martes, 27 de septiembre de 2016

Pensar en otra cosa

La guerra con las Farc era como una muela con caries, que no mata pero sí obsesiona. Su terminación dará el espacio necesario para entender sus causas profundas, si queremos
Adiós a las armas./Enrique Florez./semana.com



Cuando se acabe esta guerra casi ni nos vamos a dar cuenta. Primero, porque ya llevamos muchos meses sin guerra con las Farc, y no nos hemos dado cuenta. Tan es así que a los periódicos les toca sacar informes sobre lo que no ha sucedido, que es lo contrario de su función: no ha habido muertos, no ha habido secuestros, no ha habido tomas. Y nos sorprendemos: ah, es verdad: no ha habido muertos. Es muy difícil notar lo que no sucede. Así que no va a haber mucha diferencia. Pasar del cese el fuego real al cese el fuego formal no se nota. Aunque es lo más notable que nos ha sucedido en los últimos sesenta años.

A algunos les hará falta la adrenalina de la guerra para sus intereses políticos o económicos, o incluso para sus necesidades fisiológicas. El temperamento adolescente necesita el ejercicio de la violencia. Tendrán el síndrome de abstinencia de los excombatientes. Los violentos notarán una ausencia difusa, una vaga carencia. Los pacíficos no notarán nada. La paz civil no va a estallar, como no estalló tampoco la guerra civil, esta “no declarada” que vivimos en Colombia desde hace más de medio siglo. Tanto el silencio de la paz como el ruido de la guerra son cosas que empiezan a imponerse poco a poco, paulatinamente, insensiblemente. Y solo se perciben conscientemente al cabo de cierto tiempo. 

Será —ya es— como salir de la dentistería después de que a uno le han sacado una muela cariada y dolorosa. En un primer momento —el momento en que ahora estamos— solo se siente el embotamiento de la anestesia en la boca: un sabor entre agrio y ácido, y una cierta dificultad algodonosa para pronunciar palabras. Después, horas después, a veces días, se da uno cuenta de que ya no le duele la muela dañada: se da cuenta de que está pensando en otra cosa. (Dado el modo de ser de este país, pensando en candidaturas presidenciales).

Porque esta guerra sorda que hemos vivido cotidianamente durante sesenta años era como ese sordo dolor de muelas, a veces con espasmos agudísimos, que no nos mataba (a los que no nos mataba), ni destruía el país de manera que saltara a la vista; pero no nos dejaba pensar en otra cosa. Repasen la historia de sus vidas. Los más viejos recordarán la Violencia liberal-conservadora de los años cuarenta, la primera que llamaron oficialmente “guerra civil no declarada”, que se acabó, tan imperceptiblemente como se acaba esta, con los pactos algodonosos y anestésicos del Frente Nacional. Un pacifista de esos años, el dirigente liberal Darío Echandía, nombrado gobernador del Tolima, uno de los departamentos más golpeados por la Violencia, definió la paz deseada con una frase simple: “Que los tolimenses puedan volver a pescar de noche”. Pero a un violento de entonces, el dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado, le entró el síndrome de abstinencia; y con la excusa —y el acicate— de la guerra universal contra el comunismo (tan parecida a la actual contra el terrorismo), se inventó la amenaza de las “repúblicas independientes” comunistas en regiones remotas del campo colombiano. El presidente Guillermo León Valencia, que por ese acto de guerra sería llamado por sus áulicos “el presidente de la paz”, ordenó entonces al ejército la destrucción de la de Marquetalia, que por lo visto era la más temible. Y fueron expulsados a bombazos al otro lado de la cordillera un centenar de campesinos armados y sus familias. Y su jefe, Pedro Antonio Marín, víctima de la pacificación, pasó a convertirse en victimario bajo el nombre de guerra de Manuel Marulanda, Tirofijo.

Así empezó, lenta y casi imperceptiblemente, esta otra guerra que todos hemos vivido: esos campesinos expulsados formaron el núcleo embrionario de las Farc, a la sombra de la Revolución cubana se fundó el ELN, y la guerra fue creciendo, ampliando su ámbito, complicándose, degradándose. Apareció el secuestro. Se multiplicaron los frentes guerrilleros por todo el país. Se militarizó la justicia. Las Farc adoptaron “todas las formas de lucha”. 

Aparecieron las tentativas de paz —y cada vez aparecieron también “los enemigos agazapados de la paz”, y siempre había guerreristas que protestaban públicamente: “¿Para qué hablar de paz, si aquí no hay guerra?” Apareció el narcotráfico. Aparecieron los atentados en las ciudades. Las “pescas milagrosas” en las carreteras. Las voladuras de oleoductos y de torres eléctricas. Aparecieron los grupos narcoparamilitares. Vino el exterminio de la Unión Patriótica. Los secuestros masivos de la guerrilla. El bombardeo del Secretariado de las Farc en su cuartel general de Casa Verde. Poco a poco, golpe a golpe, la guerra crecía. Y aunque en el mundo cambiaban las cosas (se derrumbaba el comunismo y con ello terminaba la Guerra Fría) gracias a la invención de la guerra universal contra la droga y luego con la declaratoria de la guerra universal contra el terrorismo, no faltaban los pretextos para la continuada intervención de los Estados Unidos, que vino a culminar con el Plan Colombia de los presidentes Bill Clinton y Andrés Pastrana: se multiplicó la ayuda militar, se duplicó el ejército, se le armó con helicópteros de combate y bombas inteligentes. Y pudo así darse la ofensiva masiva del gobierno de Álvaro Uribe contra las Farc (ignorando al ELN), que las diezmó y acorraló y permitió que bajo Juan Manuel Santos se iniciaran nuevamente las negociaciones de paz. Esta vez fue el guerrerista Uribe el que salió a protestar: “¡Paz para qué, si aquí no hay guerra!”. 

Porque nunca ha sido una guerra abierta sino una “guerra de baja intensidad”, que es el término que inventaron los estrategas norteamericanos de la Doctrina de Seguridad Nacional para referirse a las operaciones militares de contrainsurgencia en el Tercer Mundo. A diferencia de otras más graves, la colombiana no requería la intervención masiva de tropas extranjeras: bastaba con los llamados “asesores”, que empezaron siendo unas cuantas docenas y fueron aumentando: una escuelita en Juanchaco, una base en Larandia, y así… Pero mirada desde las ciudades, la existencia de la guerra seguía sin notarse mucho. Tan poco se notaba que los adversarios de los acuerdos de paz insistían en negar que la hubiera. Y todavía lo niegan: simple “narcoterrorismo”, llaman a eso. Como llamaron con el nombre neutro de “violencia” a la guerra entre los partidos de los años cuarenta y cincuenta, y “bandoleros” o “chusmeros” a los guerrilleros liberales y después comunistas de los primeros sesenta, y “autodefensas” a los narcoparamilitares de los ochenta y noventa, y “bandas criminales”, o “bacrim”, a esos mismos narcoparamilitares no desmovilizados de los dos mil. Uno de los más perversos vicios nacionales es el nominalismo: a las cosas no se les dan sus nombres verdaderos, para que no se sepa la realidad de lo que pasa. 

Y así esta, que no ha sido una guerra declarada ni abierta, y de la que además se ha dicho que ni siquiera ha existido, ha dejado, sin embargo, y casi sin que se notara, ocho millones de víctimas, entre las cuales hay 220.000 muertos. Soldados, guerrilleros, civiles. Desplazados, despojados, secuestrados, mutilados por las minas quiebrapatas; mujeres violadas, niños reclutados para las guerrillas o las bacrim, o desertores de la escuela de la cual habían previamente desertado los maestros, familias desarraigadas y arrojadas a la miseria. Desplazada en el interior casi una quinta parte de la población del país, y al extranjero otros dos o tres millones de personas. Esta guerra no se ha sentido casi en las ciudades grandes o intermedias, salvo ocasionalmente: por el secuestro de los diputados en el corazón de Cali, la guerra de las comunas en Medellín, la bomba en el Club El Nogal en el norte de Bogotá. Sus efectos sí han sido visibles siempre: en inseguridad, en mendicidad, en criminalidad. Pero estábamos acostumbrados a verlos crecer de modo natural, como crecen las plantas. Nadie oye crecer la hierba. 

Esos efectos, por supuesto, no desaparecen de la noche a la mañana por arte de birlibirloque con los acuerdos firmados entre el gobierno y las guerrillas. Pero dejan de reproducirse. Desaparece su causa inmediata.

