alianzas y guerras.

El liberalismo luchó durante todo el siglo XIX por el divorcio de la Iglesia y el Estado, como lo recordó el viernes Alfonso Gómez Méndez al inscribir su precandidatura a la Presidencia. Más aún, durante la Hegemonía Conservadora (1902-1930) al presidente de la República lo elegía el arzobispo de Bogotá. Hoy el matrimonio es más discreto y ha sido reemplazado por otro: la manguala entre civiles y militares, siempre en detrimento de los Derechos Humanos. Desde la supeditación de las fuerzas de seguridad colombianas al Pentágono en la Guerra Fría, los generales han adoptado diversos esquemas para crear poderes territoriales regionales: Zonas Rojas y Zonas de Orden Público, amparadas en diversos estatutos: de Seguridad (Turbay-Camacho Leyva), para la Defensa de la Democracia (Barco-Samudio Molina) y para la Defensa de la Justicia (Gaviria-Rafael Pardo). En todos los casos, para que los militares puedan estar a sus anchas en áreas de su conveniencia.

Ahora Uribe y los generales se han craneado una nueva figura, autorizada por la Directiva Presidencial 01, vigente entre el 20 de marzo pasado y el 7 de agosto de 2010, bautizada como “Salto Estratégico”. El objetivo declarado es consolidar la Seguridad Democrática para que los inversionistas hagan buenos negocios y la gente se coma callada ese plato de lentejas que le embute Acción Social, todo bajo el poderío castrense. La estrategia es “direccionada” por el Centro de Coordinación de Acción Integral (CCAI), una cúpula prácticamente de carácter militar, a la que pueden ser invitados algunos altos empleados oficiales. El tal Salto será impuesto de entrada en la serranía de la Macarena, el Caguán, el andén Pacífico, el Bajo Cauca, el sur del Tolima y el sur de Córdoba, y luego en el resto de zonas de colonización o de importancia minera y energética.

De hecho, ya comenzó en Montes de María, donde el comandante de la Fuerza Naval del Caribe dirige con su bastón de mando —o su espada— todos los programas civiles del Gobierno. En la Sierra Nevada de Santa Marta, donde hay varios megaproyectos en desarrollo, el Gobierno está convirtiendo el Resguardo Indígena en una corraleja “estratégica” para encerrar a Ikas, Kogis, Wiwas, Arzarios y Kankuamos. Y así seguirá el Gobierno imponiendo songo-sorongo las Zonas de Orden Público que la Corte Constitucional, cuando era un órgano auténtico de control, consideró contrarias a la Constitución. El Salto Estratégico se brinca el espíritu y el sentido del fallo, y al ampliar las funciones de los militares, aumenta su poder y, claro está, su presupuesto. No son los únicos beneficiados. También lo serán las grandes empresas transnacionales, los grandes ganaderos y los grandes proyectos ecoturísticos.

Más allá de lo militar, la Directiva Presidencial parece ser una palanca del Príncipe para preparar la continuidad del Uribato. Aunque por momentos me asalta la duda de que puede ser una de las perradas de Juan Manuel Santos para subordinar clientelas electorales a un mando represivo, y preparar por esa vía su campaña presidencial.

Por último, es lamentable y hasta vergonzoso que los programas sociales de Cooperación de la Unión Europea queden sometidos a criterios militares a través de la Agencia Presidencial para la Acción Social y la Cooperación Internacional, organismo que es parte principal del Salto Estratégico. ¿Sera que la Unión Europea está pelando el cobre?



elespectador.com

domingo, 5 de abril de 2009

Un país de ficción



Por Antonio Caballero
Olga Cecilia piensa publicar más detalles de sus aventuras "en un libro que saldrá pronto al mercado". Habrá que comprarlo, para conocer nuestra historia.


Yo no sé si las cosas que pasan en Colombia son ciertas, pero no me parecen verosímiles. Y sin embargo las cuentan, con la cara seria, los más serios personajes: presidentes de la República, altos magistrados de las Cortes, arzobispos de la Iglesia, generales del Ejército y de la Policía. El Registrador, por ejemplo, acaba de informar que circulan por ahí las cédulas de un millón quinientos mil colombianos muertos que pueden ser definitivos (no se sabe si a favor o en contra) en el referendo reeleccionista del presidente Uribe. Todo lo relacionado con ese referendo es inverosímil: el hecho mismo, el texto redactado, los dineros recaudados, las contribuciones de hampones conocidos. Hasta las firmas deben ser ficticias: las reconoció el mismo Registrador que habla de las cédulas perdidas, así que a lo mejor son firmas de muertos, como las que en los más terribles tiempos de la violencia liberal-conservadora de hace medio siglo denunciaba Laureano Gómez: "¡Un millón ochocientas mil cédulas falsas!".

