martes, 28 de abril de 2015

Miserias y gestos ante el nazismo

El reciente fallecimiento de Günter Grass permite rescatar cómo afrontaron los autores alemanes el régimen de Hitler

El escritor alemán Heinrich Böll./elmundo.es
En los años precedentes a la victoria electoral del partido de Hitler, en enero de 1933, no faltaron señales del peligro que se avecinaba. Tan sólo unos cuantos escritores (Brecht, Heinrich Mann, Feuchtwanger) adivinaron desde el primer momento la enorme amenaza que suponía el nacionalsocialismo. Los dos primeros tomaron sin demora el rumbo del exilio; el tercero, ausente del país por esos días, desistió de volver.
Al principio, la mayoría restó importancia a la capacidad de acción de los nazis. Intelectuales socialdemócratas y comunistas estaban persuadidos de que la inminente revolución convertiría el gobierno de aquel loco vociferante en una anécdota histórica. Cuando advirtieron el error, ya era tarde. Pronto empezaron las quemas de libros, las detenciones masivas y la aniquilación sistemática de la disidencia.
No faltaron nombres conocidos que pusieran su pluma al servicio de la propaganda oficial, secundando con convicción o por oportunismo los ideales que proporcionaban sustancia ideológica a aquel régimen terrorífico. Otros decidieron o bien callar, o bien mostrar algún tipo de resistencia. Para estos últimos, la revista 'Neue Deutsche Blätter' fijó en septiembre de 1933, desde su exilio en Praga, tres opciones. El escritor podía combatir el nacionalsocialismo desde la clandestinidad, con el riesgo constante de ser descubierto y liquidado. Podía escribir desde el anonimato para la prensa antifascista extranjera. Podía, en fin, como hicieron muchos, poner su vida a salvo fuera del país. Es opinión generalizada que lo más valioso de la inteligencia literaria alemana, emprendió la huida.

Adeptos

Sin embargo, no fueron pocos los intelectuales y artistas que mostraron su adhesión al régimen tiránico. Recibieron como recompensa cargos y privilegios. Tal es el caso del médico y poeta Gottfried Benn, uno de los que alzó la voz para saludar la llegada del nuevo Estado y arremeter contra los escritores del exilio. Él mismo caería posteriormente en desgracia, al punto de serle impuesta en 1938 la prohibición de publicar.
La implicación del filósofo Martin Heidegger en el proyecto nacionalsocialista está fuera de duda. Nombrado rector de la Universidad de Friburgo en la primavera de 1933, a partir del año siguiente y presentada la dimisión, adoptó una postura cautelosa, retirándose a un segundo plano. Pagó, no obstante, hasta el final la cuota de militante del partido. El dramaturgo Gerhart Hauptmann, una celebridad nacional (había recibido el premio Nobel en 1912), llegó a firmar una declaración de lealtad al régimen, con el cual contemporizó sin dejarse absorber por él. Su caso guarda parecido con el de Ernst Jünger, escritor nada sospechoso de izquierdismo. Las autoridades nazis trataron con insistencia de ganarlo para su causa, pero él prefirió llevar una vida retirada antes del estallido de la guerra, en la que participó con grado de capitán de la Wehrmacht.

Exiliados

Las figuras más relevantes de la literatura alemana optaron por el exilio. Hay cálculos aproximados que cifran en 1.500 el número de autores, entre literatos y periodistas, que huyó de Alemania. Muchos de ellos se vieron constreñidos a errar de un país a otro, con frecuencia en condiciones penosas de desamparo y pobreza.
La desesperación, la imposibilidad de ejercer el oficio literario, la falta de ingresos y tantos otros problemas asociados al destierro indujeron a más de uno al suicidio. Así el austriaco Stefan Zweig, que se quitó la vida en Brasil junto a su esposa; o Walter Benjamin en Portbou por temor a ser extraditado; o el escritor Ernst Toller, que se ahorcó en 1939 en Nueva York, convencido de que el desenlace de la Guerra Civil española equivalía al triunfo definitivo del fascismo en Europa.