Con lo cual nos podemos dedicar a pensar —si queremos— en cómo ocuparnos de sus causas profundas. A pensar en otra cosa. O, si por perversión consuetudinaria del espíritu solo somos capaces de pensar en candidaturas presidenciales, a pensar por lo menos en candidaturas presidenciales que no estén determinadas por la paz o la guerra. Como lo han estado las de hace dos años, seis, diez, catorce, dieciocho, veintidós años.



viernes, 23 de septiembre de 2016

El precio de la paz

 Yo no lo tenía tan claro antes de leer el artículo de Héctor Abad Faciolince. Pero ahora, si fuera colombiano y pudiera votar, yo también votaría por el sí  

Si a la Paz./Fernando Vicente./elpais.com

Los buenos artículos me gustan casi tanto como los buenos libros. Ya sé que no son muy frecuentes, pero ¿no ocurre lo mismo con los libros? Hay que leer muchos hasta encontrar, de pronto, aquella obra maestra que se nos quedará grabada en la memoria, donde irá creciendo con el tiempo. El artículo que Héctor Abad Faciolince publicó en EL PAÍS el 3 de septiembre (Ya no me siento víctima), explicando las razones por las que votará  en el plebiscito en el que los colombianos decidirán si aceptan o rechazan el acuerdo de paz del Gobierno de Santos con las FARC, es una de esas rarezas que ayudan a ver claro donde todo parecía borroso. La impresión que me ha causado me acompañará mucho tiempo.
Abad Faciolince cuenta una trágica historia familiar. Su padre fue asesinado por los paramilitares (él ha volcado aquel drama en un libro memorable: El olvido que seremos) y el marido de su hermana fue secuestrado dos veces por las FARC, para sacarle dinero. La segunda vez, incluso, los comprensivos secuestradores le permitieron pagar su rescate en cómodas cuotas mensuales a lo largo de tres años. Comprensiblemente, este señor votaráno en el plebiscito; “yo no estoy en contra de la paz”, le ha explicado a Héctor, “pero quiero que esos tipos paguen siquiera dos años de cárcel”. Le subleva que el coste de la paz sea la impunidad para quienes cometieron crímenes horrendos de los que fueron víctimas cientos de miles de familias colombianas.

¿Funcionará el acuerdo de paz? La única manera de saberlo es poniéndolo en marcha, haciendo todo lo posible para que lo acordado en La Habana, por difícil que sea para las víctimas y sus familias, abra una era de paz y convivencia entre los colombianos. Así se hizo en Irlanda del Norte, por ejemplo, y los antiguos feroces enemigos de ayer, ahora, en vez de balas y bombas, intercambian razones y descubren que, gracias a esa convivencia que parecía imposible, la vida es más vivible y que, gracias a los acuerdos de paz entre católicos y protestantes, se ha abierto una era de progreso material para el país, algo que, por desgracia, el estúpido
 Brexit amenaza con mandar al diablo. También se hizo del mismo modo en El Salvador y en Guatemala, y desde entonces salvadoreños y guatemaltecos viven en paz.Pero Héctor, en cambio, votará sí.Piensa que, por alto que parezca, hay que pagar ese precio para que, después de más de medio siglo, los colombianos puedan por fin vivir como gentes civilizadas, sin seguirse entrematando. De lo contrario, la guerra continuará de manera indefinida, ensangrentando el país, corrompiendo a sus autoridades, sembrando la inseguridad y la desesperanza en todos los hogares. Porque, luego de más de medio siglo de intentarlo, para él ha quedado demostrado que es un sueño creer que el Estado puede derrotar de manera total a los insurgentes y llevarlos a los tribunales y a la cárcel. El Gobierno de Álvaro Uribe hizo lo imposible por conseguirlo y, aunque logró reducir los efectivos de las FARC a la mitad (de 20.000 a 10.000 hombres en armas), la guerrilla sigue allí, viva y coleando, asesinando, secuestrando, alimentándose del, y alimentando el narcotráfico, y, sobre todo, frustrando el futuro del país. Hay que acabar con esto de una vez.
La revolución de los barbudos sirvió para que millares de jóvenes se sacrificaran inútilmente
El aire del tiempo ya no está para las aventuras guerrilleras que, en los años sesenta, solo sirvieron para llenar América Latina de dictaduras militares sanguinarias y corrompidas hasta los tuétanos. Empeñarse en imitar el modelo cubano, la romántica revolución de los barbudos, sirvió para que millares de jóvenes latinoamericanos se sacrificaran inútilmente y para que la violencia —y la pobreza, por supuesto— se extendiera y causara más estragos que la que los países latinoamericanos arrastraban desde hacía siglos. La lección nos ha ido educando poco a poco y a eso se debe que haya hoy, de un confín a otro de América Latina, unos consensos amplios en favor de la democracia, de la coexistencia pacífica y de la legalidad, es decir, un rechazo casi unánime contra las dictaduras, las rebeliones armadas y las utopías revolucionarias que hunden a los países en la corrupción, la opresión y la ruina (léase Venezuela).
La excepción es Colombia, donde las FARC han demostrado —yo creo que, sobre todo, debido al narcotráfico, fuente inagotable de recursos para proveerlas de armas— una notable capacidad de supervivencia. Se trata de un anacronismo flagrante, pues el modelo revolucionario, el paraíso marxista-leninista, es una entelequia en la que ya creen solo grupúsculos de obtusos ideológicos, ciegos y sordos ante los fracasos del colectivismo despótico, como atestiguan sus dos últimos tenaces supérstites, Cuba y Corea del Norte. Lo sorprendente es que, pese a la violencia política, Colombia sea uno de los países que tiene una de las economías más prósperas en América Latina y donde la guerra civil no ha desmantelado el Estado de derecho y la legalidad, pues las instituciones civiles, mal que mal, siguen funcionando. Y es seguro que un incentivo importante para que operen los acuerdos de paz es el desarrollo económico que, sin duda, traerán consigo, seguramente a corto plazo.
El modelo revolucionario es una entelequia en la que ya creen solo grupúsculos de obtusos ideológicos
Héctor Abad dice que esa perspectiva estimulante justifica que se deje de mirar atrás y se renuncie a una justicia retrospectiva, pues, en caso contrario, la inseguridad y la sangría continuarán sin término. Basta que se sepa la verdad, que los criminales reconozcan sus crímenes, de modo que el horror del pasado no vuelva a repetirse y quede allí, como una pesadilla que el tiempo irá disolviendo hasta desaparecerla. No hay duda que hay un riesgo, pero, ¿cuál es la alternativa? Y, a su excuñado, le hace la siguiente pregunta: “¿No es mejor un país donde tus mismos secuestradores estén libres haciendo política, en vez de un país en que esos mismos tipos estén cerca de tu finca, amenazando a tus hijos, mis sobrinos, y a los hijos de tus hijos, a tus nietos?”.
La respuesta es sí. Yo no lo tenía tan claro antes de leer el artículo de Héctor Abad Faciolince y muchas veces me dije en estas últimas semanas: qué suerte no tener que votar en este plebiscito, pues, la verdad, me sentía tironeado entre el y el no. Pero las razones de este magnífico escritor que es, también, un ciudadano sensato y cabal, me han convencido. Si fuera colombiano y pudiera votar, yo también votaría por el sí.

jueves, 23 de julio de 2015

No tan divinas

Patricia Soley-Beltrán fue modelo y presentadora de televisión durante la España de la transición (1979-1989). Haber estado en el corazón del monstruo, le permitió escribir ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras, una brutal crítica en contra del modelo de mujer que se ha impuesto por vía de la moda y el fashionismo. Aquí la entrevista en Madrid