Todo es inverosímil, digo. Miren ustedes, por ejemplo, la última portada de la revista Cambio. Es cierto que últimamente se ha venido especializando en revelaciones rocambolescas sobre un estrambótico personaje que compró media Colombia y unas islas del Caribe con una fortuna amasada vendiendo televisores en La Hormiga, Putumayo. Pero lo de esta vez es más extravagante incluso que la historia aquella del brujo mentalista que manejaba por hipnotismo la Fiscalía, o que lo del Procurador que absuelve delitos como si fueran pecados veniales, a golpes de flagelo y pinchos de cilicio. La revista Cambio, insisto, es seria. Su director es un respetado ex canciller de la República. Su propietario es una de las empresas más tradicionales del país: la Casa Editorial El Tiempo, creada hace casi un siglo por un entonces futuro presidente de la República y recientemente convertida en "socio estratégico" de una de las más poderosas editoriales de España. Sus periodistas figuran entre los mejores del país. ¿Y qué saca esta semana Cambio en la portada?

La foto de una jovencita casi impúber, llamada Olga Cecilia Vega Cubillos y a quien el titular designa como "la emisaria de la CIA". Ninguna otra imagen suya aparece en las nada menos que seis páginas de reportaje que le dedica la revista, pero ella misma nos hace saber que no es tan joven como parece, pues ha tenido que separarse de sus hijos a causa de "las persecuciones de los organismos de seguridad del Estado". Persecuciones desencadenadas por su participación -una "gestión humanitaria" y no remunerada- como intermediaria entre la CIA, el FBI y el gobierno de los Estados Unidos por un lado y, por el otro, el Secretariado de las Farc a través del difunto comandante 'Raúl Reyes', de quien ella niega haber sido amante, en la negociación que a espaldas del gobierno de Colombia pretendía canjear a los dos militantes de las Farc detenidos en cárceles norteamericanas, 'Sonia' y 'Simón Trinidad', por los tres pilotos mercenarios norteamericanos que las Farc tenían secuestrados en la selva. ¿Cómo llegó esta muchachita tan lejos y tan alto? Se lo cuenta a los redactores de Cambio en entrevista telefónica desde su asilo político, con toda sencillez:

- Después de haber trabajado en la radio, en la Secretaría de Salud del Huila como jefe de prensa, y en el Instituto de Salud del Caquetá en el mismo cargo.

¿Inverosímil? No. Estamos en Colombia. En el mismo país del hermano de la periodista Olga Cecilia Vega, del misterioso fotógrafo Baruch Vega que desde su apartamento en Miami ha sido el intermediario y organizador de todas las negociaciones entre los narcotraficantes colombianos y las autoridades de los Estados Unidos.

Como es apenas lógico, la joven Olga Cecilia piensa publicar más detalles de sus aventuras "en un libro que saldrá pronto al mercado". Por eso las partes más jugosas -nombres, etcétera- no las revela en la entrevista de seis páginas que le concede a la revista Cambio: como ella misma dice, "le quitaría sustancia a mi libro".

Habrá que comprar el libro, pues, para conocer nuestra historia. Como hay que comprar también el de los mercenarios gringos, y el de Clara Rojas, y el de Íngrid Betancourt, y el del brujo de la Procuraduría, y la recopilación de los diarios de la radioperadora del 'Mono Jojoy' hallados en una caverna en medio de la selva, y los mensajes electrónicos del computador de 'Raúl Reyes' rescatado de las ruinas humeantes del campamento guerrillero bombardeado en la frontera del Ecuador, y los otros mensajes, de signo contrario, almacenados en el computador del contador del comandante narcoparamilitar 'Jorge 40'.

Y, por supuesto, en cuanto terminen de filtrarse, los textos de las chuzadas telefónicas del DAS, de la Casa de Nariño, y del Ministerio de Defensa.