Los hermanos Thomas y Heinrich Mann. Getty Images-Hulton Archive
Thomas Mann se halla a comienzos de 1933 dando conferencias por diversos países europeos. Sus obras se han librado de las piras nazis, no así las de su hermano Heinrich ni las de su hijo Klaus. Mann duda en romper abiertamente con el régimen de Hitler a pesar de las exhortaciones del mencionado Klaus (otro suicida) y de su hija Erika, políticamente muy activos. Su casa de Múnich es requisada, sus bienes embargados. Thomas Mann adoptará la nacionalidad checa (más adelante la estadounidense) y será desposeído de la suya alemana. Pero "donde yo estoy", dijo, "está Alemania". Son célebres sus alocuciones radiofónicas en la BBC, con las cuales denuncia, entre otras cosas, el exterminio de los judíos. Terminaría estableciéndose en los Estados Unidos, donde llegará a ser recibido por el presidente Roosevelt en la Casa Blanca. Ya sólo volvería a Alemania tras la guerra y de visita. Un pequeño pueblo, a orillas del lago Zúrich, fue su último paisaje. Murió en 1955. Semanas antes, en Holanda, había pedido perdón públicamente por los crímenes cometidos contra los holandeses en nombre del pueblo alemán.
Un caso singular es el de Wolfgang Borchert, cuyas obras completas tuve el honor de traducir a la lengua española. Detenido, torturado, encarcelado, enviado al frente, Borchert sobrevivió gravemente enfermo a tanto suplicio. En cuestión de dos años, atormentado por problemas de salud, escribió los cuentos por los que hoy se le recuerda y una inquietante obra de teatro, 'Fuera, delante de la puerta', que inaugura, en el periodo inicial de la posguerra, la llamada literatura de los escombros. Borchert falleció en un hospital suizo la víspera del estreno de la obra en 1947. Tenía 26 años.

Literatura de los escombros

Borchert pertenece a una generación de escritores cuya juventud coincide con la época del nacionalsocialismo y la Segunda Guerra Mundial. Aún no les ha sido dado desarrollar una obra propia; pero tienen la edad suficiente para verse arrastrados con plena conciencia por el vendaval de la historia. Así Heinrich Böll (premio Nobel en 1972), a quien la guerra sorprende cuando acababa de emprender estudios universitarios. Incorporado a filas desde los inicios de la contienda, combatirá en distintos frentes hasta poco antes de la capitulación. Böll es el autor por antonomasia de la literatura de los escombros. En diversas novelas y libros de cuentos narró desde posiciones críticas el destino de los perdedores, el de los soldados rasos y el de los humildes ciudadanos expuestos a las penalidades de un país en ruinas. Böll se convirtió sin proponérselo en una instancia moral para sus compatriotas. Fue un hombre honrado a carta cabal, que se expresó sin tapujos cuando otros postulaban las medias verdades, el revisionismo o el silencio. Católico de izquierdas, hasta el final de sus días (este año se cumple el trigésimo aniversario de su muerte) participó con afán de justicia en numerosas reivindicaciones sociales.
Sobre estos escritores que fueron, en un grado mayor o menor de implicación, testigos directos de la barbarie nacionalsocialista gravita la responsabilidad de levantar un testimonio crítico, tarea literaria, pero también política y moral, que pocos días antes de su fallecimiento Günter Grass aún consideraba no concluida.
Hoy sabemos que en el caso de Grass la referida tarea de indagación de la verdad y búsqueda de criterios morales para el juicio histórico afectaba directamente al hombre que el espejo le devolvía en la intimidad. A la pregunta de por qué él, tan severo al juzgar los antecedentes nazis de otros intelectuales, había guardado silencio sobre su enrolamiento voluntario a la edad de 17 en las SS, respondió que no había encontrado con anterioridad la forma literaria adecuada. Grass vivió desde la guerra con una esquirla de granada incrustada en un hombro. De igual manera, en su conciencia, según confesión propia, llevó durante largo tiempo aquella otra esquirla de su pasado nacionalsocialista.
Otro escritor, Martin Walser, en un discurso pronunciado con motivo del Premio de la Paz de los Libreros Alemanes, que le fue concedido en 1998, se quejó de que todos los días los medios de comunicación hagan presente, revivan, reproduzcan aquel capítulo vergonzoso de la nación alemana. Consideró que algunos se empeñan en mantener encendida la antorcha de la inculpación y llevan a cabo una especie de chantaje. El escándalo que suscitaron sus palabras, unido a la reprobación de la comunidad judía, volvió a demostrar que el pasado nacionalsocialista alemán, a pesar de las décadas transcurridas, aún no ha sido del todo desactivado.