Patricia Soley-Beltrán fue modelo y presentadora de televisión durante la España de la transición./revistaarcadia.com
Patricia Soley-Beltrán (Barcelona, 1962) es doctora en Sociología del cuerpo por la Universidad de Aberdeen. Forma parte del grupo de investigación en estudios de historia de la ciencia (Universidad Pompeu Fabra), del grupo de trabajo de antropología del cuerpo (Instituto Catalán de Antropología-CSIC) y del comité editorial de la revista Critical Studies of Fashion and Beauty. Una trayectoria vital imprevista la llevó a ejercer de modelo y a estudiar su primera profesión desde el punto de vista sociológico. El resultado es esta osada investigación académica, personal y política, que radiografía la figura de las modelos mediante un análisis interdisciplinario riguroso pero no exento de sentido del humor.
Al abrir tu libro lo primero que llama la atención es la composición del prestigioso jurado que te ha dado el Premio Anagrama de Ensayo: Salvador Clotas, Román Gubern, Xavier Rubert de Ventós, Fernando Savater, Vicente Verdú y el editor Jorge Herralde. Seis hombres, cero mujeres.
En 43 ediciones del Premio Anagrama, yo soy la quinta mujer. Es decir, apenas hay mujeres premiadas. Pero me habían asegurado que Jorge Herralde es un hombre abierto e inteligente, y por eso me presenté. El resultado ha sido este. El hecho de que seis hombres me lo hayan dado, prueba que las cosas se mueven más de lo que a priori se pudiera pensar.
¿Hasta qué punto ese mundo fashion que desmontas magistralmente en tu ensayo ha hecho que mujeres que debieran estar en puestos relevantes estén escribiendo blogs de moda?
Foto encargada por Patricia Soley-Beltrán para un libro durante sus años como modelo.
Bueno, he tardado veinte años en investigar este libro, cuatro en escribirlo y toda una vida en reflexionarlo. Y no lo digo como una queja sino como algo sintomático. Creo que todos colaboramos a crear el espejismo de la moda, donde todo es magnífico y estupendo porque si te compras un vestido te encontrarás mucho mejor que antes. El hecho de que estos señores del jurado hayan premiado esta obra, demuestra que son conscientes de lo que está ocurriendo. Ellos también han vivido el paso de la liberación sexual a la prostitución organizada.
¿Se preguntarán también ellos qué demonios ha sucedido desde Jane Fonda hasta Paris Hilton? Al recorrer la senda del fashionismo… ¿no te parece que Occidente se ha estupidizado?
En resumen, sí. Porque a toda persona relacionada con la moda se le da mucho más valor, prestigio social y visibilidad que a una científica, escritora o pensadora, y que a un científico, escritor o pensador. Lo grave es que esas personas sobrevaloradas se ofrecen como prestigiosos modelos de imitación a las nuevas generaciones.
Hablemos de la bête noire del mundo de la moda: el feminismo. Mientras la moda se publicita magníficamente, el pobre feminismo parece tener un problema de marketing. ¿Por qué las mujeres tenemos que explicarnos siempre respecto al feminismo?
Creo que en esto, como en todo en la vida, viene bien el sentido del humor. En respuesta a tu pregunta te contaré una acción que hice en Barcelona con otras mujeres. Nos pusimos todas una camiseta con el lema “Nobody Knows I’m A Feminist”, una gabardina y unas gafas negras, y nos paseamos por el Born de Barcelona abriéndonos la gabardina como si fuéramos exhibicionistas. Lo cierto es que hoy tengo una cuenta corriente, puedo votar, viajar con pasaporte propio y vivir protegida por una ley contra la violencia. Y eso es gracias a que unas señoras feministas se han tenido que partir la cara por mí.
La moda es el único terreno profesional en el que la mujer gana sueldos que duplican y triplican los de sus compañeros masculinos, cosa que podría parecer un insulto a una científica que ande mendigando una beca sin éxito. ¿Alguien se ha planteado el daño que ha hecho el mundo de la moda a la imagen de la mujer normal, que lucha por abrirse un hueco en la vida?
Foto para la revistafemenina española Hogar y Moda, que desapareció a finales de los años ochenta.
No ha habido una articulación explícita hasta ahora. Por eso es importante este libro. Al acabarlo experimenté algo que San Juan de la Cruz expresó con gran belleza: “Sentí que le había dado a la caza alcance”.
El colosal poder mediático de una topmodel está descompensado con lo que esa mujer puede ofrecer a la sociedad en el terreno de las ideas. ¿Esto no contribuye a ir deteriorando intelectualmente la imagen de la mujer?
Sí. Sobre todo porque la definición de la mujer actual pasa por el consumo. Y por la desposesión de sí misma a través de esos objetos que la hacen y la deshacen. Pero tampoco tenemos por qué renunciar a gozar de cómo nos vestimos, ni a gozar de nuestro cuerpo en un sentido amplio que comprende lo sexual, lo sensorial y el poder de afirmarnos como seres encarnados.
Estas cosas no son tan obvias para millones de mujeres jóvenes. Tu ensayo Divinas me hace pensar en el cuento de Andersen “El traje del emperador”, porque dices muy claramente, como el niño danés del cuento, lo que todos ven y nadie se atreve a poner en palabras. ¿Confías en contribuir a quebrar este maleficio mundial?
Bueno, ha habido una reacción masiva: medios que me quieren entrevistar, lectoras y lectores que dicen –como tú– que ya era hora de que alguien dijera esto, madres que me piden que siga por este camino por el bien de sus hijas, centros que me ofrecen dar conferencias y colegios que me aseguran que esto también hay que explicarlo en la enseñanza secundaria. La explosión de entusiasmo es extraordinaria, teniendo en cuenta que el libro solo lleva en la calle desde el 25 de mayo.
¿Cómo defines la profesión de topmodel?
La modelo es un patrón de feminidad para las mujeres, un objeto de deseo para los hombres y un ejemplo de valores culturales para hombres y mujeres. Pero las “Divinas” solo son creíbles si hay una pantomima detrás, unas bambalinas en las que se prepara esa ilusión de juventud eterna. El mundo de una modelo es una ficción. Los seres humanos somos otra cosa.
Eres un hito mundial. No hay ninguna exmodelo que haya escrito un ensayo galardonado con un premio de este prestigio.
Espero tener un impacto internacional. Al fin y al cabo el Anagrama es el Pulitzer español. Pero el aparato analítico, como todos sabemos, pertenece al mundo anglo.
Donde hay pocos textos dignos del Pulitzer es en las revistas femeninas. ¿Cómo se explica el éxito de unas publicaciones que llevan décadas castigando a sus lectoras con el mensaje subliminal, “nosotras somos unas ganadoras, tú eres una perdedora y encima nos pagas para que te lo digamos”?
Pues mira, esto he empezado a decirlo claramente en los medios. Estoy hasta el gorro de que me hagan sentir mal. A todas mis amigas les pasa lo mismo. Lo que te hacen sentir es que nunca llegas, que nunca eres lo suficientemente guapa, ni lo suficientemente delgada, ni tienes toda la ropa que debes tener. Cuando cierras la revista, te sientes mal. Deberían plantearse contribuir al bienestar general, y no a crear la mirada de la envidia.
El porcentaje de hombres que lee revistas femeninas es pequeño. Dado que el tema de tu ensayo se cataloga como “femenino”, ¿existe el peligro de que lo lean pocos hombres?
Bueno, el hecho de que yo sea una exmodelo atrae, pero se podría pensar que esto es un “libro amarillo” sobre cotilleos relacionados con el modeleo. No es eso, es un ensayo riguroso y académicamente informado sobre la relación entre el cuerpo y la identidad, que constituye una reflexión sobre la sociedad en la que vivimos. El asunto tiene una enorme relevancia para todos, hombres y mujeres.
¿Temes que este libro podría hacerte ganar una tropa de enemigos masculinos que te cataloguen como una mujer guerrera que anda dando lecciones y demás?
Ese antagonismo también podría suscitarse en el público femenino. No lo espero ni lo deseo. Me llaman muchas personas desconocidas, hombres y mujeres, para decirme que les ha interesado el libro. Por ahora estoy haciendo amigos. Esto es como una onda expansiva y creo que el momento es ahora.
Vivimos en un mundo en el que los hombres y las mujeres cada vez parecen más distanciados. ¿El hombre heterosexual tendrá el valor necesario para atreverse a vivir junto a la “mujer nueva” de la era post-feminista?
Esa es una gran pregunta. Ellos tienen que aprender a aceptar su vulnerabilidad. Las mujeres asumimos nuestra vulnerabilidad y a partir de ella construimos nuestra fortaleza. Es importante que los hombres no se sientan amenazados, porque van a salir ganando con todos estos cambios. Pasará un tiempo hasta que se adapten. Gloria Steinem bromea sobre esto cuando dice: “Me estoy convirtiendo en el hombre con el que me hubiera querido casar”.
En el libro mencionas una gran frase de la estilista Ara Gallant: “La moda parece muy glamurosa, pero solo es publicidad”. ¿La mujer no ha sido siempre un anuncio publicitario de sí misma?
Sí. Como dice John Berger, los hombres actúan, las mujeres aparecen. Él coincide contigo en decir que la mujer es un anuncio de lo que se le puede hacer, porque se presenta ante el mundo como un espectáculo.
Pero la ropa de una mujer representa su proyecto de vida, ¿no?
La pregunta sería: ¿Qué hacemos las mujeres que no queremos ser un anuncio, pero somos conscientes de que vivimos en una cultura visual? Hoy nada es natural. Todo es una representación. Tú escoges cómo te muestras.
¿Por qué una joven de hoy admira a Gisele Bündchen y no admira a Angela Merkel, que es la mujer más poderosa del mundo y que se mueve entre hombres de todo el mundo?
Creo que a las mujeres con poder se las percibe como poco atrayentes. Por eso una joven de hoy no quiere parecerse a Merkel. Al ver a una mujer con las uñas pintadas, hay quien piensa: “El tiempo que ha invertido en pintárselas lo podía haber empleado para leerse el informe de la ONU sobre pobreza mundial”.
Al comienzo del libro hablas de tu madre, que te inculcó la necesidad de salir de casa siempre bien arreglada. ¿Qué opina ella de tu libro?
Mi madre me dio un gran consejo cuando lo estaba empezando. Me dijo: “Oye, Patricia, a ver si este libro que estás escribiendo lo podemos entender mis amigas y yo”. Y le hice caso.
En el libro hablas sobre la influencia femenina en el mundo en cuanto al cuidado del aspecto físico. Pero ¿esta obsesión con la apariencia, esta preponderancia de la forma sobre el fondo, no forma parte de la decadencia occidental?
Estamos colonizados por la comunicación corporativa de productos. Por eso hemos llegado a este punto. El reto de mi libro es que aborda una lucha desigual, porque hablo de imágenes con palabras. Pero mi gran activo es que hay un enorme número de mujeres hartas. Muy hartas.
¿Esperas que tu libro contribuya a aplacar a ese alto número de mujeres hartas?
A todas ellas les vendría bien leerse el libro este verano, que además es un buen momento para leer sobre el cuerpo.