Nos vamos a enterar entonces de cosas increíbles. Pero ciertas.



semana.com

sábado, 4 de abril de 2009

Sesenta días



Por: William Ospina

COMO SE SABE, EL SIGLO XXI COMENzó en Estados Unidos y comenzó con dos catástrofes: la elección de George Bush como presidente de la Unión y el atentado apocalíptico de Al Qaeda contra las Torres Gemelas, que convirtió en escombros, ante los ojos incrédulos de la humanidad, los símbolos más visibles del poderío de esa nación.

A partir de allí, todo anunciaba un siglo catastrófico, posiblemente peor que el siglo XX, cuyas dos guerras mundiales, hambrunas, pestes, contaminación y terrorismo, opulencia y miseria, parecían confirmar los peores vaticinios de la ciencia ficción: la ciudad infinita de Ballard, los cósmicos proletariados de Frederick Pohl, la manipulación de los pueblos y de las mentes que presagió Orwell, la paranoia y la psicosis como sistemas políticos, como lo entrevió en sus pesadillas Philip K. Dick.

La reacción de Bush y de su mafia de petroleros a los atentados de septiembre; la torpe y criminal guerra de Irak; la ruptura de la legalidad internacional; la prédica de la hegemonía absoluta de una superpotencia; la pretensión de John Bolton de acabar con las Naciones Unidas; la reinvención en Guantánamo de los campos de concentración; la obscena aprobación oficial de la tortura y de la infamia en las prisiones de Irak, de la que nuestro pintor Fernando Botero hizo una denuncia valerosa; el ahondamiento de la crisis con Irán y con Corea del Norte; la estúpida decisión de alzar muros físicos a lo largo de las fronteras de Israel y de México, para resolver con aislamiento los problemas de la incomunicación; la negativa a incluir la lucha contra el cambio climático en la agenda del país más contaminador y más poderoso del planeta; la fiesta de los millones de un sistema financiero irresponsable; el auge brutal de los que sólo gobiernan a bala y sólo en defensa del mercado; los gastos descomunales en guerra y en armamentos, todo parecía anunciar el comienzo del fin.

Nada de eso ha sido superado, pero las cosas que han ocurrido en los Estados Unidos en los últimos cinco meses, desde el memorable 4 de noviembre de 2008, no sólo han abierto una luz de esperanza para el mundo, sino que empiezan a alimentar la sospecha de que esa abrumadora acumulación de desastres no era tanto el comienzo del nuevo siglo cuanto el coletazo del anterior, las fiebres tercianas del neoliberalismo, los desplomes del unilateralismo, el hundimiento en la ilegalidad y la barbarie de un modelo ya sin argumentos.

A sólo sesenta días de la posesión de Barack Obama, el mundo parece respirar otros aires. Este presidente cuyo solo nombre, Barack Hussein Obama, parecía cerrarle todas las puertas hace ocho años, ha comenzado a gobernar con una energía y una eficacia que prometen ser históricas.

Ha ordenado el cierre de la prisión de Guantánamo; ha ordenado el retiro de las tropas invasoras de Irak; ha ordenado el equilibrio en los salarios para las mujeres; ha resuelto combatir a Al Qaeda no sólo mediante un nuevo sistema de alianzas internacionales, sino incluso ofreciendo un acercamiento a los talibanes moderados; ha hecho gestos de entendimiento con Irán y ha persistido en esa iniciativa a pesar de la formación de un gobierno de ultraderecha en Israel; está promoviendo con Rusia y con China la reducción de los arsenales nucleares; ha empezado a replantear la guerra al narcotráfico en términos de cooperación con México y de asumir la responsabilidad como país consumidor, y en ese contexto ha reconocido sin hipocresía y sin misterios que probó drogas en su juventud; ha discutido con la gran industria de vehículos los términos de la ayuda que requieren, mientras recomienda la exploración de energías alternativas; ha propuesto una inicial disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero; ha aumentado la posibilidad de remesas a Cuba y ya se empieza a hablar de la posibilidad de viajes libres a la isla, lo que no dejará de traducirse en el fortalecimiento de otras opciones desde el interior; ha aceptado la indudable existencia de grandes bloques de poder en el mundo, entre los que ha mencionado expresamente a la Unión Europea, India y China, al mismo tiempo que habla de la necesidad de fortalecer a los países emergentes, con lo que ha dado comienzo a una nueva época de multilateralismo; ha hablado de “la restauración del prestigio norteamericano”; ha aprovechado su enorme y misteriosa popularidad en los Estados Unidos y en todo el mundo para liderar con discreción el enfrentamiento de la crisis mundial que precipitaron los propios Estados Unidos; ha enfrentado con severidad el tema de los altos salarios de los ejecutivos y ha participado eficazmente en la Cumbre del G-20 en Londres, para emprender la regulación del sistema financiero, en lo que ya la gran prensa internacional ha llamado “la fundación de un nuevo capitalismo prudente e igualitario”. En esa reunión Obama aceptó que se dijera que “ha muerto el Consenso de Washington”, ha hablado de su decisión de “actuar con humildad”, y hasta se ha permitido estar en la segunda fila en la foto oficial de los gobernantes reunidos.