martes, 14 de abril de 2015

Cómo achicar la desigualdad en el capitalismo

Thomas Piketty no había cumplido 27 años cuando se publicó la primera edición de La economía de las desigualdades, un breve tratado sobre las leyes económicas que explican la desigualdad


Piketty. Es un economista francés especialista en desigualdad económica y distribución de la renta./revista Ñ.
Desde que El capital en el siglo XXI lo convirtió en una estrella de la economía mundial, el francés Thomas Piketty no ha vuelto a hablar de sus padres. Tal vez porque recordarlos hoy sería regalar a los conservadores de EE.UU. la excusa perfecta para hacerlo salir de una vez por todas del grupo de lecturas posibles. Papá y mamá Piketty militaron en el partido trotskista Lucha Obrera, soñaron con el Mayo Francés del 68 y terminaron abandonando París para criar a sus hijos entre cabras y montañas. ¿Hace falta algo más para despertar una sonrisa escéptica en la ortodoxia académica estadounidense?

Esa experiencia familiar de ilusión, desconcierto y frustración (el viaje al campo terminó mal, con un esfuerzo gigantesco de los padres para reintegrarse al mundo de las empresas) puede ayudar a entender las dos obsesiones de Piketty desde que a fuerza de estudio se hizo admitir en la elitista Ecole Normale Supérieure, en París: solucionar el problema de la desigualdad entre los hombres y hacerlo sin salirse del sistema. El sueño de los padres con otro enfoque para la ejecución.

Piketty no había cumplido 27 años cuando se publicó la primera edición de La economía de las desigualdades (Siglo XXI, 2015). El libro es un breve tratado sobre las leyes económicas que fundamentan las posiciones enfrentadas de los partidos de izquierda y derecha para achicar la desigualdad. Además de tema, el libro comparte con El capital en el siglo XXI el intento de no enojar a los conservadores manteniendo la discusión en el campo metodológico y dejando fuera los valores. “Este conflicto izquierda/derecha” –advierte Piketty desde la introducción– “muestra que los desacuerdos sobre la forma concreta y la oportunidad de una política pública de redistribución no se deben necesariamente a principios contradictorios de justicia social, sino antes bien a análisis contradictorios acerca de los mecanismos económicos y sociales que producen las desigualdades”.

La idea que atraviesa el libro es distinguir los mecanismos económicos de “redistribución eficaz” de los de “redistribución pura”. Los primeros son los que usan los impuestos para incentivar determinadas conductas; para poner freno al crecimiento desmesurado de las fortunas; y para financiar las transferencias desde el Estado a los menos favorecidos por el sistema. Los segundos, que Piketty presenta como cercanos a la izquierda, son los que llevarían a cabo los gobiernos incapaces de digerir el egoísmo intrínseco en la visión capitalista del mundo: si el sueldo bajo es lo que provoca las diferencias de ingresos, ¿por qué no terminar con el problema subiendo los sueldos?

Si bien Piketty admite matices y combinaciones de los dos mecanismos, se reserva la mayor parte de sus críticas para los efectos perversos de la redistribución pura (la habitual en posiciones de izquierda). En el ejemplo anterior, explica que un sueldo mínimo establecido por ley puede terminar provocando desempleo si el capitalista lo considera demasiado alto y sustituye a su personal por maquinaria. Si en vez de aplicar la lógica de la redistribución pura, escribe Piketty, el Estado hubiera gravado los beneficios de la empresa, los impuestos recaudados podrían haber financiado la salud, educación y transferencias monetarias que merecen los trabajadores mal pagados sin desincentivar su contratación.

Pero la solución impositiva tampoco parece sencilla en esta época en que los capitales vuelan con libertad para posarse sólo en los países de menores impuestos. Piketty propone la creación de una unión fiscal entre gobiernos que no compitan unos con otros por cobrarle poco a las empresas. Igual que en El capital en el siglo XXI , donde sugiere frenar la desigualdad creciente con un impuesto global al capital (en cualquiera de sus formas), Piketty no menciona en La economía de las desigualdades la presión de los poderosos que se opondrían a uniones fiscales o a simples subas en los impuestos. Muchos ven esta falta de realismo político como el punto débil de sus teorías. En su visita de enero a Buenos Aires, Piketty esbozó otra explicación: “Sólo soy un economista”.