miércoles, 15 de julio de 2015

Grecia: ¿Puede Europa echar a su principal foco civilizatorio?

Se  plantea a cuatro expertos la contradicción de la posible expulsión de Grecia del continente 

El Museo de la Acrópolis exhibe copias de los frisos del Partenón, que reclama Alkis Konstantinidis / lavanguardia.com

Este no es un cuento de princesas, aunque empieza con una de ellas: Europa. Según la mitología griega, ésta fue una bella princesa fenicia, hija de Agénor y Telefasa y hermana de Cadmo, de quien se enamoró ni más ni menos que el padre de dioses y hombres, Zeus. Para seducirla mutó en toro blanco, ella se subió a su grupa y el bicho aprovechó el momento para llevársela al otro lado del mar, a la isla de Creta, esto es, a la civilización. Creta se contrapone a la barbarie de Asia, de modo que Europa fue la primera reina del territorio civilizado que era Creta. Así interpreta la mitología el nacimiento de Europa, de princesa a continente.
Ahora, Europa (el continente) puede quedarse sin bisabuela: ¿Grecia fuera de Europa? ¿El país (actual) en que se origina el pensamiento humanista occidental expulsado de Occidente? El acuerdo pactado en la maratón (atención a la etimología) negociadora de los dos últimos días puede acabar siendo aceptado por las dos partes, aunque las últimas semanas están plagadas de acercamientos y alejamientos súbitos. Todo es posible.

La tensión entre el pequeño país del sur y sus institutrices del norte provoca la paradoja de que (resumiendo en tres líneas) el más importante foco de creación cultural que ha tenido Europa –asumido, ampliado y esquematizado después por Roma, el Renacimiento, la Ilustración, etc etc, desde luego- pueda quedar por motivos económicos fuera del club. Ergo: ¿no le debe nada esta Europa a aquella Grecia? ¿Carece de toda clase de 'deber moral' como motor inicial de la construcción continental?

La Vanguardia ha planteado a cuatro expertos en historia y cultura helena una reflexión sobre esta (al menos aparente) contradicción.


Europa sin Grecia

El escritor y helenista residente en Atenas Pedro Olalla, que acaba de publicar en Acantilado el maravilloso Grecia en el aire, subtitulado Herencias y desafíos de la antigua democracia ateniense, opina que "Deontológicamente" no es concebible una Europa sin Grecia. "Si desapareciera de la cultura europea todo lo que ésta tiene de griego, resultaría absolutamente irreconocible, y mucho más sombría de lo que ha sido y de lo que es ahora. Para Olalla, "como país actual en una situación difícil, no tiene futuro dentro de esta Europa, y debe salir de ella cuanto antes. Grecia sí es concebible sin Europa, sin esta Europa". Para Francesca Mestre, directora del departamento de Filología Griega de la Universitat de Barcelona (UB), "sería un poco raro" que Grecia estuviera fuera. "Tal vez –añade- lo que habría que plantearse es a qué nos referimos hoy en día cuando decimos "Europa", independientemente de la etimología o las raíces míticas de su nombre. Si con Europa queremos significar una unión de estados que se alían para favorecer económica y políticamente a sus clases dominantes, la presencia o la ausencia de Grecia no es especialmente significativa, puesto que como es obvio Grecia no es una potencia económica. Si con Europa queremos significar todo lo que no es oriental (en realidad esa era la dicotomía en la antigüedad: por un lado Europa, por otro Asia), Grecia es entonces una pieza clave, tanto por cultura/religión, como por sistema de vida, como por situación geográfica, estratégica, etc". La traductora y escritora María Belmonte, que ha publicado recientemente en la misma editorial 'Sedientos de belleza', remarca que no todos los miembros del club lo están en las mismas condiciones: "No todos los estados europeos pertenecen a la UE y Gran Bretaña, por ejemplo, aunque es miembro, no comparte su moneda, el euro. De hecho, dos premios Nobel de Economía, Kurgman y Stiglitz, son partidarios de la salida de Grecia del sistema Euro para facilitar su recuperación económica. Aunque el 60% de la población griega, al votar NO en el pasado referéndum, afirmó su voluntad de seguir dentro de la UE". Desde una perspectiva cultural "no se puede concebir la ausencia de Grecia del mismo, porque ella es el "alma mater" de Europa". "En Grecia surgieron los valores y la cultura que nos confieren nuestra identidad como europeos. Allí nacieron la poesía, la literatura, el teatro, las leyes, la filosofía, la experimentación científica y valores tales como la justicia social y la filantropía. Todo lo que nos hace sentirnos orgullosos como europeos". El profesor agregado de Historia Antigua de la UB Ignasi Garcés remarca la paradoja de que puede ser expulsada "en términos acuñados por la Antigua Grecia. Fueron los griegos los que dijeron que la pólis (la comunidad, el estado) son los hombres que la forman, no sus edificios. Por tanto, no son el Monte Olimpo ni el Partenón los referentes, sino la voluntad de formación de una comunidad que se autodefina como europea. Primero deberíamos preguntarnos qué es ser europeos y qué significa formar parte de esa nueva gran pólis común. Por ahora solo se ha insistido en establecer unas obligaciones económicas recíprocas, ¿puede eso llamarse Europa con o sin el Estado heleno?"

¿Se debe algo?

Las negociaciones entre griegos y troika son meramente económicas, y es obvio que nada del legado cultural griego está en la agenda. Tampoco del riquísimo pasado arqueológico e histórico, que ennoblece –eso sí- museos de toda Europa. "La herencia cultural no es tenida en cuenta para nada ya que se trata solo de economía. Por desgracia el mundo occidental va desculturizándose cada vez más, al menos en lo que a un determinado significado de cultura se refiere, ya que todo el poder se ha cedido a bancos y entidades financieras que, como es lógico según su manera de pensar, no tienen por qué proteger otros intereses que no sean los económicos", dice Mestre.
"Desengañémonos", abunda Olalla. "Europa, como proyecto político y social solidario y progresista, no existe: existe sólo el euro, unas instituciones opacas para gestionarlo, y un costosísimo Parlamento que es la hoja de parra de esta grotesca y peligrosa construcción al servicio de intereses particulares". "Los negociadores europeos son, en general, defensores de la ortodoxia neoliberal y conciben la cultura (toda la cultura, no solo la griega) en términos de rentabilidad económica inmediata, justo lo que no puede proporcionar la cultura de verdad", opina Garcés. "El deber moral que tenemos con Grecia –añade Olalla- es el que, como seres humanos, nos debemos a nosotros mismos. Porque eso es lo que ha hecho siempre Grecia, enseñarnos a comprender ese deber: el respeto del hombre por el hombre, y el esfuerzo por defender y cultivar esa actitud en contra de la ignorancia, del egoísmo y de los más bajos instintos". Mestre cree que es difícil decir si el legado cultural puede ser de algún modo tenido en cuenta: "Que Grecia es la cuna cultural de Europa es indiscutible, pero ni Europa da voz a estas cuestiones cuando se trata de economía, ni la Grecia de hoy es la de Sófocles o Platón. Quizás con algo tan obvio se quiere decir que los griegos de hoy no merecen el suficiente respeto como para considerarlos dignos descendientes de aquellos". Belmonte recuerda que "En 1821 el poeta inglés Shelley puso en pie a Europa para acudir en ayuda de Grecia — levantada en armas contra los turcos — al escribir en el prólogo de su drama lírico Hellas (Grecia): "Todos somos griegos—nuestras leyes, nuestra literatura, nuestro arte tienen sus raíces en Grecia". En nuestra época no hay poetas que apelen, como hizo Shelley, al deber moral de Europa para con Grecia. Pero debemos apelar a la solidaridad europea, a la solidaridad humana para ayudar a los griegos a salir de la tremenda situación de quebranto en la que se encuentran. Situación provocada por unas políticas de corrupción y clientelismo que se han ido sucediendo en Grecia desde que desapareció la Dictadura de los Coroneles en 1974 y por las medidas de atroz austeridad impuestas durante los últimos cinco años a Grecia por la Troika y que han resultado no sólo ineficaces, sino que han aumentado el sufrimiento de la población". Garcés insiste en "entender de dónde venimos. El Egeo, al salir de la prehistoria, podría haber seguido el camino de las ya por entonces veteranas civilizaciones del Próximo Oriente, pero sólo tomó determinados elementos y creó una concepción nueva. Zeus arrancó a Europa de las playas de Fenicia y la dejó en Creta, donde comenzó algo nuevo, ¿no es un magnífico resumen que nos debería hacer pensar?"