Obama no produce un efecto de tensión: tanto él como su esposa Michelle combinan la elegancia con la sencillez y la amabilidad con el buen gusto. José Luis Rodríguez Zapatero, después de conocerlo, ha dicho que la primera impresión no puede ser mejor.

Es temprano para afirmar que el mundo esté mejorando, pero no habíamos visto en nuestro tiempo una cercanía mayor entre las propuestas formuladas y las iniciativas desplegadas.

Y estamos aún en los primeros cien días de su mandato



elespectador.com

Cadáveres exquisitos



Por: Héctor Abad Faciolince

GUARDADAS LAS PROPORCIONES ÉTIcas y estéticas hay un cierto parecido entre la tragedia de Sófocles, Antígona, y lo que está pasando ahora en Colombia con los cadáveres de los guerrilleros Iván Ríos y Raúl Reyes, por un lado, y los restos de varios secuestrados civiles y militares, entre los cuales están el mayor de la Policía Julián Ernesto Guevara y el intendente Luis Peña Bonilla.

En la tragedia griega, el rey Creonte declara que “mi enemigo sigue siendo mi enemigo aún después de muerto”, y lo propio parece que han dicho, por tradición, tanto la cúpula guerrillera de las Farc como el Estado colombiano.

Recuérdese que el Ejército de Colombia enterró en un sitio secreto, que no reveló durante decenios, el cadáver del cura guerrillero Camilo Torres. Y la guerrilla ha cobrado rescates por cadáveres de secuestrados, ha engañado a familiares sobre falsos sitios de sepultura, y ha dejado de informar en muchas otras ocasiones sobre secuestrados asesinados de los que no entrega ni siquiera los restos. “Mi enemigo sigue siendo mi enemigo aún después de muerto.”

Esta inútil maldad ancestral sigue oficiando su rito macabro, ahora con la confusa historia de los cuerpos de Raúl Reyes e Iván Ríos. Funcionarios del Gobierno sostienen que ya los entregaron; la guerrilla y los familiares dicen que las autoridades los ocultan. Y uno, aunque quisiera poder creerle al gobierno legítimo, no sabe qué pensar, pues han sido muchas las mentiras recientes, repetidas en público como si fueran ciertas. Le preguntó Uribe, en horario estelar y en directo, al general Montoya, si se habían usado insignias internacionales en la Operación Jaque. El general Montoya dijo que ninguna. Y vinieron las pruebas de que se usaron las insignias de la Cruz Roja.

Ahora las versiones sobre si estos cuerpos fueron entregados o no a los familiares de los guerrilleros, no son nada claras. Es como si hubiera funcionarios gubernamentales que piensan lo mismo que Creonte: “he mandado que anuncien que en esta ciudad no se le honra, ni con tumba ni con lágrimas: dejarle insepulto, presa expuesta al azar de las aves y los perros, miserable despojo para los que le vean. Tal es mi decisión: lo que es por mí, nunca tendrán los criminales el honor que corresponde a los ciudadanos justos”. Ya la exhibición del cuerpo lacerado de Reyes, como en un escarmiento público primitivo (exponer el cadáver a la vista de todos), anunciaba este tipo de comportamiento.

Por temores y tontas prevenciones del Ejército, el Gobierno colombiano ha quedado varias veces como mentiroso. Ellos mismos se encargan de valorizar esos cadáveres. Al no entregarlos, los vuelven reliquias, posibles instrumentos de propaganda política y de peregrinación bolivariana. Se clavan solos el cuchillo, en lugar de entregarlos de inmediato, después de la autopsia legal, como corresponde con cualquier muerto, bueno o malo que haya sido. El entierro es un asunto privado, un duelo familiar, y cuando el Gobierno, por miedo a actos propagandísticos, se comporta del mismo modo que la guerrilla (que muchas veces se ha negado a devolver secuestrados muertos), comete más que un error, una estupidez.