Un pensamiento heredado de Grecia

"Lo que nos diferencia de la India, de China o del Islam son, básicamente, los fundamentos ideológicos que hemos heredado de Grecia", declara Olalla. "La Grecia de la antigüedad –añade Mestre- pasa por muchas etapas, desde la época arcaica hasta el final de la antigüedad, son al menos 12 siglos. Lo más importante que nos ha aportado intelectualmente Grecia es la capacidad de aportar ideas, de discutirlas, de argumentarlas: la capacidad de relativizar y descartar toda verdad absoluta. Los griegos deliberaban y decidían: a veces con acierto y otras no, pero lo importante era el camino que se recorría en esta deliberación, puesto que así se desarrollaba el pensamiento. La historia de la antigua Grecia está llena de logros pero también de fracasos, pero lo que la convierte en clásica y paradigmática es su capacidad de análisis y de dinamizar la reflexión, la crítica. "Se puede afirmar –reflexiona Belmonte- que el origen de nuestra cultura actual y de todos los aspectos que sentaron las bases del modelo de ciudadano de la civilización occidental proviene de la antigua Grecia, concretamente del periodo que denominamos "clásico", durante los siglos V y IV antes de Cristo. Fue durante esa época cuando se forjaron los cimientos de la política participativa que hoy consideramos como la mejor forma de gobierno y de convivencia entre seres humanos: la democracia. Allí se produjo la génesis del sistema científico que abarcaba las ciencias naturales, sociales y humanas. Surgió la filosofía como método para entender el mundo que nos rodea. Surgieron los valores del humanismo cívico y ético que aún hoy constituyen las bases de nuestra cultura, los principios del derecho y de la justicia equitativa, los géneros literarios, desde la historiografía al teatro. Se establecieron los cánones de la estética, las bases del pensamiento lógico y racional, la ética social para la resolución de conflictos…" En sentido parecido interviene Garcés: "Los griegos, temiendo caer bajo un gobierno personal establecieron pactos, más tarde, y en el caso del Estado de Atenas, ampliados al conjunto de hombres libres. Esta deriva llevó a la dialéctica y al descubrimiento del pensamiento racional, que impregnó todos los aspectos de sus vidas y su cultura. Solo por eso ya son una base no sólo europea sino universal. Pero hay más, en Atenas también inventaron un sistema político, la democracia, que se traducía en la implicación de los ciudadanos en el gobierno y no solo en la simple elección de sus dirigentes. Es cierto que era imperfecta, pues era vetada a los extranjeros, que ellos llamaban metecos, a los esclavos, y en general a todas las mujeres; no obstante, este sistema se mantuvo entre 509 y 322 a.C., y el mundo no reparó en hacerlo suyo y mejorarlo hasta hace tan solo unas pocas generaciones".

Humanismo VS capitalismo

Si Grecia está en el origen de nuestro ideario y de nuestra mentalidad, ¿hasta qué punto están vinculados capitalismo y humanismo? Es decir, la Grecia de hoy con la Grecia de entonces: "En la forma en que hoy lo conocemos y lo padecemos, este capitalismo parasitario y fagocitador del Estado y de lo público es, fundamentalmente, una creación anglosajona, autoritaria e imperialista, diametralmente opuesta a la vocación humanista de la cultura griega", dice Olalla.
"El capitalismo como tal se fue gestando a partir del siglo XVI en las austeras y laboriosas naciones protestantes del norte de Europa, en las que la acumulación de excedentes económicos y su reinversión para generar mayor crecimiento, propició la industrialización de las regiones del Norte. Son esas mismas laboriosas naciones protestantes las que ahora tienen atenazadas con sus medidas de austeridad a las despilfarradoras naciones católicas del Sur", incide Belmonte. "A pesar de la gran actividad mercantil de la Grecia clásica, ninguna ciudad-estado alcanzó la categoría de potencia comercial. Atenas, la ciudad más desarrollada económicamente, tenía un sistema financiero rudimentario e inadecuado. No había planificación económica y se vivía al día. En Atenas, lo más parecido a un fondo de reserva eran los tesoros de Atenea y de la Liga Ático-Délica, guardados en la Acrópolis, de los que se tomaban préstamos en situaciones límite, como guerras, que luego se devolvían con intereses".
"El capitalismo –apunta Garcés- nace en el Atlántico a finales de la Edad Moderna, en ese momento Grecia era una provincia del Imperio otomano. Pero podemos hablar de precedentes, ya Thales de Mileto, allá por el siglo VI a.C., previendo una excepcional cosecha de olivas en Jonia se anticipó a sus vecinos y alquiló todos los molinos, obteniendo un sustancioso beneficio. La banca privada, al margen del templo, es un invento griego que nace en época clásica con los banqueros de El Pireo (por cierto, metecos); y después de Alejandro Magno el período helenístico conoció un considerable flujo de inversiones monetarias y mercancías, práctica que hizo suya el Imperio romano. Pero ello no era central, para un griego antiguo sus deberes sociales y el acceso al ocio eran mucho más importantes".


Foco de civilización, cola del continente

Dos mil años después, Grecia está a la cola, en lo económico, del continente que tanto contribuyó a engendrar. ¿Por qué una civilización que fue puntera es hoy la cola del continente, al menos en términos económicos? "Si queremos seguir siendo "civilización" –entendida como concepto opuesto a "barbarie"–, esos "valores" de los "dominantes" deben ser profundamente cuestionados y, en muchos casos, abolidos por los "dominados". Y deberíamos también cambiar radicalmente los "estándares"", ataca Olalla. "Debemos comprender de una vez qué es la Europa del euro y sus instituciones, preguntarnos seriamente si es compatible con la democracia y con el Estado de derecho, y responder sinceramente si eso es lo que queremos para nosotros y para nuestros hijos". "El pueblo griego –recuerda Garcés- superó la Dictadura de los coroneles y tiene un sistema democrático dónde han ganado, se han respetado y se respetan posturas tan diferentes como: Nueva Democracia, Pasok o Syriza. Por tanto, tiene un gran potencial intrínseco y la aportación cultural que Grecia puede hacer en el futuro solo tendrá la limitación derivada de una comunidad humana pequeña (once millones de habitantes) en un mundo muy grande, nada más. El resto de stándares son económicos, en eso ha habido graves fallos de sus dirigentes recientes, que han sacado partido de las inercias comentadas, pero si se da una oportunidad al pueblo griego será superable, pues, como ya decía la poetisa griega Safo, todo hay que afrontar, incluso la pobreza. "Grecia –considera Belmonte- fue foco de la civilización europea hace dos mil quinientos años. Luego fue absorbida por el Imperio Romano y su fuego se apagó, al menos simbólicamente, con el cierre de la Academia de Atenas por Justiniano en el 529 d.C. cuando se prohibió la enseñanza de la filosofía clásica y el "paganismo". Desde su creación como estado moderno, siempre ha sido un país económicamente débil, en el que no hubo 'revolución industrial' y su riqueza se ha seguido basando, como en la antigüedad, en la exportación de productos agrícolas. Ahora el turismo es su principal fuente de riqueza. Además de la desesperada situación económica actual, hay que señalar que se está produciendo una nueva emigración, como la que sucedió en el siglo XIX, y la gran mayoría de jóvenes preparados han abandonado el país o piensan hacerlo. El destino de Grecia no podría ser más incierto en estos momentos". "A lo largo de la historia moderna de Europa –explora Mestre- ha existido siempre esta ambivalencia: por un lado considerarla su extremo más oriental, algo propio, pero también lejano. Europa ha dejado muchas veces Grecia a su suerte, ha sido invadida, saqueada, por los turcos sin que Europa hiciera nada, pero también por los propios europeos. Pero esta es una cuestión que tiene que ver con la historia moderna de Grecia, y no con la Grecia de la antigüedad. Es curioso, sin embargo, que los mismos países europeos que la invadieron y la despreciaron quisieron ser ellos los depositarios de la antigüedad griega: ahí siguen los frisos del Partenón en el Museo Británico, por mucho que, cuando Grecia ya era miembro de la UE, los reclamó alguien tan prestigioso como Melina Mercouri cuando fue ministra de cultura. Sin ningún éxito. Y los frisos del Partenón son solo un pequeño ejemplo; en todos los importantes museos, bibliotecas, centros culturales, etc. está la prueba del expolio".

martes, 7 de julio de 2015

Alicia en el país de las consignas

EN FOCO. Un día de julio de 1865, una niña leía a los pies de su padre un libro recién aparecido. Mientras tanto, su padre escribía otro gran libro del futuro. La niña, Tussy, leía Alicia en el país de las maravillas, y su padre, Marx, redactaba El capital. A partir de esta escena ineludible, y a 150 años de la publicación de la magistral obra de Lewis Carroll, Ariel Dorfman reflexiona sobre el destino de la izquierda, las utopías, y las potencialidades aún intactas del país de Alicia


Ilustraciones clásicas de la primera edición de Alicia en el país de las maravillas (1865) realizadas por Sir John Tenniel./pagina12.com.ar
–Calla, calla, criatura –dijo la Duquesa–. Todo tiene una moraleja, sólo falta saber encontrarla.
Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas.
No lejos de donde se publicó por primera vez Alicia en el País de las Maravillas, en julio de 1865, y poco tiempo después de la aparición del libro, una jovencita lo leía ávidamente a los pies de su padre mientras él labraba en su estudio londinense un manuscrito enteramente diferente, un análisis que iba a cambiar el mundo. La niña se llamaba Eleanor, aunque todos en la familia la conocían con el apodo de Tussy. Su papá no era otro que Karl Marx y escribía Das Kapital bajo circunstancias desfavorables: perpetuamente endeudado, una fila de acreedores golpeando a su puerta, viviendo “únicamente gracias a la casa de empeños”, como lo confiesa a su benefactor Federico Engels en una carta que data de fines de julio de ese año, tal vez en los momentos mismos en que Tussy se disponía a leer la obra maestra de Lewis Carroll.
En vista de lo mucho que Marx amaba a su pequeña Eleanor (“Tussy soy yo”, anunció en cierta ocasión), no sería extraño si el inspirador de la mayoría de las grandes revoluciones de los siguientes ciento cincuenta años también hubiera leído el clásico infantil que tanto encantó a su hija. En cuanto a los hombres y mujeres que dirigieron y participaron y a menudo sufrieron en aquellos trastornos, es probable que muchos de ellos gozaron de Alicia, un libro extraordinariamente popular (entre los lectores de habla inglesa se dice que solo lo superan la Biblia y Shakespeare). Es una lástima, por ende, que aquellos revolucionarios y reformadores del siguiente siglo y medio hicieran caso omiso de las lecciones escondidas en el texto que los hubieran auxiliado en su búsqueda de paz y justicia y libertad, las intuiciones y joyas literarias que los hubieran ayudado a evitar tantas trampas, errores y derrotas, una pena que ignoraran las advertencias en cuanto a aceptar invitaciones a las múltiples Meriendas de Locos, los Mad Tea Parties, que conducirían al infierno, en vez del prometido paraíso.
La partida había llegado a tal punto de confusión que le era imposible saber cuándo le tocaba jugar y cuándo no.
Había leído yo el libro de Lewis Carroll cantidad de veces –de niño y luego a mis propios hijos y más recientemente con mi mujer Angélica, simplemente para regocijarnos con su humor caótico–, pero volver a descender por la madriguera del Conejo, adoptando como perspectiva ciento cincuenta años de lucha por un mundo mejor, me resultó sorprendentemente revelador y a menudo angustioso, topándome con una abundancia de frases y situaciones que resonaban con mi propia experiencia de compromiso y activismo progresista durante las últimas cinco décadas.
¿No había gastado yo, junto a tantos luminosos compañeros, innumerables horas fervientemente “pintando de rojo las rosas blancas”? ¿No le habíamos exclamado una y otra vez a los que querían sentarse a nuestra mesa, “¡No hay sitio! ¡No hay sitio!”, cuando había, de hecho, “un montón de sitio”? ¿Y no nos es familiar la siguiente escena: “Los jugadores jugaban todos a su vez, sin esperar su turno, discutiendo sin cesar y disputándose” entre sí? Recordando reuniones interminables con militantes de una cadena de organizaciones de izquierda y facciones que, como el Ratón, “se ofendían tan fácilmente”; habiendo discutido en forma ardiente acerca de detalles minúsculos y enrarecidos, así como en torno a teorías abstrusas y enredadas, no puedo desentenderme de la observación de Alicia de que “las palabras del Sombrerero carecían de todo sentido por mucho que cada una de ellas fuera reconocible.” Y tampoco tuve problemas en identificarme con Alicia cuando musita: “Es como para enloquecer, ver cómo estas criaturas se pelean.”
Pediría, eso sí, a quienes, como yo, se divierten ante tales referencias, reconociendo en ellas sus propias malaventuranzas en el País de las Consignas, que velemos por no darnos un aire de superioridad. El mismo Lewis Carroll nos recuerda que nadie es inmune, que todos somos corresponsables. Cuando Alicia, siempre cortés y razonable, presume –como muchos de sus lectores– colocarse por encima del delirio circundante, al Gato de Cheshire no le cuesta probar que ella es tan lunática como todos los demás: “Tienes que estar loca,” declara el irrefutable Gato, “o no habrías venido a este lugar.”
A veces esa locura generalizada se manifiesta en disparates y tonterías inocentes pero también se encarna en forma insistente en una violencia de pesadilla que envenena ese País de las Maravillas. “Primero la sentencia”, comanda la Reina de Corazones, a la peor usanza de Stalin o Mao, “¡después el veredicto!” Golpizas, juicios simulados, amenazas de ejecución inminente, trato inhumano de dependientes y, sobre todo, decapitaciones incesantes de quienes cometen la menor equivocación: “Aquí todo lo arreglan cortando cabezas” observa Alicia. “¡Lo extraño es que quede alguien con vida!” Como si Lewis Carroll estuviese, sin percatarse de ello, previniendo a sus aficionados de los peligros apremiantes de las dictaduras venideras, sea regentadas por los revolucionarios del siglo XX que asaltan el cielo en nombre del pueblo o por regímenes tratando de salvar al capitalismo y los privilegios contra el asalto de ese pueblo sufriente y huérfano. Justificando la carrera insana hacia el porvenir debido a la urgencia de las necesidades impostergables del momento presente, la certidumbre de que “no hay que perder ni un momento”, de manera que una y otra vez los izquierdistas nos encontramos bajando impulsivamente por la madriguera más cercana, “sin jamás considerar cómo diablos... vamos a encontrar una salida.”
–¿Puedes decirme, por favor, qué camino tengo que seguir para salir de aquí?
–Eso depende en gran parte del sitio a que quieras llegar –dijo el Gato de Cheshire.
Cabe preguntarse, entonces, ¿dónde quiero llegar con esta sombría meditación acerca de Alicia y sus aventuras hipotéticas en el País de las Izquierdas? ¿Es justo convertir un libro tan vivaracho y liviano en una crítica ominosa de proyectos y métodos insurgentes? Al imitar deprimentemente a la lúgubre Liebre de Marzo, seleccionando sólo lamentaciones para ilustrar la contemporaneidad de Alicia, ¿acaso no estoy desechando lo que es esencial, perdurable, gracioso, emancipador, en la narración y personajes de Lewis Carroll?
Porque Alicia en el País de las Maravillas también puede leerse como un texto sedicioso, desbordado de impulsos utópicos. ¿Por qué no enfatizar la convicción de Alicia de que “son muy pocas las cosas de veras imposibles”, un credo que ha alimentado el fuego de tantas cruzadas sociales, como lo evidencia recientemente la lucha por los derechos homosexuales y la ola de iniciativas y protestas ecológicas? ¿Por qué no escribir con letras mayúsculas las palabras de la Duquesa: “Mientras más tengo yo, menos tienes tú”? un dicho que, hoy, serviría para disparar contra los ejecutivos de empresas que cosechan salarios millonarios mientras rechazan un alza del sueldo mínimo a los asalariados. El libro celebra la rebelión y la desobediencia (la cocinera le lanza sartenes a la Duquesa, la Duquesa la da sopetones a la Reina, el Jaco se roba las tartas, Alicia se rehúsa a cooperar, los conejillos de indias aplauden pese a ser reprimidos), mientras que las figuras despóticas son ridiculizadas como inefectivas e incompetentes.
Lo que hay que rescatar, sobre todo, de Alicia en el País de las Maravillas es su humor subversivo y bullicioso, el mismo descaro y cuestionamiento cardinal de la autoridad que ha iluminado la insurrección y resistencia y disidencia de millones a lo largo del último siglo y medio, el hecho de imaginar una realidad paralela posible que no obedece las reglas de una sociedad que requiere transformaciones profundas. Es esta energía carnavalesca, esta actitud eminentemente juguetona que tenemos que reconocer y abrazar como nuestra, una parte crucial de nuestra identidad progresista.
Existe en la izquierda, por cierto, una tendencia a emplear un lenguaje y estilo diametralmente opuesto: una solemnidad pesada y ponderada, como si cargáramos con todas las tragedias del mundo. Creemos –y con razón– que éstos son asuntos serios que requieren, en consecuencia, un discurso también serio. El sufrimiento es inmenso, la injusticia intolerable, la estupidez ilimitada, el planeta a punto del apocalipsis, las depredaciones de corporaciones dedicadas a fabricar armas e instrumentos de vigilancia contra la ciudadanía expandiéndose hacia un futuro oscuro y distópico.
Con más razón, entonces, tendríamos que exaltar nuestra propia liberación cada vez que sea posible, disfrutar las ocasiones en que se fracturan las convenciones y se interrogan nuestras creencias básicas. Con más razón reconocer el encantamiento que renace con cada pequeño acto de esperanza y solidaridad, con razón enaltecer la desnuda alegría que acompaña la certidumbre de que no tenemos para qué dejar el mundo tal como lo encontramos.
–Debe de ser un baile muy precioso –dijo Alicia tímidamente.
–¿Te gustaría ver un poquito como se baila? –propuso la Falsa Tortuga.
–Claro, me gustaría muchísimo –dijo Alicia.
Durante la revolución chilena (1970-73), el pueblo de mi país marchó inagotablemente, asistiendo a manifestaciones sin fin en defensa del gobierno democrático de Salvador Allende. La energía de estos hermanos y hermanas, su flexibilidad y fortaleza e inventiva, sus irrefrenables agudezas y los ingeniosos afiches caseros, me han movido y motivado a lo largo de la vida. Lo que también rememoro es que esos hombres y mujeres en las calles de Santiago eran mucho más vibrantes y creativos que aquellos hombres (en su mayoría de sexo masculino) que, arriba del podio, peroraban durante horas, exhortando, analizando, jurando que las masas eran invencibles. Me pregunté entonces, como lo hago ahora tantas décadas más tarde, ¿por qué el entusiasmo y el desafío de esas multitudes democráticas no se esparcieron atrevidamente por la sociedad, por qué un tal contraste entre los líderes y el pueblo? Y me duele que nuestra revolución pacífica culminara en un cataclismo, con Allende muerto y tantos torturados, perseguidos, exiliados, tantos sueños que llegaron a su fin, que parecían haber llegado a su fin.
El Rey en Alicia en el País de las Maravillas aconseja al Conejo Blanco, en forma grave y lógica, cómo se ha de contar una historia: “Empieza por el principio y sigue hasta que llegues al fin. Y allí te detienes.”
Se equivoca.
Quienes anhelamos un mundo diferente, buscando horizontes alternativos, sabemos que uno no se detiene cuando hayamos llegado al fin, que no hay fin posible para nuestra ansia de justicia, que los rebeldes nunca “desaparecen, del todo, como una vela.” Somos, más bien, como el Gato de Cheshire. Aunque su cuerpo se haya esfumado, su sonrisa siempre permanecerá obstinadamente tras sí, una presencia fantasmagórica, que prueba que alguna vez ocupamos un espacio de rebeldía y que es perfectamente posible volver a surgir algún día. En efecto, aunque no podamos seguir, como lo comprendió Samuel Beckett, el heredero de Lewis Carroll, tendremos, sin embargo, que seguir.
En definitiva, para quienes todavía creemos que hacen falta cambios perentorios como única respuesta a las guerras perpetuas y la avaricia árida de nuestra época autodestructiva, es esto lo que debemos aprender y celebrar de Alicia en el País de las Maravillas, lo que necesitamos para preparar los próximos ciento cincuenta años de lucha por la justicia, el reto que nos proporciona este texto tan fantástico como absurdo.
Después de tantos trabajos las tribulaciones que hemos sobrevivido y las que aún nos aguardan –¿tenemos el coraje como para responder una y otra vez a la invitación de la Falsa Tortuga: “Baila, venga, baila, venga, baila, venga, ¡y déjate llevar!”–.
Creo que no se equivoca la Falsa Tortuga cuando canta, cuando promete mientras baila que “existe otra orilla, sabes, al otro lado del mar”.