Se expone, por ejemplo, a que la guerrilla proponga este absurdo canje de huesos. No debería haber tal, pues el Estado no debe comportarse nunca como la guerrilla. Los muertos, sean de quien sean, se entregan a los familiares. Y punto. No hay que esperar a que los guerrilleros se comporten como seres humanos para que el Gobierno se comporte también humanitariamente. Es por esa superioridad moral y de comportamiento que el Gobierno puede esperar que los ciudadanos lo apoyemos. ¿Qué apoyo se merecen si se portan o mienten tanto como la guerrilla?



elespectador.com

Sin nostalgia


Por: Alfredo Molano Bravo
EL 28 DE MARZO PASADO SE CUMPLIEron cinco lustros ¡un cuarto de siglo! del Acuerdo de la Uribe, un trato entre Belisario Betancur y Manuel Marulanda, aunque en realidad lo firmó por parte del Gobierno John Agudelo Ríos, presidente de la Comisión de Paz.

Por parte de las Farc el único que vive es Alfonso Cano. Sin duda, ha sido el convenio más avanzado de cuantos se han firmado o tratado de firmar con las guerrillas, excepción hecha de la Carta de Intención que anda investigando la Corte Suprema de Justicia y que podría empapelar al ministro Valencia Cossio.

Belisario había hecho su campaña con un “sí se puede”, que era en realidad una consigna contra Turbay, un gobierno que insistía en que la negociación política era imposible y que el único camino era la guerra. Betancur, en su posesión como Presidente, había invitado a los alzados a “incorporarse al ejercicio pleno de sus derechos”. Las Farc le cogieron la caña y el Secretariado se reunió en Colombia, Huila, con la Comisión de Paz, compuesta por Alberto Rojas Puyo, Margarita Vidal, Rafael Rivas Posada, Samuel Hoyos Arango, César Gómez Estrada. Extraño y paradójico: en ese municipio funcionaba una de las primeras bases paramilitares del país. En ese encuentro, los delegados del Gobierno pusieron sobre la mesa de conversaciones el principal obstáculo, el secuestro. Rojas Puyo, militante del Partido Comunista, lo había dejado muy claro. Por el lado de las Farc, la amenaza más grande eran los paramilitares. El Mas existía desde el 81 y en Puerto Boyacá los narcos y las eternas ovejas negras de las FF.AA. creaban el centro de entrenamiento paramilitar más criminal de cuantos hubieran funcionado.

El acuerdo en esencia consistió en un cese el fuego que posibilitara la lucha electoral abandonando la pólvora. Hay que recordar el texto: terminados los enfrentamientos armados, “ los integrantes de la agrupación hasta ahora denominada Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc-EP) puedan organizarse política, económica y socialmente, según su libre decisión”. Desaparición de las Farc como tales y un año después, sin haber entregado armas, creación de un partido político nuevo: la Unión Patriótica. Las Farc, a su vez, condenaban y desautorizaban “el secuestro, la extorsión y el terrorismo como atentados contra la libertad y la dignidad humanas”. Un año más tarde agregaron la condena al narcotráfico, a la justicia por mano propia, al reclutamiento con fines militares y se comprometieron a hacer proselitismo a favor de la recién creada UP, sin armas y sin uniformes. La perspectiva era en el papel clara e inequívoca.

No obstante, “los enemigos agazapados de la paz” confabulaban. Mientras el ministro de Defensa, general Landazábal Reyes, exigía la deliberación de los militares, altos oficiales como Faruk Yanine y Gil Colorado protegían a los paramilitares en el Magdalena Medio; “los gremios —dice Rafael Pardo— organizaban frecuentes homenajes públicos a las Fuerzas Armadas”, el Partido Liberal sentía que le arrebatan sus banderas y sus plazas, y los godos renegaban de Belisario. El problema era, además, la dificultad técnica de verificar el cese el fuego en un territorio tan amplio y tan accidentado. Con todo, los acuerdos aguantaron hasta el gobierno de Barco, durante el cual se masacró a la UP. En esos días, las Farc había pasado de 28 a 45 frentes y los paramilitares habían organizado 163 grupos.

Con todo, el Acuerdo de la Uribe —bendito artículo, bendito género— mostró que abolir el secuestro y los crímenes de Estado de la lucha puede ser un gran paso hacia una negociación. Sustituir las armas por los votos no es una ingenuidad de soñadores.


elespectador.com