sábado, 4 de julio de 2015

Reeditan obras de Estanislao Zuleta

Estas ediciones fueron creadas para que más personas conozcan las obras del escritor colombiano

Estanislao Zuleta: filósofo, pedagogo y escritor colombiano.

Colombia: violencia, democracia y derechos humanos  El elogio de la dificultad y otros ensayos, del reconocido filósofo, pedagogo y escritor Estanislao Zuleta (Medellín, 1935 - Cali, 1990) acaban de ser reeditados por el sello Ariel.
“Estanislao sintió que todo ser humano sabe advertir cuándo se le considera digno de la cultura y de los más altos dones del espíritu, y nos enseñó a lo largo de la vida, con su ejemplo, que solo creyendo en la dignidad de los demás podremos conquistar una vida digna”, comenta el escritor William Ospina, a raíz de esta nueva reedición de su obra.
Se trata de una buena oportunidad para que las nuevas generaciones se acerquen a la obra de uno de los intelectuales más brillantes del siglo pasado, con la que se formaron varias generaciones de estudiantes de las ciencias sociales y económicas. 



"El diálogo es hoy una necesidad de la humanidad": Estanislao Zuleta

En memoria del fallecido filósofo, publicamos apartes de una reflexión que ofreció al M-19 en 1989

 El comandante del M-19, Carlos Pizarro, y el entonces consejero presidencial de Paz, Rafael Pardo Rueda, en el proceso de paz que se menciona en esta nota sobre Zuleta. /eltiempo.com

“Solo un pueblo escéptico de la guerra y maduro para el conflicto es un pueblo también maduro para la paz”.
Para el año de 1989 el M-19 estaba ya empeñado en un diálogo con el gobierno de Virgilio Barco para pactar la paz. Fue, en América Latina, la primera guerrilla que renunció al alzamiento armado para, a cambio de la insurgencia, hacer política legal y pacíficamente.
La discusión sobre la democracia (“ancha y profunda y construida de abajo hacia arriba y de adentro hacia afuera”) y el valor del diálogo político para terminar la guerra y/o resolver conflictos fue algo crucial en esos momentos para quienes íbamos a pasar de la guerra a la paz.
Estanislao Zuleta generosamente quiso compartir su pensamiento sobre estos temas y lo hizo subiendo hasta el campamento del M-19 en las montañas del Cauca.
Esta es una versión sintetizada de sus reflexiones, por lo demás extraordinariamente vigentes para la actual coyuntura colombiana, que publicamos con motivo de los aniversarios de su natalicio y de su fallecimiento. La conferencia completa del filósofo puede ser consultada en www.oigahermanohermana.org/pages/Conferencia_de_Estanislao_Zuleta

La democracia

Ya que se han embarcado ustedes en este asunto de defender la paz, de promover la paz y luchar por construir una democracia más amplia y participativa, voy a hablarles un poco de cuán difícil es precisamente defender la democracia y sustentar seriamente esa defensa. Hay dos problemas: uno de la historia, y hay otro de la democracia misma.
En la historia nuestra es suficiente examinar un punto, para lo que nos interesa. La democracia no pertenece a las tradiciones de la izquierda, esto hay que decirlo francamente. Las tradiciones de la izquierda han estado determinadas, entre nosotros –y a una escala mundial también–, por el marxismo, y el marxismo no es un pensamiento democrático.
Marx mismo no lo era, pero luego la cosa empeoró con Lenin y se dañó del todo con Stalin. Marx comentó los derechos humanos haciendo una inmensa confusión, confundió la ideología individualista, sensualista, utilitarista, liberal de la época, en que fueron proclamados, con el acontecimiento político mismo. Y por ponerse a criticar, casi siempre con razón y mucha brillantez, esa ideología, criticó el acontecimiento mismo, la cuestión de los derechos humanos como una simple expresión del egoísmo de un mundo capitalista, de un mundo burgués, del individualismo egoísta.
Mi derecho de asociación, por ejemplo, depende de que también los demás tengan derecho a la asociación. Si no hay derecho a la libre asociación o si solo un partido tiene derecho a existir, como en los regímenes de partido único, entonces ya no tengo derecho sino a solo dos cosas: o a sumarme al partido que tiene derecho a existir o a no asociarme políticamente en ninguna otra forma. Es decir, para que yo tenga un libre derecho de asociación, quiere decir que puedo asociarme a partir de mis ideas o que pueda escoger entre varias asociaciones políticas existentes; de otra manera, no es tal mi derecho, ni mi libertad de asociación.
La idea de que la democracia no es más que una especie de máscara que se pone a sí mismo el capitalismo, bajo la cual se puede dar el lujo de explotar, de hacer, de dominar, etc., ha marcado histórica y profundamente la tradición de la izquierda, independientemente que se trate de un partido o de que se proclame marxista-leninista o no.
Ahora les quiero compartir un poco acerca de las dificultades en que ustedes se han embarcado al comprometerse a promover y construir una democracia amplia y participativa, y las reservas y hostilidades que encontrarán.
En la democracia nadie ocupa el poder por derecho propio, es un rasgo específico de la democracia. Por derecho propio, es decir, o porque tiene una sangre particular, la nobleza o por sus derechos de propiedad, por herencia o porque tiene la verdad, eso no. Solo se ocupa el poder por delegación y se tiene que reconquistar o perder, y ese es un rasgo esencial en este debate de la democracia.
El que tiene un poder, pero ese poder carece de todo control, tiende al abuso del poder. Es necesario un control del poder, del poder político, del poder del Estado, y es un control que solo puedan ejercerlo aquellos sobre quienes se ejerce ese poder, y no solamente los amigos que él nombra para que no lo controlen y que los destituye si lo hacen. Es decir, se requiere un control efectivo.
La democracia es la cátedra en vivo de la política para los pueblos. La necesidad de aprender continuamente a luchar por sus intereses y averiguar cuáles son. La democracia es siempre un proceso que puede ampliarse, pues no hay ninguna democracia terminada ni acabada... y se aprende a participar participando ¡así como bailando se aprende a bailar!
La dificultad crece, también desde luego, porque sociedades muy injustas en las que existe no solamente una distribución aberrante de los ingresos y de la riqueza, sino también en la que existen toda clase de injusticias, son sociedades que se suelen llamar “democráticas”, refiriéndose con ello a unos cuantos procedimientos, como, por ejemplo, los procedimientos electorales, por medio de los cuales se nombran presidentes y congresos, reduciendo la democracia a un mecanismo procedimental.
Entonces... de qué poco sirve tener derechos si la sociedad en que uno vive no le da posibilidades para ejercerlos.

El diálogo

El diálogo es lo más importante en nuestra época, pero detrás del diálogo se necesita que haya alguna fuerza, que no es necesariamente violencia; es el caso, por ejemplo, con la posibilidad que tiene un sindicato de parar o hacer una huelga, lo que no quiere decir que el sindicato se vaya a tomar la empresa o la fábrica a bala, sino que es una fuerza. Y puede haber muchas otras fuerzas.
Es muy probable que con tres ilustres pensadores inermes el Gobierno no se siente a discutir, así no más, como se sienta hoy con el M-19; es muy probable que si se sienta hoy dialogar con el M-19, es porque siente que el M-19 representa o tiene algún poder. De manera que tampoco fue un error el proceso de construcción de ese poder, porque ese poder dio origen a que hubiera hoy este diálogo, y el diálogo apoyado por la gente es una fuerza y resulta tan decisivo o más decisivo aún que un poder armado, y a ese poder no se le pueden oponer las armas...
Porque no hay que creer en el culto de las armas. Es decir, para forzar el diálogo muy frecuentemente se necesita tener una fuerza, pero esa fuerza no tiene que ser necesariamente una fuerza armada, porque puede ser armada y no servir para nada.
Tenemos, pues, que el diálogo es quizás el elemento más importante de la vida de la humanidad de hoy; es una necesidad. Ahora la humanidad, al igual que en épocas anteriores en que enfrentó graves amenazas, guardadas sus proporciones y diferencias, tiene que inventar el diálogo también para sobrevivir, porque no la va a destruir ningún enemigo externo, sino ella misma si no aprende a dialogar y a concertar.
El diálogo tiene que ser en alguna medida racional, ofrecerse, someterse y enriquecerse con la argumentación... Una característica esencial de una mentalidad democrática, en un sentido moderno, es la que acepta el pluralismo por la sola razón de que es imposible conseguir la unanimidad.
La lucha por la democracia es la lucha por la fuerza creciente del pueblo, no para sustituirlo con un ejército –aunque sea muy eficaz y muy bienintencionado–, sino por hacer que crezca la fuerza del pueblo mismo. Eso nos da un panorama efectivo de en qué consiste la democracia.
No es suficiente, aunque es importante, que la democracia se conceda de manera concertada, que se escriban leyes, pero de todas maneras de poco valen las leyes escritas en un libro, cuando no existe el poder de hacerlas cumplir o cuando no están impresas en la mente de los hombres, o cuando ni siquiera el pueblo las conoce. Tener un derecho que uno ni siquiera conoce es lo mismo que no tenerlo.
Aprender, pues, a estimar y afirmar la democracia es aprender a luchar con entusiasmo, con coraje, sin esas ilusiones maniqueas, sin sentirse el representante único de la verdad, de la historia, del pueblo, del poder tan supuestamente auténtico y tan nítido que todo lo que difiera de lo que yo digo está contra el pueblo, contra la historia, contra la verdad.
Es importante también, para abrir un proceso como el que ustedes han emprendido y han expuesto, lo que dicen sobre que no se trata solo del M-19: se trata de un movimiento en el que ustedes están, pero que lo excede, porque pueden y deben estar muchos otros, y que es mucho más, es un movimiento por la paz, un movimiento por la democracia.

Epílogo

Ya para terminar esta charla, voy a plantear lo siguiente: el problema de la revolución se puede plantear en dos sentidos, en el sentido de la Revolución francesa de 1789, de la Revolución soviética de 1917, de la Revolución china de 1949 o el de la Revolución cubana de 1959; en ese sentido se puede hablar de LA REVOLUCIÓN, esas son las revoluciones que estallan.
Pero también se puede hablar en otro sentido, el de las revoluciones que ocurren y que nunca estallaron, que pueden producir transformaciones igualmente profundas en la vida y la sociedad, con relativa estabilidad.
Los mismos marxistas utilizan el término revolución en los dos sentidos. Por ejemplo, Engels dice que la revolución más importante del mundo occidental hasta su época fue el Renacimiento, pero el Renacimiento nunca estalló, nadie lo decretó... Comenzaron los unos a pensar diferente, a ser distintos, y luego el comportamiento social también fue distinto, pero nunca estalló.
Entonces, no se preocupen si a ustedes les dicen que no son revolucionarios. Por lo que ustedes están haciendo, es posible que ocurra una revolución.

¿Quién fue Estanilao Zuleta?

El Elogio de la dificultad  fue pronunciado por Zuleta en la U. del Valle, al recibir el doctorado honoris causa en Psicología.
(Medellín, 3 de febrero de 1935-Cali, 17 de febrero de 1990). Filósofo, escritor y pedagogo, reconocido por la importancia de sus contribuciones académicas y su extraordinaria oratoria. Incursionó en campos como la economía, el psicoanálisis y la cultura. Fue escogido por la revista  Semana (1999) como uno de los grandes pensadores del país.
Diego Arias
Excombatiente del M-19